sábado, 30 de abril de 2011

Ernesto Sábato - Hechos y deshechos in memoriam...


Ernesto Sábato
Hechos y deshechos in memoriam...



"La memoria es una gran traidora."
Anais Nin



He leído algunos libros de Ernesto Sábato. No muchos. Debo admitir que ninguno de ellos logró nunca "tomarme por asalto” el alma. Tal vez porque cuando lo comencé a leer ya había estado completamente enamorada de demasiadas lecturas de Julio Cortazar. Poco puede hacer una para desmaravillarse de una intensa “Rayuela”, o de “Final del juego”, o de una “Casa tomada” y entregarse así como así a otras lecturas que encuentra desde el inicio mismo del relato menos encandilantes.

Lo último que leí de Sábato fue “Antes del fin” hace ya unos pares de años atrás. Tampoco me cautivó en aquella ocasión. Ya resignada pensé entonces que en literatura, como en ciertas pasiones o determinadas “elecciones” amorosas, nadie nos puede obligar a que un libro o un autor nos guste, nos plazca, nos atrape. Para los lectores ese hechizo acontece, o no.



Me desperté con la noticia de que el escritor Ernesto Sábato, un hombre que casi llegó a cumplir los 100 años, falleció.
30 de abril de 2011.

He leído en los medios muchas notas referidas a su muerte, muchas frases dichas por el prolífico hombre de letras de Santos Lugares, y he leído mensajes en las redes recordándolo con tristeza y nostalgia.


A riesgo de que muchos se enojen quisiera decir que mi recuerdo de Sábato contiene algunas memorias que hoy muchos parecen no querer mencionar.
Será por esa inercia beatífica con que la mayoría de la gente envuelve a los muertos?
Será porque a nadie le gusta que mencionen los yerros, contradicciones o tremendos equívocos de juicio cometidos desde la pluma o las cuerdas vocales de sus escritores predilectos?

Cierto es que la memoria tiene el filoso don de crear algunas... incomodidades.
O al menos eso es lo que sucede cuando rememoramos de un modo más o menos completo la obra y la vida de los hombres públicos. Sin recortes. Sin omisiones. Los hechos, y los deshechos.


Partamos de un rol invaluable debido al cual manifiesto mi inmenso agradecimiento a Ernesto Sábato: su activa participación en la elaboración meticulosa y doliente de ese testimonio escalofriante sobre la tortura y desaparición forzada de personas durante la dictadura militar argentina compilada en el “Nunca más”. Su rol, no sólo como presidente de la “Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas” (CONADEP) sino como prologador de ese texto escalofriante que recogió con tremendo valor el horror vivido por los detenidos y desaparecidos durante la dictadura fue y será algo que distintas generaciones de argentinos deberán por siempre agradecer a Sábato. Obviamente, también hay que hacer extensiva la gratitud a hombres de una integridad moral y cívica ya casi en triste desuso como el cardiocirujano René Favaloro, o el lúcidísimo Gregorio Klimovsky quienes también formaron parte de los miembros de la Comisión.


Hoy ha muerto Sábato.
El mismo hombre de gruesos lentes que entregara, el 20 de septiembre de 1984 en un emotivísimo acto y con sus propias manos, el Informe de la CONADEP al presidente de la restituída democracia argentina, Raúl Alfonsín.


Para muchos este día de su muerte marcará el inicio de la ausencia de un hacedor de los derechos humanos.
Para muchos también, la ida de un querido escritor.
Para otros, la partida de un amigo, de un pensador, de un observador nacional.


Pero aún en este día luctuoso me es preciso también recordar (verbo que muy MUY mal conjugamos los argentinos) aquel -lamentablemente famoso- almuerzo entre el propio Sábato y el dictador Videla en 1976. Más precisamente el almuerzo del 19 de mayo de 1976. Exactamente dos meses después de haberse instaurado el sanguinario gobierno de facto de la dictadura. Exactamente dos semanas después del secuestro del escritor Haroldo Conti quien hasta hoy forma parte de la extensa lista de desaparecidos.

En aquel almuerzo del '76 participaron el asesino Jorge Rafael Videla, el escritor Jorge Luis Borges, el sacerdote jesuita Leonardo Castellani, y Horacio Ratti (quien era por entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores) además de Ernesto Sábato quien ya era un hombre maduro de más de sesenta años.
Dijo Sábato sobre aquel encuentro de mediodía:

" Es imposible sintetizar una conversación de dos horas en pocas palabras, pero puedo decir que con el presidente de la Nación hablamos de la cultura en general, de temas espirituales, culturales, históricos y vinculados con los medios masivos de comunicación. Hubo un altísimo grado de comprensión y de respeto mutuo, y en ningún momento la conversación descendió a la polémica literaria e ideológica y tampoco caímos en el pecado de caer en banalidades; cada uno de nosotros vertió sin vacilaciones su concepción personal de los temas abordados. Fue una larga travesía por la problemática cultural del país. Se habló de la transformación de la Argentina, partiendo de una necesaria renovación de su cultura. El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresiono la amplitud de criterio y la cultura del presidente."



Hay quien sostiene que ese no fue el único ni último encuentro entre Sábato y los militares. Que ha habido más de tales almuerzos, cenas, reuniones. Lo que consta es que ese encuentro del 19 de mayo efectivamente se realizó y que sus declaraciones al respecto fueron publicadas en los medios. En 1978, Sábato mismo explicaría su (curiosa) posición con respecto a la dictadura argentina en un articulo de la revista alemana "Geo":

"La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos (...) Desgraciadamente ocurrió que el desorden general, el crimen y el desastre económico eran tan grandes que los nuevos mandatarios no alcanzaban ya a superarlos con los medios de un estado de derecho. Porque entre tanto, los crímenes de la extrema izquierda eran respondidos con salvajes atentados de represalia de la extrema derecha. Los extremistas de izquierda habían llevado acabo los mas infames secuestros y los crímenes monstruosos más repugnantes (...) Sin duda alguna, en los últimos meses, muchas cosas han mejorado en nuestro país: las bandas terroristas han sido puestas en gran parte bajo control".


Lamentablemente, lo que muchos han tratado de ver como un “desliz” ideológico de Sábato tenía ya un antecedente similar. En 1966, cuando el repulsivo Gral Onganía derrocó al gobierno del presidente Illia, también fueron estos los desafortunados dichos del escritor hoy fallecido:

“Creo que es el fin de una era. Llegó el momento de barrer con prejuicios y valores apócrifos que no responden más a la realidad. Debemos tener el coraje para comprender (y decir) que han acabado, que habían acabado instituciones en las que nadie creía seriamente (…) Ojalá la serenidad, la discreción, la fuerza sin alarde, la firmeza sin prepotencia que ha manifestado Onganía en sus primeros actos sea lo que prevalezca, y que podamos, al fin, levantar una gran nación”.


Un mes después de la llegada de Onganía al poder nada había de esa "fuerza sin alarde" menos aún de la "firmeza sin prepotencia" de la que hablara Sábato. Y sino habría que preguntarle cómo "vivieron" estas declaraciones del escritor los heridos y detenidos durante la sangrienta "Noche de los Bastones Largos". Onganía y sus animales uniformados poco tuvieron de serenidad mientras propinaban brutales golpizas y disponían arbitrarias detenciones de cientos de estudiantes, docentes y graduados de las universidades que reclamaban por la Reforma Universitaria. Fue este otro... error de interpretación sabatiano?

Pero hay que llevar el reloj aún un poquito más atrás, pues ese no fue el primer cheque en blanco que Sábato firmara a un golpista.

En 1955, respecto de la “Revolución libertadora” que derrocara a Juan Domingo Perón, decía el mismo Sábato en apoyo a los militares antiperonistas:

“En toda revolución hay vencidos.
En ésta los vencidos son la tiranía, la corrupción, la degradación del hombre, el servilismo.”



Esta posición de apoyo a los golpistas de la brutal "Libertadora" le valió que el mismísimo Gral Aramburu le ofreciera ponerse al frente de la revista “Mundo Argentino”. Un peligroso premio a la obsecuencia? Muy posiblemente. Tiempo después Sábato calificaría al propio Aramburu como un “hombre honesto” (sic), aún pese a admitir y denunciar aquél las torturas cometidas por los militares en los sótanos del Congreso.


Incoherencias ideológicas?

Traspiés en la interpretación de la realidad nacional?

Errores juveniles? Luego, errores de madurez?

Inocente e increíble simpatía visceral por el orden militar?

Nublamiento sucesivo en el juicio racional de hechos políticos feroces?

Hipocresía de un pseudointelectual inmaduro y semiciego?



Cómo ubicar estos eventos dentro de la misma biografía del hombre de bien que presidió la CONADEP?

Nada puedo concluir.
No es mi intención llegar a una respuesta reflexiva cerrada y menos aún tajante sobre la vida y obra de Sábato. Pero me resulta imposible no mencionar estos hechos que me resultan tan contradictorios con sus otras posturas prodemocráticas, antimilitaristas, projusticia. Y si debo elegir un día para recordar con honestidad hechos-dichos-circunstancias es el día de hoy puesto que la mayoría parece querer poner en la sombra de los deshechos inmencionables estas contradicciones tremendas e inolvidables sucedidas en la vida del escritor.


De pronto pienso en los griegos. Siempre vuelvo en los laberintos de mi cabeza a los viejos griegos. Aquellos tomaban en cuenta, a la hora de juzgar a sus amados u odiados muertos, la coherencia con que esa persona había entramado lo vivido, lo dicho, lo hecho.
La armonía entre la vida vivida, el conjunto de decires que acompañaron ese existir, y la obra realizada era para ellos la vara de oro con la que había de medirse el valor justo de un hombre público.


Pero no estamos en la Grecia antigua.
Lejos, demasiado lejos, ha quedado esa vara de oro medidora de coherencias vitales.
Y del mismo modo, poco y nada sabemos de armonías, al igual que mucho dilapidamos en discursos mitologizadores al momento de elegir palabras que comprendan y eternicen discursivamente la muerte de un hombre.

Lo que es indiscutible es que resulta un acertado ejercicio para la autenticidad -casi, digamos, constituye un deber del buen pensar de hoy y siempre- tener buena memoria haciendo asimismo uso crítico de ella. Sobre todo cuando se trata de relaciones complejas entre escritores, literatura, política y roles cívicos.

Recordar de la manera más completa y sincera a quienes veneramos como escritores y/o a quienes reconocemos como hombres públicos que han gravitado en la historia de nuestro país es un acto sano. Sus hechos proclamables en pulido bronce, y sus deshechos indisculpables que con ganas tiraríamos al cesto de basura de la historia.
En efecto, recordar es un acto sano para reconstruir la historia biográfica de alguien siempre y cuando se respete la mayor completud de hechos y actos vividos en esa vida. Recordar es intentar un máximo de exhaustivización. Evitar omisiones es del mismo modo una tarea del recuerdo auténtico. Rememorar, sí, pero sin borrar las tensiones disonantes que también ha dejado ese mismo ser entre las huellas -impresentables a veces- de sus equivocadas interpretaciones.

Ser menos amplificadores de los -incluso indiscutibles- aciertos de un escritor permite recorrer sus decires y escrituras con menos “voluntad mitificadora” y más justicia realista a la hora de despedirlo ante la inexorable muerte.

Don Ernesto Sábato no debería ser la excepción a estas reglas de la "buena memoria"...


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jueves, 28 de abril de 2011

Francois Dubet - "El modelo de igualdad de oportunidades tiene bastante crueldad"


"El modelo de igualdad de oportunidades tiene bastante crueldad"
Francois Dubet






“Podemos condenar la pobreza, pero no tenemos ninguna simpatía por los pobres. Y eso es algo que sucede en todas partes, del mismo modo que en el sistema escolar no hay ninguna simpatía por el que fracasa. El modelo de igualdad de oportunidades tiene bastante crueldad, porque para que los vencedores merezcan su victoria, es necesario que los vencidos merezcan su derrota.


(…)

No estoy seguro de que el modelo de igualdad de oportunidades sea menos opresivo que el de las posiciones sociales. Ser exitoso es muy opresivo. Si en el segundo, uno se volvía neurótico, en el primero el que trabaja mucho se deprime y no sabe luego qué hacer con su libertad”.




Francois Dubet
Sociólogo francés
Tomado de su conferencia "Desigualdades, justicia social, contrato social" en la "Feria del Libro", Buenos Aires, Argentina, 27 de abril de 2011.
Francois Dubet es, entre otros textos, autor de “Repensar la Justicia Social – Contra el modelo de Igualdad de Oportunidades






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El aire otoñal está contaminado de lujuria - Jorge Muzam




“El aire otoñal está contaminado de lujuria”




Jorge Muzam
(Escritor, novelista y pensador chileno)


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viernes, 22 de abril de 2011

Hiparco, la alegría hedonista



Hiparco, la alegría hedonista




"La alegría ha sido llamada el buen tiempo del corazón."

Samuel Smiles
(1812-1904)
Escritor escocés




La biografía de este filósofo antiguo, como la de muchos otros "olvidados" por el hegemón académico y su prolijamente excluyente enciclopedismo, es una auténtica bruma.


Comencemos por no confundirlo con otro Hiparco, el de Nicea (quien fuera inventor de la trigonometría, reconocido astrónomo, importante geógrafo, matemático, y hombre de ciencia cuyo apego por la lógica formal ha formado parte de las seguras razones por las que resultó bastante más conocido y afamado que el Hiparco que hoy nos convoca).


Volvamos a la neblinosa vida de nuestro Hiparco, el que nos atrae desde la curiosidad reivindicante.

Los retazos de información que se tiene de Hiparco, el alegre hedonista, son escasos o directamente nulos en muchos manuales de filósofos respetablemente célebres. Lo que tenemos a mano se halla simplemente reducido casi de manera única a lo que nos cuenta el invaluable chusma de Diógenes Laercio en su tan citada “Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”. Allí se infiere que nuestro amigo, el hedónico Hiparco, se hallaba junto a Demócrito al momento de la muerte del filósofo tracio. Cito la escenografía en el lecho de muerte de Demócrito (no puedo evitar imaginar como una escena de una comedia desfachatadamente tragicómica, al uso de Aristófanes, este fragmento relatado por Laercio):


“Murió Demócrito, como dice Hermipo, en esta forma: como fuese ya muy anciano y se viese vecino a partir de esta vida, a su hermana, que se lamentaba de que si él moría en la próxima festividad de los tesmoforios, no podría ella dar a la diosa los debidos cultos, le dijo que se consolase. Mandóle traer diariamente algunos panes calientes, y aplicándoselos a las narices, conservó su vida durante las fiestas; pero pasados sus días, que eran tres, terminó su vida sin dolor alguno, a los ciento nueve años de edad, como dice Hiparco”.




Teniendo en cuenta la notable indigencia de datos biográficos y de formación un tanto contradictorios sobre Hiparco, lo que sí podemos considerar es que, efectivamente, es considerado como discípulo de Demócrito. También se sabe que ha sido Hiparco el autor de un pequeño tratado de corte hedonista. Tal librejo sensualista, más cerca de nuestros días, ha sido rescatado por Michel Onfray en su libro “Las sabidurías de la Antigüedad – Contrahistoria de la Filosofía I” (Anagrama, Colección Argumentos).


Qué me ha parecido llamativamente un “relieve de pensamiento” a recuperar de entre las ideas que ha esculpido este ignoto -e ignorado- filósofo antiguo?

Pues, en principio algo bien básico (y no por ello menos resaltable): me ha gustado inmensamente el hecho de que que Hiparco utilice la metáfora del “viaje” como una imagen adecuada para describir lo que él considera que es la existencia.




El viaje de la vida

Los viajes como metáfora de la vida que se ha vivido, que se va viviendo.

El “viaje” es una de las más bellas representaciones a las que acudir para transmitir cierto grado de comprensión sensible acerca de los laberintos, perdiciones, amplitudes, retos o derrotas por los que transita un ser viviente.

Es que, verdaderamente, una vida es como un viaje.

Los hay cortos, eternizables y poderosos, como lo fue la vida de Aquiles. Los hay largos, serenamente denunciantes y prolíficos al modo de Saramago. Hay viajesvidas escandalosos al estilo de Diógenes. Los hay aleccionadores, si seguimos las pisadas de un Deleuze, de un Sócrates. Los hay brillantes, rebeldes y violentamente arrebatados de este mundo, al estilo de Hipatía de Alejandría. Los hay intelectualmente intensísimos y provocadores como evoca la sola mención de un Nietzsche. Los hay desesperadamente poéticos y suicidas al modo de Alejandra Pizarnik  Viajes. Vidas. Y muertes.

El valor de tomar esta imagen del viajar como metáfora vital implica a su vez toda una serie de resonancias asociativas. Juego de metonimia con el mar, con el ponto y sus misterios, con el peligro y el coraje de la travesía, con aventurarse a lo desconocido, con la destreza del navegante, con la tekné mixturada con la sapiencia que debe alquimizar sabiamente quien se hace mar adentro de la vida. El viaje encierra toda una cadena de representaciones ligadas a las partidas y las llegadas, a los avatares del destino y las acechanzas que en medio del camino puede depararnos el “jugado movimiento” que es tomar la existencia como un abismo al que vale la pena lanzarse.

Viajar implica trabajar desde/en sí mismo, en lo temido y en lo ansiado, desaprendiendo el mapa conocido a cambio de lanzarse a una cartografía enigmática en la que se deberá aprender una adecuada valoración de lo pasajero y/o de lo definitivo, pero cuya meta no siempre coincide con ese resultado relativísimo al que denominamos “llegada”. Se trata de comprender, desde esta metáfora, la crucial importancia para un ser de darse un tiempo para la apuesta a la aventura de construir un sentido para su propia existencia, de otorgarse a sí un espacio para el moldeo singularizado de su propia subjetividad.

El “viaje” es, in summa, posibilitador de la andanza, de la celebrable capacidad de nomadizarse y abrir líneas de fuga que burlen el ceñimiento que termina imponiendo cualquier clase de fijismo.




Hiparco, un viaje posible

Tomar entonces la vida misma como viaje es colocar todo ese puñado de bio-representaciones que confluyen en un ser como si las dispusiéramos sobre una delicada seda semitransparente. Comprender toda esa complejidad que compone lo vivido por alguien -complejidades algunas evidentes y otras acalladas en el silencio intimista de lo que una vida relatada nunca "dice" ni dirá de sí misma- es desplegar esa seda cargado de hechos-datos-huellas a la luz del pensar. Pensar y biografiar la vida de alguien como viaje es, en sí, también un singular periplo.

Seguir el derrotero de signos y rutas por las que ha transitado un filósofo poco reconocido y divulgado menos aún, implica igualmente analizar situaciones puntuales en la existencia histórica e historizable de un ser singular, describir su obra sin despegar quirúrgicamente el tejido vital que duerme entre las ideas y conceptos por los que ha surcado su pensamiento. Las trayectorias y decisiones electivas que configuran el mapa de vida de un filósofo han de tomarse como los puertos que ha tocado la nave inquiriente de su existencia. Su legado, los mundos en los que ha anclado y des-anclado .

Hiparco...

Hiparco es griego, lo cual es otra manera de decir que ha nacido y crecido en un universo geográfico afín al agua, a la sal, a las embarcaciones, a los puertos, a lo isleño, a lo esclavizante y a lo aristocrático. Ser griego es ser subjetivado por una trama de microrelatos cargados de hazañas, batallas, ciudadanos, guerreros, barcos, anclas, cordajes, muertes, heroísmos, playas, dioses, goces, sangre, templos, vino, banquetes, y temperancias. Todo teñido por la brisa constante de las costas marinas. Hiparco era, en tal contexto, un hombre conocedor de las travesías. Y si la vida es travesía, habrá que considerar que lo que él llama “vivir” es habitar lo mejor posible el breve trayecto que nos toque recorrer con este cuerpo tan gozoso como padeciente, tan ávido de eternidad como acotadamente mortal. Porque, digámoslo con Hiparco, la vida siempre resulta demasiado breve. Incluso a veces, hasta brevísima.

Para colmo los buenos momentos no suelen ser tantos ni tan durables en el balance contable final si los comparamos con los malos momentos, con lo que se puede sufrir (o se ha sufrido). Los nefastos eventos que nos laceran a través de los dolores que de ellos emanan, suelen ser no pocos: enfermares de nuestro cuerpo, la tristeza en que nos podemos llegar a sumir al pasar por fuertes sufrimientos afectivos, desgracias inesperadas a que nos someten ciertos implacables peligros propios del simple hecho de “estar” dentro del estado que impone la naturaleza del planeta (cataclismos impredecibles, terremotos, tormentas destructivas, erupciones, plagas, pestes…).

Hiparco “sabe” que el viaje siempre es complicado y que nuestra humana condición es asimismo altamente precaria, vulnerable. Somos seres afectables por el dolor, seres doliente y a la vez productores de dolor. Estamos potencialmente expuestos a diversas formas y grados de dolor, muchos de ellos simpletamente inevitables o apenas pervenibles. De ahi, desde esta afirmación en la cual ni se niega, pero tampoco se cultiva el dolor, Hiparco ha de fundar su filosofar.





Guía hiparquiana del buen vivir 

Veamos ahora entonces tres planos de sugerencias para un mejor vivir que se desprenden de los planteos hiparquianos. Son breves, más una suerte de post-it prácticos que un tratado de aires solemnes. Tal breviario vitalista que nos ha legado el filósofo hedonista no es, pese a su simpleza, en absoluto falto de profundidad. Tal como veremos a continuación, las enseñanzas de Hiparco apuntan a remover innúmeros daños y limitaciones que ha impuesto la llamada “moral de esclavos” imperante aún en nuestra decadente sociedad:




1- Presentificar la existencia.

Esto es, primeramente, comenzar a practicar un apego mayor al presente.
Estarse aquí. Estarse ahora.
Un aferrarse al “bien” (en el sentido de "lo que es bueno para uno") del instante actual.
Volverse habitante del “ahora” del “aquí mismo”, de eso simple pero valioso que anida en algún rincón de lo que actualmente acontece. Utilizar el razonamiento, el pensar razonante, para seleccionar de entre la posible pesada basura cotidiana que a veces debemos enfrentar, lo que hace bien. Lo que nos hace bien En otras palabras, tender a la alegría, abrazar con afirmación poderosa la fugacidad positiva y positivizante que se nos anda escabullendo en algún punto del instante presente. Ser livianamente presentistas.

La espera de lo futuro –esa vana promesa que, de llegar, suele acudir a nosotros inmersa en un aura de imperfección frustrante, siempre a destiempo, siempre menos maravillosa de lo que nuestra fantasía dibujaba- es más que una apuesta a la esperanza, una certeza plena de desilusión.  Expectar conlleva a la decepción, a la tristeza del que desespera por no haber alcanzado a hallar aquello imaginario que tanto anhelaba desde el perfeccionismo infantil que tiraniza a la mente con sus mandatos de perfección. Ser menos narcisistas redunda a veces en ser menos esclavos psíquicos tutelados por la crueldad de un Super Yo impacientemente implacable.

Ni pasado ni futuro, eso nos contagia Hiparco.  

El pasado es un extravío entre las tinieblas de lo irrepetible y la nostalgia, mientras que el futuro es promesa inllegada cargada de altas dosis de incertidumbre o frustración.
Quien no se deja seducir por el poder melancólico de la anoranza ni por el poder de embrujo que posee la promesa de “lo que vendrá” se autoinmuniza de algún modo contra el dolor del desencanto.
Como buen hedonista Hiparco recomienda focalizarse en el disfrute del momento presente y considerar la actualidad en sí misma como fuente de la que extraer dicha para el alma y para el cuerpo. Cómo? No hay ruta definida. Ni ingrediente mágico. Pero este llamado a la actualidad del acontecer es parte del imperativo ético para Hiparco. Presentificar la existencia. Dotar de un valor intenso y saludable al fragmento de ciertos instantes.




2- Descentralizar la quejosa idea de “Por qué a mí..?”

La fascinación por la queja no es sólo patrimonio de las histéricas. O en todo caso, vendría bien historizar la histeria más prolijamente como problemática que de ninguna manera escapa a los atravesamientos de los poderes, la dominación, el culto a la debilidad como virtud, las estrategias de gobernabilidad, etc. Sin ir más lejos, toda nuestra cultura judeo-cristiana posee un hechizo espiritual por el sufrimiento, una atracción (que limita llamativamente con el morbo) por la figura de la víctima, un imán hacia lo doliente (si sabrán de esto los exitosos poetas románticos de todos los tiempos!), un bajo gusto por la práctica constante del lamento.

Hiparco, antecediendo en siglos a Spinoza y a Deleuze, alerta ya sobre el peligro enfermante de "cultivar la tristeza".

Primeramente, dejar de considerar que el quantum de acontecimientos negativos que suceden “sólo” nos suceden a nosotros. Es cierto que quién, sino cada uno de nosotros mismos, puede definir con lujo de detalles lo que es sufrir un embate del destino, lo que es pasar por la tremenda dolencia que implica atravesar determinadas pérdidas, lo que es temer o haber vivido ingratos peligros, lo que es afrontar con dolor inenarrable las desgracias emocionales o físicas que nos haya tocado padecer, lo que es sobrellevar enfermedades o duelos significativos. El dolor (cómo y cuánto algo nos hace doler) es algo totalmente intransferible. Del mismo modo es completamente cierto que sólo uno puede ser el mejor -y único- portavoz del relato de la mismidad en desgracia. Pero aún dando todo lo anterior por verdadero, no es menos cierto que todo ser vivo debe enfrentarse a la enfermedad, o a la injusticia, o a la decadencia física, o a la maldad, o al sufrir, o a las variadas caras que desafortunadamente asume el infortunio. Nadie es quien para enarbolarse como único destinatario de los modos del dolor.

Todos, en tanto humanos, somos atravesados por la condición sufriente, de maneras diversas, con intensidades diversas -y desde ya- con armas materiales-físicas-situacionales completamente distintas y desiguales para luchar contra ese sufrir (incluso los recursos para enfrentar  ciertos dolores están, políticamente, distribuidos en forma trágicamente inequitativa). 

Somos singulares para dar voz y poner en estado de discurso al también singular dolor que nos aqueje. Pero nadie está excluido de los circuitos múltiples por los que el dolor toma forma y recorre cada existencia. 

Nuestra narrativa del padecer sólo puede ser puesta en signos-palabras por cada quien (incluso habría que acotar que hay quienes siquiera pueden ponerle voz propia, signos audibles, a lo que duele, a lo que duela). El sufrir, insistamos una vez más, es definitivamente una experiencia triste no transferible. El dolor nunca es auténticamente algo narrable si quien escoge los decires es una bocavoz otra, o tercera. Pero pese a todo esto, de ningún modo somos los únicos en remar con exclusividad las pesadas aguas en que flota la “condena” del dolor.

El dolor y los infortunios son universales, aunque desde ya es remarcable que las condiciones para afrontar esos reveses están pésimamente distribuidas y esto es un hecho tan real como la universalidad del sufrimiento.

El punto a que nos lleva Hiparco con su llamado a dejar de considerarnos el “ombligo de las desgracias” es que la soberbia de la víctima suele ser apabullante, y voraz (éste es un punto de vista de gran incorrección política en nuestra época, por cierto, asunto que trabajará con gran maestría y coraje Pascal Bruckner en algunos de sus recomendables escritos).

Por momentos hasta pareciérame que existen gentes capaces de entrar en competencia a ver quién ha pasado por mayor dolor, por peor injusticia o por mayor aflicción. El deporte de los lamentos es ampliamente practicado en casi todo el mundo. Es que existe una especie de "pain score" cuyo puntaje mayor otorga el primer premio al más virtuoso?  A veces escucho, casi al borde de la verguenza ajena, a quienes contabilizan sus dolores como si se hallarán batiéndose con otros imaginarios sufrientes en un concurso de lamentaciones, de manera tal que quien acumule mayor padecimiento se vería coronado por un aura de beata virtud. O lo que es más deleznable, al más convincentemente quejumbroso se le permitirá ejercer una despiadada sed de castigo-venganza-resarcimiento ad infinitum bajo el nombre de “derecho de la víctima”. Subsidios estatales, licencias laborales, indemnizaciones lavadoras de culpas, o hasta puestos gubernamentales forman parte de la cadena de trofeos que pueden llegar a llevarse las “mejores víctimas”. Porque en este punto es una obligación distinguir que entre víctimas que se autoinsuflan el carácter de tales a través del recurrente recurso de la queja como “caso resarcible”, y víctimas reales. Las primeras terminan quitándole los justos derechos a las víctimas reales que sí han pasado calladamente incluso por peores infiernos terrestres arropadas con el manto invisible del silenciamiento forzado las más de las veces. Este sobrepoblamiento discursivo de víctimas invencionadas justamente genera efectos completamente injustos para con las ya extensas cantidades de víctimas que sí son reales. Estas últimas deben, revictimizadamente, “hacer fila” en busca de justicia, mezcladas en el largo corredor de modernos quejosos con derecho a indemnización que ha fortalecido la falaz administración de igualdades pseudodemocrátista.


Hiparco es quien nos recuerda que el mundo y sus seres han sido susceptibles de enfermar, padecer y perecer desde siempre. Somos animales frágiles y fragilizables. Un poderoso virus puede poner en severo jaque a nuestro sistema de defensas, una piedra al azar puede partirnos la cabeza en una turística práctica de trekking, un tonto accidente doméstico puede poner fin a las funciones de la médula espinal de un desprevenido mortal que inocentemente se duchaba para ir rutinariamente a su trabajo, un grupo de células puede rebelarse malformándose y acabar con un cuerpo sano en cuestión de meses, una bala puede pasar por el parabrisas de nuestro auto en medio de la violencia de un inesperado robo, un dolor afectivo puede hacer mella en nuestro corazón literalmente, un desastre natural puede terminar con un hogar, despedazar una familiar, abatir a todo un pueblo en apenas minutos.  Todo esto forma también parte del curso de la vida misma y sus remolinos. Placas tectónicas moviéndose bajo nuestros pies, hélices genéticas predeterminando enfermedades, estilos de vida muy expuestos a la somatización del stress, el azar entre las probabilidades accidentológicas, los índices de criminalidad crecientes.

Tantas cosas hacen al incremento de nuestra ya natural fragilidad! Somos parte de un azar inmanejable, del mismo modo que no podemos controlar los genes que nos mapean, ni la matriz simbólica en la que hayamos nacido y crecido (y me refiero a las otras matrices también: la matriz económica, la matriz religiosa, la matriz social). Estas matrices no son escogibles, ni los problemas y limitaciones que impone tal procedencia. Lo que sí es cierto es que nadie puede privarnos de la libertad de elegir qué podemos hacer con esas matrices una vez que las asumimos y hemos pasado por el -a veces- también penoso proceso de admitirlas y reconocerlas.

Nadie nos ha destinado como portadores especiales de dolores.
No merecemos el sufrimiento para expiar ningún pecado original acometido por ancestros imaginarios.
No vinimos a esta vida para que nuestra carne padezca.
Excepto que nos creamos que tal (divina?) designación sufriente se ha enfocado hacia nuestra persona por un designio del más allá a fin de ser puestos a prueba en nuestra tolerancia al sufrir. Hay quienes suponen con fervor que hay alguna “voluntad” aleccionadora supernatural en esos dolores que nos toca pasar, o que existe algún invisible ser supremo que gusta de escoger “especiales sufridores” (o especialistas en sufrimiento) para que llenen su currículum con un "Master en Desgracias", y así sus almas ganen un boleto en primera clase, directo y postrero a algún lugar privilegiado dentro de la pirámide organizacional que parece prometer la fábrica ultraterrena de bienaverturanza celestial.

Ni dolientes especialmente seleccionados por ningún hado ni ningún dios imaginario, ni pecadores designados para ser repetidamente desgraciados y con ello pagar el peaje a ningún paraíso postmortem.

Hiparco nos devuelve a la simpleza pagana.
Y a la modestia mortal de hacernos ver como lo que somos: brevísimas motas cargadas de latido apenas flotando en la infinita vastedad de un universo que carece de fin y de sentido.  Y esta modestia de vernos como la nimiedad que somos realmente, es al mismo tiempo un acto nada humilde. No es humilde porque deberíamos ver en este jubiloso azar que es haber salido de la nada al existir, un privilegio estadístico, un llamado a honrar con inmensa gratitud alegre y gozosa el hecho de estar vivos.

Aprender a ser lo que somos: insignificantes granillos de arena en el vasto y medanoso universo. Eso somos. Aunque también debemos ser dadores constantes de sentidos pasionales que bañen a esa misma vida sin sentido ni destino prefijado con un aura alegre de afirmación, libertad y terrena voluptuosidad placentera.



3- Perspectivizar el dolor

Los dolores deben ser “medidos” (por usar una expresión más o menos explicativa) como retos propios a los que estamos sometidos todos los humanos en mayor o menor proporción sólo por el hecho de habitar como especie este planeta y sus “irregularidades”. Irregularidades que el discurso dominante llamará asimismo “inequidad”, o "desastre ecológico", o "hambre" o "pobreza extrema", o "guerra", o "intolerancia"... o “daños colaterales”.

La heterogénea distribución de acceso a la materia devenida “bienes”, variedades de geografías con variedades de peligros climatológicos, exposición diferenciada a los factores naturales, adversidades culturales-sociales-económicas francamente inhumanas imponen severas restricciones a la voluntad de alegre afirmación con que todo humano debería poder honrar el mero hecho sublime de estar vivo.

Recordar siempre que hay otros que la pasan peor que uno no es un consuelo ni muy efectivo ni muy práctico, pero ocasionalmente sirve para que no olvidemos que no tenemos un contrato de exclusividad con el sufrir (ni con el placer, dicho sea de paso), y menos aún habrá coronamiento para el “mejor sufridor” ni una necesaria justicia post-terrena que ampare finalmente al “mayor quejoso” de los infortunios existenciales que haya atravesado.

Vivo ahora en una región del Africa subsahariana, y algunas geografías -y producciones de subjetividad derivadas de tales geografías, culturas, desgobierno, violentamientos, hambrunas desesperantes, guerras sin tregua- ponen aún más las cosas en escala. Ver a un joven morir de hambre en Zimbawe, ver a un bebe enfermo de Malaria en Etiopía -uno de los que se muere cada 30 segundos en Africa-, ver camas llenas de pre-muertos de SIDA en Namibia, o conocer a una mujer en Johannesburg que tal vez pase a formar parte de las estadísticas de violación -teniendo en cuenta que una mujer es violada cada 26 segundos en Sudáfrica- todo esto hace que, indefectiblemente una tenga el deber de poner, cuanto menos, el dolor propio en perspectiva... 




4- El pasaje del vaso vacío al “vaso medio lleno”

Sí, se trata de recuperar las representaciones que afirmen las fuerzas ascendentes y limitar el poder enfermante de aquellas representaciones que tiendan a debilitarnos, a quitarnos potencia, a ser objeto de las fuerzas descendentes.
Y justamente practicar esta "selectividad existencial" duramente sobre todo cuando arrecian grandes tormentas-tormentos cargados de tentáculos de negatividad. En momentos difíciles nos resulta mucho más arduo dar con sentidos positivos que nos conduzcan a aprender de los reveses que se viven en la amistad, en el amor, en el trabajo, en la familia. Podemos perder posesiones-objetos, dinero, propiedades- ver como se va desdibujando una antaño valorada amistad, conocer el enojo doliente que acarrea una punzante traición, experimentar la ponzoña de que se difunda una venenosa mentira sobre nuestra persona o sobre nuestros seres queridos, sentir el desgarro inconmensurable de un desengaño amoroso, o perder en manos de la muerte a quien tanto se ha amado. Sin dudas, ante tales escenarios de dolor, será saludable darse un hondo tiempo para las lágrimas, todo el necesario… pero pasado el duelo, hay que duelar el duelo mismo. En algún momento asomar la cabeza fuera del pozo oscuro y soportar otra vez -al principio es un literal soportar- el encuentro con la luz. Luego de  haber llorado todo lo necesario de ser llorado, hay que recuperar el hilo conductor del trabajo sobre sí mismo.

Hallar tal vez una explicación semiarticulada para lo que pasó, a veces forma parte de la sutura.
Pensar en qué horizonte nuevo se abrirá luego de que esa misma herida avance en su proceso de cicatrización también forma parte del túnel de salida del sufrir.
Otras veces, quizás perder nuestros bienes nos resulte en algún sentido liberador o en algún aspecto nos haga redimensionar otras formas de valor que la sujeción a la materialidad no nos permitía apreciar.
Tal vez el amigo que nos dio la espalda y se aleja nunca había sido tal, o se ha desfasado de nuestro recorrido en un punto tal que el lazo afectivo-amistoso no era ya más sostenible.
Acaso la traición nos enfrente de una vez por todas a las cegueras y falsas creencias que jamás nos hubiéramos atrevido a mirar del otro, por temor, por inseguridad, por cobardía o por comodidad.
Quién sabe si fortalecerse luego de una infamia y de estoicamente haber sido objeto de la maldad de injuriarnos no nos vuelvan finalmente más pulidos de espíritu, más capaces de ponernos de pie y mostrar desde el ejemplo lo que es luchar por la propia dignidad, pudiendo gradualmente ir sintiendo que se ha adquirido mayor valentía al haber sido uno capaz de calzarse las sandalias de David y derribar con la gomera de la verdad al Goliat que con sus mentiras nos pretendió denostar.
Tal vez tras la hecatombe del desengaño apreciemos en su justa medida ese terreno de pequeñez inauténtica en que mora el traidor y re-aprendamos lo que es la grandeza ética de aquellos que realmente son capaces del don de la lealtad.
Quizás perder lo intensamente amado nos lleve a cobijar en la calidez de la memoria lo mejor de lo vivido con ese particular ser, y a re-evaluar que aún nos queda la belleza de los instantes únicos que todavía podemos seguir compartiendo con los que nos acompañan sin mascaradas por entre este trayecto que es persevar en la existencia.

Entonces, transmutar el dolor en alegría.
Virar de las pasiones tristes hacia estados que propicien y produzcan alegrías.
Pegar un golpe de timón en un resquicio -aunque éste sea muy pequeño- que nos de la tempestad.
Y como un Odiseo sacudido en el Odre de los vientos, gritar en busca de un sentido posible flotando escondido entre los restos del naufragio, entre los despojos en que nos sentimos apenas suspendidos luego de que una mayúscula vuelta de campana puso patas para arriba nuestra nave vital.




Hacia un jubileo pagano

Para Hiparco, finalmente, la vida debe ser ocasión de júbilo “nos toque bailar con lo que nos toque bailar”. La filosofía, para este casi anónimo discípulo de Demócrito, es el camino que nos permite poner en perspectiva todo: ubicar en la vanalidad y en cuidadoso distanciamiento a lo trivial, aceptar en su punto medio lo inmodificable, acercarnos sin rodeos al presente cuando éste está investido por el bien de la dicha, o extraer del barro doliente la diamantina lección de vivir la vida sin dilaciones.

Hiparco nos quiere jubilosos, lo cual quiere decir, habitando con prevalencia la dicha. Ser plenariamente indulgentes en lo que hace a proveernos de pequeños o grandes placeres. Recobrar la libertad en la gracia de danzar lo que se viva, siempre, como si se tratara de una potente fiesta, trágica fiesta del existir.
Sensualizarnos.
Hedonizarnos con refinada sensibilidad.

Adquirir una relación de contacto con la vida tal, que jamás renunciemos al alimento del goce y al regocijo delicado pero intenso de todos los sentidos.
El disfrute de los instantes felices, y la puesta en destaque de los buenos momentos fugaces pero potentes serán para Hiparco la mejor garantía de una vida “lo más placentera posible” (tal el encabezado del capítulo que Onfray le dedica en su libro) y este será a la vez el mejor antídoto a que podamos acudir ante las ponzoñas del destino, el declinar de nuestros cuerpos y la dolencia que imponen las desgracias.


Hiparco, o cómo hacer de estar vivo una celebración enhebrada por la pasionalidad alegre que emana del placer de crear, construir, producir, preservar, cuidar, modelar y elegir en total libertad deseante buenos momentos…



(Me gusta Hiparco, sobre todo en la llamada "Semana Santa". Que bien conste).






Imagen:
"La alegría de vivir" (1905-1906)
Henry Matisse



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miércoles, 20 de abril de 2011

En la tristeza estamos perdidos - Gilles Deleuze


En la tristeza estamos perdidos
Gilles Deleuze




"La tristeza no vuelve inteligente.
En la tristeza estamos perdidos.
Por eso los poderes tienen necesidad de que los sujetos estén tristes."



Gilles Deleuze
 
 
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Live every day like it's your last



Live every day like it's your last



"Nosotros vamos a morir y eso nos convierte en los afortunados.

La mayor parte de los seres humanos posibles nunca van a morir porque nunca nacerán. El potencial número de seres humanos que podrían haber estado aquí, en mi lugar, pero que de hecho nunca verán la luz del día excede en número a los granos de arena del desierto del Sahara.

Sin duda esos fantasmas no nacidos incluyen poetas más importantes que Keats y científicos más grandes que Newton. Nosotros sabemos esto porque el conjunto de posibles personas permitidas por nuestro ADN excede masivamente al conjunto de personas actuales reales.

En el límite de este raro hecho extraordinario estamos, en nuestra normalidad, tú y yo, los que estamos aquí. Nosotros, los pocos privilegiados, los que ganamos la lotería del nacimiento contra de todas las probabilidades ¿cómo nos atrevemos a rebelarnos contra nuestro inevitable retorno a ese estado anterior del cual la inmensa mayoría nunca va a haber salido?”




Palabras que ha escrito Richard Dawkins para su propio funeral,
incluidas en su libro “Destejiendo el Arco Iris”
 
 
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lunes, 18 de abril de 2011

Paradojas de la lejanía



Paradojas de la lejanía




“No se recuerdan los días,
se recuerdan los momentos.”

Cesare Pavese



Lejos. Cerca.
Juegos arbitrarios, arbitrarios juegos de la relatividad.

Tan cerca se puede estar en lo lejano como lejanísimo sentirse en la cercanía. Por lo que la lejanía es, entonces, asunto inherente a la sensibilidad. Lo lejano ha de sentirse al igual que sentimos-experimentamos estar cerca. Sin embargo lo que experimentamos bajo estos dos modos y sus paradojas da cuenta ampliamente de que el par cercano/lejano no siempre concuerda ni con la lógica ni con las leyes físicas.


Lejano es una aparente categoría propia y/o devenida de la distancia. Y siendo que la distancia compromete al espacio y al tiempo, se esta lejos de un cierto “tiempo” o de un determinado “lugar”. Aunque por las maravillas conjugatorias esto también implica que se puede estar en “un punto lejano del tiempo”. Luego, lejanía es, a su vez, una expresión que anímicamente se asocia al apartamiento, al enfriamiento afectivo, y a una serie de sensaciones que van desde el estiramiento de un lazo a su completo desapego respecto de este último. Hume incluso afirmaba que la distancia hace que disminuya la fuerza de algo, y de modo contrario, el acercamiento a cualquier objeto (aunque ese acercamiento no se manifieste abiertamente a los sentidos) opera sobre la mente con “un influjo que imita al de una impresión inmediata”. Digamos que, allí donde la distancia quita fuerza, la cercanía la restituye...

Lo cercano, al menos si nos atenemos a su versión emocionalmente positiva, nos empuja la mente a aquello que nos hubo de envolver dentro de una cierta atmósfera familiar, cálida, propicia para nutrirnos (alimentaria y/o simbólicamente). Se requiere cercanía para amamantar a una cría, para reconocer primaria y primitivamente su olor, sus marcas corporales inconfundibles. Cerca de otros acontece la atracción, o el rechazo. Cerca, en el límite de pieles de lo que se mezcla en confusos flujos, abrazamos amatoriamente el cuerpo de otro. Lo cercano permite enviar y recibir señales precisas acerca de lo que intuimos como potencialmente bueno para nosotros mismos (en cuyo caso afirmaremos el deseo de seguir aproximándonos) o de lo contrario, en ciertas cercanías detectamos lo que potencialmente puede ser peligroso para nuestra integridad (en este otro caso deberíamos activar rápidamente nuestros mecanismos de desaproximación, si es que estamos instintualmente más o menos sanos). Pero ya sabemos que nuestro alto grado de civilidad guarda una relación perversa directamente proporcional con los instintos que dejamos en el camino: somos civilizados a costo de limar buena parte de nuestras señales instintuales. Una vez más la domesticación de la animalidad humana ocurre a expensas de silenciar o desmentir las valiosas señales que evolutivamente el cuerpo posee-y-envía como parte del cableado ancestral de nuestro entero sistema nervioso preparado para asegurar la supervivencia. Olvidamos instintos -o al menos le bajamos el volumen a muchos de ellos a punto tal de casi ni siquiera oírlos- a fin de volvernos educados, adaptados, civilizados, pacientes, en suma, estúpidamente dormidos.

De este modo, ese animal enfermo, enfermizo e incorregiblemente enfermable llamado “humano” insiste en quedarse cerca de aquello que lo daña, de aquello que lo debilita, de aquello que incluso hasta lo mata. Lentamente perder nuestras señales de alerta nos termina activando a niveles tóxicos nuestras pulsiones de muerte. Increíblemente en el reverso de esta misma moneda, nos desaproximamos anestesiadamente de aquello que nos contagia una irradiante potencia, nos alejamos temerosamente de lo que activa desmesuradamente el deseo, nos distanciamos de esas fuertes cercanías que abrirían una -peligrosa?- ventana a inciertos placeres intensos.
Preferimos al educado bicho ascético antes que al gozoso animal hedonista.
Indudablemente la moral aún goza de buena prensa, incluso en los laberintos interioristas de nuestras aparentemente liberales mentes del siglo XXI. Morimos de una muerte muy previa a nuestra finitud corporal: morimos por haber asesinado muy previamente las modalidades más vitalistas del propio deseo.


A esta altura resulta una obviedad que algo falla en el curso de la mayoría de las existencias. Y no se trata sólo de paradojas de la relatividad espacio-temporal.


El consuelo -retorcido consuelo si los hay- es justamente acudir a la paradoja de la lejanía.
Sucede así que, lejos, añoramos lo que “amorosamente” experimentamos como cercano-necesario-bueno alguna vez, procurando retener en ese/esos recuerdo/s revivido/s emocionalmente repetidamente la esquivada potencia de un lazo que quizá cobardemente hemos dejado en una distancia física autoimpuesta. En otros casos, demasiado cerca de aquello de lo cual alguien no puede distanciarse, la defensa de unos instintos debilitados imponen estertoreamente una “lejanía desapegada” a fin de -otra vez, de modo nítidamente retorcido- lograr ejecutar un modo perversamente realizable de distanciamiento, un distanciamiento que ese sujeto no logra poner en acto desde lo real.


Pero veamos por qué podemos pensar que las paradojas de la lejanía nos cuidan.
Ellas, las paradojas que se vivencian cuando se transitan ciertas lejanías, delatan la infinita necesidad de sentirnos protegidos por “buenas cercanías”. Cercanías que quizá no nos acompañen en una dimensión material ni física (como aclaraba acertadamente Hume), pero que no por ello dejan de seguir siendo nutricias, apaciguantes, placenteras pese a su irremediable distancia en lo que hace a poder experimentarlas realmente-materialmente desde nuestros sentidos.

Y tambien las paradojas de la lejanía nos exponen a nuestras faltas, nuestras fisuras, nuestros agujeros inquietantes.
Ellas desnudan las dolorosas perforaciones por los que nuestra aparente nave cotidiana -amarrada en sus rutinas previsibles, sus adaptativos acomodamientos, sus tranquilizadoras creencias ilusorias- hace agua. Se podrá argumentar sobre este punto que ninguna nave que sale a mar abierto vuelve sin alguna avería que atender. Pero me estoy refiriendo específicamente a la distancia desapegante que tornean a ciertos lazos cercanos cuando en éstos hay tanto tejido roto ya, que poco y nada queda por reparar. Permanecer en esa rotura -porque ya de lazo casi nada queda- revela ninguna otra cosa más que la infeliz cobardía de un apartamiento que el sujeto no se atreve a iniciar, ni mucho menos a sostener. En tales esclavizantes situaciones existenciales, el deseo se desvanece, perdurando sólo la voluntad de desaproximación pero sin haber un alejamiento real ni mucho menos un rompimiento del lazo ya debilitado y/o prácticamente inexistente. La pasión deviene “pasión triste” en palabras de Spinoza. Y la vida -que no es otra cosa que un conciente esfuerzo gozoso de honrar nuestras profundamente bellas pasiones- deviene del mismo modo puro acontecer de lo triste.



Las paradojas de la lejanía muestran cuan terriblemente difícil es practicar el sencillo lema de “estar aquí y ahora”. La cabeza humana es infinitamente traidora: estando “aquí” se desliza como una serpiente venenosa hacia un “allá” inexistente, perdido ya, o irrealizable por contrafáctico. Y a veces no se trata de una falta de voluntad por permanecer en ese real y sincero “aquí” sino de un apenas súbito signo indiscreto que irrumpe en medio de la sucesión de “ahoras” empujando las cuerdas del pecho hacia otro espacio-tiempo que se ha escapado entre los dedos como un médano de serena arena inasible. Los pies pierden ancla en lo real y... recordamos añorantemente.


Otras veces, en las negociaciones entre las lejanías por las que optamos y las cercanías que hemos elegido nos inundan otro tipo de recuerdos: los recuerdos de lo que no fue. Recuerdos “if...”. Memorias paradojales para distanciamientos paradojales.
Se puede “recordar” lo que no sucedió?
Definitivamente sí. E incluso hay quienes, como Kierkegaard han visto en este acto de invencionar memorias un modo de alcanzar estados imaginarios de auténtica perfección.
Los recuerdos, su sustancia, está conformada por hechos -certezas comprobables- acopladas a una enorme cantidad de datos imaginativos adicionados por nuestra fantasía, nuestros anhelos, incluso nuestros temores. La sustancia de los recuerdos está tramada más con las hebras frágiles de la imaginería personal que con el acero de lo real. La textura de lo recordado y de lo recordable está dibujada sobre el papel de arroz de nuestras indelebles emociones y afecciones. Justamente por eso podemos “recordar” lo que nunca sucedió... pero deseamos de algún modo que hubiera sucedido.
Por qué persistimos en aproximarnos, en hacer cercanía con esos recuerdos insucedidos? Porque pese a no haber sido nunca acabadamente materializables en lo real han tenido un indiscutible valor para nosotros: lo deseado no fácticamente realizado nos hubo de contagiar, en su momento, una intensa dosis de “pasión alegre”, nos hizo experimentar dosis variables de entusiasmo, de fuerza, de potencia. Eso que evocamos en nuestra memoria “no fáctica” sí tuvo seguros efectos en la facticidad de nuestras emociones compositivas. Esa es la marca propia de los recuerdos paradojales. Recuerdos que no nublan el cristal de los sueños, como decía el hispano poeta José Hierro. Son esos benévolos estados de potencia los que la rememoración de los recuerdos paradojales buscan reeditar placenteramente.



Lejos. Cerca.

Lejana cercanía. Cercana lejanía.
La sensible emoción desabotonando la blusa de las memorias imperdibles.



Y después de todo, o ante todo, mi propia memoria etimológica desenterrando sin aviso previo el latino verbo “recordar”, perfecta intersección del prefijo “re” (volver a... ) y “cor”-”cordis” (corazón). Recordar. Casi, un antiguo despertar.
Volver a pasar la música de la memoria por las cuerdas del corazón.
 Lejos. Cerca.
Otra vez las vueltas en espiral del corazón.
Paradojas sintientes de la distancia.




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