martes, 28 de septiembre de 2010

domingo, 26 de septiembre de 2010

Ese amoroso y doméstico animal político llamado “humano”


 
Ese amoroso y doméstico animal político llamado “humano




“Algunos de los hombres más salvajes son las mejores mascotas.”
 

De la siempre provocadora Mae West
(“Bella de los noventa”, 1934)






Nuestros más entrañables vínculos… nos domestican?
Amar a otro ser implica aplicar sobre éste cierta micropolítica “voluntad de domesticación”?
Pueden los vínculos amorosos ser pensados como eficaces herramientas de rebañización social?
Cómo intervienen los juegos de poder en los lazos vinculares?
Serían los lazos, por la vía de la domesticidad, un asunto pensable desde el punto de vista político? 
Son nuestros osados y tercos deseos pasibles de ser domesticados?




-El amor “pactado” del animal humano


Vincularse y coexistir en forma estrecha con alguien requiere acordar cierto marco que regule esa relacionalidad. Desafortundamente, para nuestro “lado dionisíaco”, no todo es gozoso devenir ni puro principio del placer. Apolo siempre nos anda apurando el tranco sinuoso de nuestro derrotero desiderativo con sus cuadriculadas espuelas: el dios de las formas nos recuerda que estamos bajo el imperio y peso del “tú debes”. No olvidemos que es Apolo mismo, en su multietimológico origen, el dios de la vida política (al menos según el gramático alejandrino Hesiquio),  también quien guía divinamente las manadas, siendo considerado a su vez dios de la colonización. 
Meterse en las fomas-formalidades de los pactos, efectivamente, nos volvería plenos animales políticos y nos… rebañizaría? 
Son los pactos un medio de “colonización” cultural a través del cual entramos de cabeza a cumplimentar los mandatos más ciegos de nuestra sociedad y a encadenarnos al poder?

Cuando la frágil pasionalidad vira hacia la –aparentemente más sólida- categoría de la relacionalidad se vuelve menester fijar mínimos marcos, establecer reglas, poner mesura y templanza a la vasta bravura caotizante de las errancias deseantes. 
Los pactos sedentarizan lo que el deseo nomadiza. 
Las flechas certeras de Apolo nos fijan a la entomología social con eficacia asombrosa. Pasamos del desorden del éxtasis sensible a la armonía ordenada racionalmente. De los brazos de Dionisio a la cabeza de Apolo. De los universos del devenir al mundo pacto.

Nuestra “tragedia” estructural, constitutiva, elementarísima, consiste justamente en buena medida en hallar inestables equilibrios dentro de ese tironeo inmortal que batallan, bajo nuestro nombre propio, las subversivas fuerzas desordenadoras de la pasión contra las fuerzas milicianas compuestas por los principios ordenadores de la prudente racionalidad. Y viceversa. 
Sobre este encuadre general en que se monta el sustrato de nuestros trágicos devenires, el principio de realidad triunfa llevándose de maravillas con el orden que ejecutan los pactos y contratos.

Afectivamente hablando, somos todos/as hacedores concientes (e in-concientes) de pactos de amor. Todo vínculo amoroso entomologizado como “relación” posee su propio y singular stock de reglas eficaces y efectivas a la hora de organizar las conductas, orientar ciertos comportamientos y elidir ciertos impulsos. Desde esas reglas dichas y/o no dichas, desde la letra grande y la letra de hormiga de los pactos habrán de regularse los intercambios afectivos, emocionales, sexuales, económicos, etc. que tendremos con nuestros eventuales otros significativos.




-Obediencias, acatamientos y… líneas de fuga vitales

Los pactos se acatan, se aceptan, se cumplen. Por suerte –aunque no sin grandes dificultades- también pueden revisarse, reconfigurarse, rehacerse e incluso hasta disolverse.

El animal humano está “formateado” psicológica-cognitiva-emocionalmente para deambular dentro de diversos tipos de pactos. En otras palabras, estamos preparados para acatar y subsumirnos a los pactos. Por qué? Sencillamente porque aprendemos muy tempranamente y de manera básica que esos “acuerdos” con el otro nos preservan, nos aportan un marco imprescindible para sobrevivir. También, como curiosamente ya veremos más adelante, contamos con una igualmente vital capacidad para resistirlos. Desacatar, desobedecer, incumplir pactos es asimismo algo inherente al ser en su mundo relacional. En ocasiones, subvertir la posición de uno dentro de un determinado pacto (e incluso abandonar un pacto, huir de él) resulta ser, a todas luces, también un acto de supervivencia. Doble rostro de Jano de los pactos.

Ubicarse a sí mismo en un pacto es aceptar algún grado de limitación en la propia libertad, y a la vez, solicitar que el otro acepte de igual modo un grado de limitación sobre los usos de su libertad.

Pactar es negociar, aceptar y asentir en ciertos asuntos, aunque lo hagamos en proporciones disímiles y de maneras no siempre demasiado claras.

El animal humano es un ser de pactos.
Los necesita para ordenar el desorden de sus pulsiones, de sus voluptuosas pasiones, de su extraña y hasta tirana fisiología silente.
Ganamos orden, perdemos animalidad.
Nos volvemos civilizadamente domésticos enlazando y adecuando los deseos al poder, tal como decía con total lucidez don Enrique Marí.
Todo pacto descaotiza…  al menos hasta que deja de hacerlo…

Ocurre, como ya observáramos, que para el sujeto ordenado-sujetado por sus pactos estos mismos pueden volverse en su contra. Los mismos pactos que otrora lo ayudaron en lo “micro” a dar orden a la caótica de sus flujos de deseo y sus impulsos nerviosos, al mismo tiempo lo limitan, lo estrechan, lo cerrojan en esa invisible celda “macro” cuyo objetivo final es la adaptación social al medio. Hay pactos que lejos de colaborar con la supervivencia, juegan su juego para el lado de las pulsiones de muerte.  



-La "dación" y la imposible igualdad

Un error (o debería decir ilusión?) que abunda en las creencias que se activan en aquellos que se envuelven intensamente en alguna clase de pacto afectivo es el mito de la justa igualdad. 
La ilusión de reciprocidad en el plano afectivo es, tal vez, la peor semilla de resentimiento potencial existente en un vínculo. Se malsupone que en tales pactos intravinculares debería existir una cierta “justicia” e igualdad respecto de las proporciones de libertad que cada pactante entrega para que justamente ese pacto sea viable. Y de idéntica manera se alimenta la ilusión de que, tratándose de amor y afectividad, debemos ser coronados con una  idealista correspondencia mutua. Demandamos, tácita  o explícitamente,  que se nos trate desde una virtuosa reciprocĭtas . Error de errores!

No existe ni igualdad ni reciprocidad en tal entrega de la libertad. Ni debería porque existir alguna!
Fundamentalmente, tal errónea búsqueda reclamante de justa igualdad y reciproca correspondencia es  un equívoco porque la “dación” no es un fenómeno capturable desde el derecho a la aequitas.
Ejemplificando, podríamos decir que una madre no debería esperar un “justo retorno” de lo que ha dado a-por sus hijos en nombre del amor. Lo que ha dado lo ha dado. Punto. Sin esperas de un “retorno”, de un justo “vuelto”. Tomando otro ejemplo desde otro territorio amoroso, el amante no debería ajusticiar simbólicamente a su amado en nombre de un sollozante “todo lo que yo te he dado” si el amado decidiera desterritorializar su deseo y nomadizarse erótica y/o amatoriamente.

La dación es un fenómeno complejo pero imprescindible a la hora de intentar comprender la i-lógica de los lazos.

Se “da”, nos “damos”, porque la potencia de ese efecto era -o es- tal que no podemos ni desconocerla ni reservárnosla. El afecto es una dación porque nos desborda hacia el otro.  Pero en crudos términos  hay que sincerarse y reconocer que el otro no nos ha obligado a que lo amemos.  En todo caso lo hemos amado porque la intensidad del afecto era tal que nos empujó a revelar ese irracional desborde de nuestro sentir a quien amamos. Y qué otra cosa inteligente puede hacerse ante un desborde afectivo que entregarse a la comunicabilidad de ese desbordar?! El asunto aquí es que lo que el otro nos dé, ese “caudal” de dación que nos llegará del otro, no sólo no es previsible sino que no es ni exigible ni demandable. Cosa triste demandar dación. E inútil, por cierto. Incluso –horror vacui!- podría hasta no haber retorno afectivo alguno por parte del otro. 
Sí, el amor es una incertidumbre conjugada bajo condiciones de alta probabilidad de desbalance.
Pactamos porque es justamente "bajo pacto" que se intenta introducir la claúsula que garantice la igualdad emocional, la justicia afectiva, la reciprocidad amorosa. El pacto introduce en los vínculos una ilusión -o un pack de éstas- allí donde justamente la realidad nos muestra que no es posible ni viable ni lo recíproco, ni lo justo ni la correspondencia, ni la igualdad. Por eso, en el propio vientre el pacto está la serpiente de su fracaso. Pactamos para tratar de docilizar la animalidad sin garantías que subyace bajo nuestra civilidad y sus vínculos fundantes. Pactamos en la relacionalidad para transitoriamente hacer emerger la posibilidad ficticia de la seguridad amorosa. Pactamos buscando domesticar lo más indomesticable del animal humano: su deseo.      


 
-Una riesgosa puerta a la inautenticidad tras el muro de la tristeza

El reclamo de “justicia en la igualdad” que de alguna manera reclaman reprochonamente aquellos que participan de un pacto amoroso es absurdo por doble vía: el amor no entiende de justicia y menos de igualación. Salvo que querramos ilusionarnos con ello… lo cual siempre es una opción balsámica posible, aunque falsa. 
Lo que es verdad, duramente verdad, es que no habría razones reales para fundamentar por qué exigir que en los pactos afectivos deba existir alguna forma de justa reciprocidad. Las únicas razones que podemos esgrimir para exigir reciprocidad en los afectos son aquellas pseudorazones de orden moral. Digamos que “estaría bien” dar si se ha recibido. Pero no hay obligación ninguna de hacerlo. No hay ningún deber de dar nada a cambio. De hecho, quien da afectivamente obligado por razones morales obra con inautenticidad. Esa dacíon forzada es de origen insentido, irreal, inauténtico. Lógicamente,  está repleto de menesterosos emocionales que ante la posibilidad de quedarse sin siquiera la ficción del amor, prefieren aceptar el disfraz de una dación falsificada. Cuestión de tolerancia a la mentira. O cuestión de triste indigencia afectiva, vaya uno a saber. Como sea,  pretender moralizar  el campo amatorio ha causado estragos psicológicos, tristeza, dolor y enfermedad.

Fuera de las ficciones de utilería de la moralidad, lo cierto y comprobable en la fenomenología de los lazos afectivos es que nadie da ni se da por igual. Menos aún podemos mensurar ni lo que damos ni lo que nos es dado.

El amor, el afecto, escapa a la lógica de lo cuantificable.

Una concepción del “alma humana” como asunto político subyace en todos estas elucidaciones en las que se enlazan los asuntos de la pasión, del deseo, de la sujeción, de la gobernabilidad de sí y de los otros. Zôon politikón…
Sí podemos afirmar que, tratándose de asuntos en torno al amor y la afección, resulta viable pensar en términos de efectos de intensidad, renunciando con ello mismo a cualquier estúpida intención cuantitativa por estéril e improcedente, y a cualquier voluntad de igualdad, por errada e ilusoria.  Definitivamente hay que decir que nos equivocamos brutalmente cuando pretendemos decodificar algún afecto en términos de “menos y mases” –o peor aún- reclamar resentidamente desde esa lógica absurda y románticamente ficticia de la justicia amorosa. No hay balanza ni unidad de medida para volver cuantificable lo que hemos dado, ni lo que hemos recibido afectivamente hablando.

Amar es un fenómeno de intensidades,
fuerzas, 
potencias,
cruces de poderes.
Hay, indefectiblemente, quien puede más que otro en esos desequilibrios del dar-darse.

Amar es enredarse en un incierto juego de fuerzas y múltiples poderes. Pactar en el amor es una de las caras del prisma micropolítico de las subjetividades. Somos animales políticos, somos animales de pacto. Ergo, somos humanos pactadores en estado político. Domésticos animales políticos infinitamente humanos, vastamente errados, fugazmente equilibrados.


Hay una política del amor, inevitablemente siempre la hay.



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martes, 21 de septiembre de 2010

“Una invitación a la primavera” - Horacio Fiebelkorn



“Una invitación a la primavera”
Horacio Fiebelkorn




Lo que hasta este momento fue una flor 
comienza a ser una cereza. Lo que hasta ahora
fue la palabra cereza, cae de la página y se convierte
en un fruto que rueda y se detiene
en los labios de los amantes. En secreto
lo muerden. En silencio atrasan los relojes
hasta la próxima estación.







“Una invitación a la primavera”
En: http://diariodellunes.blogspot.com/2010/08/una-invitacion-la-primavera.html


Más poesía, literatura, escritos y pensares de Horacio Fiebelkorn:

http://diariodellunes.blogspot.com






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domingo, 19 de septiembre de 2010

Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo




“Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo”.



Anaïs Nin
(Neuilly, Francia, 21 de febrero de 1903 - Los Ángeles, 14 de enero de 1977)
Escritora franco-estadounidense



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domingo, 12 de septiembre de 2010

sábado, 11 de septiembre de 2010

Re-presentando la justicia

 

Re-presentando la justicia
  



"Pues mi noción de justicia es esta: los hombres no son iguales."
 
Friedrich Nietzsche



La categoría de lo humano, en tanto definición política que intentaba dar cuenta de un supuesto conjunto forzadamente homogéneo de prácticas sociales y subjetividades, arrastraba consigo la pretensión de representar a la humanidad toda bajo una falsa forma uniformante. Esa unidad designativa molar, totalitaria y totalizante se ha destroquelado por completo. 

Habitamos un mundo en el que nos rodea la diferencia: la fenomenología de la otredad se nos pasea delante de los ojos por doquier. Incluso a nivel estrictamente subjetivo, somos cada uno de nosotros mismos un auténtico haz de diferencias amparadas bajo la vetustez de esa expresión ambiciosamente unitaria llamada “identidad”. La "identidad" como concepto teórico coercitivo fue a las subjetividades lo que  el concepto de "lo humano" a las diversidades culturales.
 
Hundidos bajo los múltiples modos que asume lo diferente, confrontados con la diferencia de los otros, y con el otro internalizado como diferencia en el teatro identitario de nuestro mismísimo ser,  nos atrevimos a ir despegando las alas del rígido telgopor en que nos clasificaba la entomología sociocultural. La resistencia simbólica de "los diferentes" logró componer un no del todo articulado -pero sí altamente efectivo- mapa de  contrapoderes  micropolíticos que retaron a duelo en distintos terrenos a la violencia logocentrista.  

Dispuestos a romper las murallas trás las que asomaba la promesa de lo libertario, hemos hecho de la  variación, la variedad, lo distinto y lo diverso una bandera sin bandera, una intermitente pero sostenida batalla sin demasiadas armas convencionales, una antorcha terca para terminar de espantar cualquier resabio de maldito oscurantismo. 

Luego de la disolución de esas designaciones coercitivas falaces bajo las que incómoda y sufrientemente se nos hubo de exigir obediencia y adaptación, otras formas inéditas de ser, de estar, de habitar, de amar fueron saliendo a la luz. Lo normativo fue triste asunto a tratar por las eternas ratas  sepultureras lameculos de la moral, el orden y el status quo. Mientras tanto, la microhistoria  rescataba del letargo a los arqueologistas del tiempo pasado.  Otras fuentes, otras  miradas, nuevos sujetos históricos, nuevas cogniciones. Los genealogistas deconstruyeron cantidades de infamias seculares y se encargaron asimismo de asumir la tarea de denunciar mentiras y encubrimientos. Poco a poco se fue dando voz a lo que hasta entonces había permanecido engullido dentro de la legitimada invisibilidad de las interpretaciones impuestas por las alimañas del poder biopolítico y los detentadores de ultraterrenas pseudoverdades inmaculadas. Última estocada cuasimortal a la autoridad autoritaria de lo sacro. Acción subversiva de los saberes contra el monopolio del conocimiento, ἀμήν... (*)  


Engendrando diferencias entre nocturnas tinieblas, amanecimos intensamente telúricos, naciéndonos diferentes. 


Entonces, ha llegado otro tiempo: el tiempo de poner en interrogación a la fuerza conservativa de la Ley y a sus sagradas instituciones inerciales. 

Entonces, lenta pero irremediablemente, esas nuevas libertades subjetivas hace poco tiempo atrás paridas doliente pero gozosamente, comienzan a cuestionar a las arbitrarias distribuciones de lo justo y lo injusto. Las diferencias -esas que toman cuerpo y se vuelven encarnadura en las vidas y elecciones de los diferentes- interrogan radicalmente sobre el deber y la sanción, sobre la obligación y el derecho, sobre la norma y sus transgresiones. 


Entonces, empezamos a transitar la fértil incertidumbre de exigir nuevas formas de descifrar y entender lo que es la justicia. 


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(*)  ἀμήν: expresión griega para manifestar aquiescencia y/o fuerte deseo de que tenga efecto lo que  anteriormente se ha dicho. De ella deriva la expresión en latín tardío "amen", y también la vinculación con la palabra hebrea "āmēn" (verdaderamente).


viernes, 10 de septiembre de 2010

Del miedo y sus monstruos - André Gide




“Hay muy pocos monstruos
que garanticen los miedos que les tenemos.”


André Gide 
 Escritor francés 
(1896-1951)



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jueves, 9 de septiembre de 2010

Domesticación, lazo y cautividad


Domesticación, lazo y cautividad






“La esclavitud más denigrante es la de ser esclavo de uno mismo.”

Séneca



Leer inspira. Y vaya que si lo hace!
Agradezco esos estados en que, inesperadamente, un texto viejo-nuevo-revisitado-fragmentado despierta en mí zigzagueantes preguntas. Textos que me invitan a levar anclas, y echarme a navegar (incluso imprevistamente y con poco equipaje) entre las aguas quietas de lo que damos por cierto, o por el arremolinado oleaje de las propias sensaciones encontradas, de los propios sentires contrapuestos que se mueven sin mi consentimiento y lentamente al contrario de las agujas del reloj. Sí, me gustan los textos que en su aparente simpleza, provocan.
El fragmento del post anterior (gracias miles, Sara Heredia Gallego por haberlo seleccionado hace unos meses atrás desde tu muro de Facebook) es de “El Principito” de Antoine De Saint-Exupéry. Allí dialogan el zorro y el famoso muchachito de rubios cabellos. Un fragmento que quizá, condense como pocos el espíritu de ese clásico libro sin edad y para todas las edades.

Anduve así atrapada por el “asunto” vital que se juega en ese dialogo: los lazos.

Y particularmente, por la domesticación que genera un lazo.

Domesticar… vaya palabra con su carga de ambivalencias.

En mi casa tengo una perra, fiel y adorable, a quien quiero como tal vez nunca antes había querido a una mascota. Ella es mi querido “animal doméstico”. Me sigue por todas partes: cocino, y está a mi lado; escribo, y se tira a mis pies; leo, y se queda al lado de mi silla; me espera feliz moviendo su cola y dando regocijantes saltos de alegría cuando regreso a mi hogar; la alimento, la baño, la cuido, juego con ella… mi perra es mi lazo más puro con un adorable bicho domesticable.



-Domesticar, esa cautividad…

Sin embargo, en el terreno de la relacionalidad entre humanos, particularmente la palabra “domesticar” me despierta como intuitivamente un rechazo: cierto tufillo hay en ella muy elocuente que alude a falta de libertad, a límite en la autonomía personal, a control sobre la exhuberancia de los deseos, a dominación.

El domesticador, en efecto, domina a lo domesticado.

En lo intervincular no me place en absoluto percibir los estragos de la domesticación. El verbo “domesticar” atenta contra la libertad personal, y con ella, contra el deseo.

Veo demasiado rápidamente entre las brumas de “lo domesticable” imágenes de bridas, sonidos a viejos rigores, malolientes polillas de autoridad, diseños de vidas prefabricados en hojas cuadriculadas, cabezas bajas en actitud de sumisión. Domesticar me gatilla imágenes de filas, rutas, recorridos rectilíneos y movimientos uniformes, rebaños impersonales. Gusto a cautela mezclado con dosis de temor, peinados engominados y manadas de seres hechos en serie... domesticados a gusto del consumidor.

Llevada a escoger, sin dudas prefiero la completa falta de garantías y exceso de riesgos de la insumisión.

El precipicio incierto que es caer en los usos múltiples de la libertad, la promesa gestante que duerme en la hoja en blanco del que se aparta del camino prefijado de antemano, la incertidumbre del trayecto que se atreve a no establecerse fines previos. Los altos precios de llevar la cabeza en alto, libremente, son tan indomésticos como el galope bravío bajo cielo abierto, el vuelo solitario del águila y el cabello tan desordenado como sueltas las ideas. 

Bien se me podrá discutir que he abierto la expresión “domesticar” desde su lado muy descalificante y duramente pesimista. Seguramente. Pero,  acaso hay un bright side de la domesticidad? Cuesta creerlo…

Para contrarrestar este pre-juicio mío, tan hostil a la domesticación, me arrojaré a las fauces de este asunto, intentando no tener otra que la simple meta de explorar, sentir, adivinar qué implica el domesticamiento. Incluso –valga el desagrado- tomaré contacto con mis propias cadenas. Porque es este terreno, todos estamos atados a la "columna" (palabra que Nietzsche  toma para metaforizar el asunto de la sujeción y a esclavitud del individuo) de lo domesticable,. Algunos lo están más, otros menos, pero no hay quien no tenga en algún punto colocado algún tipo de grilletes…

Quizás, hasta confío encuentre un costado lumínico (como lo hace el Principito con su amada rosa) que me termine arrimando a este asunto de la domesticación con una sonrisa plácida. Lo intentaré. 
Ab imo rectore, y al menos en un primer momento, definitivamente me he sincerado aclarando que tengo no las mejores representaciones y sensaciones en mí respecto de este tema. Representaciones y sentidos que se desencadenan sin ninguna simpatía hacia los fenómenos de la domesticación, excepto obviamente los ligados a aquellos sentimientos de los que disfruto con mi querida perra “Almendra”.   

Mis primeras cavilaciones en torno a este terrritorio (i-)lógico de los lazos arrojan las siguientes inquietudes sobre la mesa de discusión:
-Somos los mortales humanos animales domesticables por definición?
-Qué, quién, cómo y cuándo podemos reconocer nítidas situaciones de domesticación subjetiva?
-Es el lenguaje una forma primordial de domesticación?
-Por qué "debemos" hacer lazo? Acaso son nuestros lazos una necesidad para la supervivencia?
-Siempre domestican los lazos o es posible pensar en lazos que no domestiquen?
-Llegado cierto punto, es posible afirmar que nosotros mismos nos "auto-domesticamos"?
-Qué juegos se traman entre libertad, autonomía, lazo y dominación?
-Qué peligros traen consigo ciertos poderosos nudos que nos enlazan a determinados seres significativos?
-Podría un "des-enlace" poner en riesgo la vida de un sujeto? Acaso hay lazos que matan?
-Por qué amar "crea lazo" y cómo han de conjugarse el deseo de enlazarse y la voluntad de dominio?
 

Con una tenue luz de un pabilo frente a mis ojos medio insomnes me interno en estos parajes claroscuros de la domesticación, no sin antes reposar por un instante en “La palabra áurea” de “El caminante y sus sombra” de Nietzsche:


“Al hombre se le pusieron muchas cadenas, a fin de que olvidase comportarse como un animal: y verdaderamente él se ha vuelto más apacible, espiritual, alegre y sensato que todos los animales. Pero ahora sufre por el hecho de haber llevado cadenas tanto tiempo, y por haberle faltado por tanto tiempo el aire sano y el libre movimiento; pero estas cadenas son, lo repetiré una vez más, los errores graves y a la vez sensatos de las ideas morales, religiosas y metafísicas. Sólo cuando la enfermedad de las cadenas sea superada, la primera gran meta será alcanzada verdaderamente: la separación del hombre de los animales.”


Pienso, al menos por ahora y hasta aquí, que si la domesticación (en tanto moldeo, adaptación, represión, inhibición instintual y condición de cohabitabilidad humana “funcional”) es un proceso inherente a la subjetivación, no será como decía Fénelon, que habrá que considerar como el más libre de todos los hombres a aquel que pueda ser libre dentro de la esclavitud?


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martes, 7 de septiembre de 2010

Crear lazos (Fragmento "El Principito" - Antoine De Saint-Exupéry)


Crear lazos
(Fragmento "El Principito"
  Antoine De Saint-Exupéry)



Entonces apareció el zorro.

-Buenos días -dijo el zorro.

-Buenos días -respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta, pero no vio nada.

-Estoy acá -dijo la voz- bajo el manzano...

-¿Quién eres? -dijo el principito-. Eres muy lindo...

-Soy un zorro -dijo el zorro.

-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-. ¡Estoy tan triste!...

-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-. No estoy domesticado.

-¡Ah! Perdón -dijo el principito. Pero, después de reflexionar, agregó:

-¿Qué significa «domesticar»?

-No eres de aquí -dijo el zorro-. ¿Qué buscas?

-Busco a los hombres -dijo el principito-. ¿Qué significa «domesticar»?

-Los hombres -dijo el zorro- tienen fusiles y cazan. Es muy molesto. También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?

No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»?

-Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro-. Significa «crear lazos».

-¿Crear lazos?

-Sí -dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...

-Empiezo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...

-Es posible -dijo el zorro-. ¡En la Tierra se ve toda clase de cosas...!

-¡Oh! No es en la Tierra -dijo el principito. El zorro pareció muy intrigado:

-¿En otro planeta?

-Sí.

-¿Hay cazadores en ese planeta?

-No.

-¡Es interesante eso! ¿Y gallinas?

-No.

-No hay nada perfecto -suspiró el zorro. Pero el zorro volvió a su idea:

-Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...

El zorro calló y miró largo tiempo al principito:

-¡Por favor... domestícame! -dijo.

-Bien lo quisiera -respondió el principito-, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.

-Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

-¿Qué hay que hacer? -dijo el principito.

-Hay que ser muy paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...

Al día siguiente volvió el principito. -Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

-¿Qué es un rito? -dijo el principito.

-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días: una hora, de las otras horas. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:

-¡Ah!... -dijo el zorro-. Voy a llorar.

-Tuya es la culpa -dijo el principito-. No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara...

-Sí-dijo el zorro.

-¡Pero vas a llorar! -dijo el principito.

-Sí-dijo el zorro.

-Entonces, no ganas nada.

-Gano -dijo el zorro-, por el color de trigo. Luego, agregó:

-Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver nuevamente a las rosas:

-No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún -les dijo-. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Y las rosas se sintieron bien molestas.

-Sois bellas, pero estáis vacías -les dijo todavía-. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa.

Y volvió hacia el zorro:

-Adiós -dijo.

-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito, a fin de acordarse.

-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.

-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el principito, a fin de acordarse.

-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...

-Soy responsable de mi rosa... -repitió el principito, a fin de acordarse.


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domingo, 5 de septiembre de 2010

Irreversibles flechas lanzadas al brumoso destino


Irreversibles flechas lanzadas al brumoso destino



“En la verdad y en el error, en el gozo y en el malestar, sé tu propio ser.”

Fernando Pessoa
“El libro del desasosiego”



 
“Hay tres cosas que nunca vuelven  atrás:
la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida.”


Proverbio chino







-Inciertas flechas, como dados en el aire…

Cuando los dados están en el aire, qué otra cosa puede hacerse sino esperar a que caigan? 

Dados girando aleatoriamente en el aire… o flecha soltada desde el arco de las decisiones hacia la garganta incierta de un destino en cuyo centro se teje a sí misma una invisible diana…

Mientras dura esa usualmente incalma espera (tiempo en que ya nada depende del yo y sus ilusorias manías de planeamiento y/o anticipación controladora) pierde todo sentido práctico volver a revisar si hubo la correcta tensión en el arco, o si nuestra voluntad de hacer blanco fue lo suficientemente efectiva.  De nada vale repasar lo que se ha hecho cuando ya -y aún…- la flecha está describiendo su puntuado hilván transparente, su trayectoria certera pero irrevelada, su interrogativo dibujo en el aire del devenir.


Punta, dardo, seta.
Vértice  que, como un ángulo de nuestra propia vida, amanece  suelto y dirigido al horizonte entre  ráfagas de vientos inmóviles.

Dados pintando piruetas en el azar aéreo.

La jugada está hecha.

Pero el movimiento sigue, irresuelto. Lo cual, inquieta.

O es quizá que inquieta más saber que es irreversible el proceso mismo del que ha partido la jugada?



-La inquietud de una jugada vital

Luego de haber resuelto mover nuestras piezas decisionales y haber lanzado así una jugada vital, qué es lo que nos inquieta realmente?  No poder volver atrás? Que nuestras indisimuladas ansias resultadistas queden insatisfechas con lo que advenga luego de la movida? La tensión que tal vez esto genere en nuestro entorno vincular? Haber podido hacer las cosas de un modo más acertado? Nos da miedo el resultado, o la certeza  de que una vez “jugada la jugada” poco y nada ha de poderse hacer para revertir lo que advendrá?


Veámoslo más de cerca.
Puesto que aún no ha dado en el blanco, la flecha se mueve sin todavía  alcanzar a decirnos dónde habrá de caer. Ella, en su callado trayecto guarda su mensaje final… y nos fuerza a aguardar. La flecha surca. Nosotros, entrepensamos.

Y si consideramos en la metáfora no ya la imagen de las flechas, sino girantes dados, la espera se nos presenta como ese paréntesis en el que todavía nada ha caído sobre el paño de la superficie. Nada es definitivo aún pero, paradójicamente, algo ya se ha definido.  Nos sentimos como estirados en una  irremediable tensión entre lo indefinido y lo ya definitivo. El resultado ya casi "es", pero aún baila en el aire dejándonos como atrapados en una cámara lenta casi hiriente, casi soberbia. El tiempo que media entre haber arrojado los dados y su detenimiento sobre una superficie que nos muestre cuales caras mirarán hacia arriba nos parece inhumanamente eterno. Sabemos perfectamente que en algún momento los dados han de detenerse sobre la superficie lisa del paño, sabemos que los dados caerán  (vaya que sí lo sabemos!) pero el aguardamiento de esa caída semeja una gran boca de incertidumbre queriendo tragarnos…

Me pregunto como atravesar lo que acontece cerca de ese territorio semioscuro que se oculta en la expresión “lo he decidido”, o “lo hice”, o “acabo de decirlo”.

Qué ocurre luego de ciertos enunciados, o luego de ciertos hechos discursivos que expresan decisión –y como una irrefrenable saeta- cortan la vida, casi como si la tajearan al medio? 

Luego del “punto” que se impone producto de lo que ya se ha hecho-dicho-terminado, llegan tres puntos suspensivos que nos dejan literalmente "en suspenso". Momento breve si se lo piensa objetivamente, pero alargado ad nauseam desde la perspectiva del sujeto que espera.  Aceptar la demora, el “paréntesis”, el aguardamiento es aceptarse a sí mismo como demorado, como suspendido, como aguardante.

Aguardamiento  sí, pero de qué?
Qué esperamos?
Deseamos lo que provocamos? Peor aún, desearemos lo que finalmente resultará?
Fuimos completamente libres al momento de soltar la flecha o de arrojar los dados?

Nos detenemos, trás haber hecho nuestra movida, intuyendo con certeza que luego sigue un manojo de consecuencias de las que, a su vez, nacerán nuevas otras consecuencias y así, el ciclo enrulará su rulo de hechos una y otra vez. Tal vez no sea la dureza irrevocable de los hechos seguramente venideros lo que nos angustie, sino la indefensión de sentir que no podemos volver el tiempo atrás y rehacer lo hecho, desdecir lo dicho, desactuar lo actuado.

Tememos menos a los hechos futuros que a los “des-hechos” que, como posible triste lastre, acompañarán a los primeros.



-Lo irreversible

Espirales de puntos y suspensos, esperas y definiciones.

Un camino de palabras por-venir, de gestos, de aconteceres que ignoramos, se irá desmadejando y enredando alternativamente junto con el hilo incierto que se enhebra desde lo irreversible.

La sensación ante lo irreversible refuerza la inquietud y acentúa la angustia que acompaña a  esa espera. Nuestra espera se encuentra originalmente atada al movimiento del cual ya no depende nuestra acción. Saber de la imposibilidad que es autoconciencia de no poder volver la página hacia atrás.

Vuelvo al ejemplo de la arquería, un arte que me resulta particularmente didáctico para pensar el trayecto que termina configurándose a partir de ciertas decisiones, palabras y acciones.  Considero que el tiro con arco es un arte pleno en sabidurías guerreras, necesarias y pedagógicas a la hora de hallar metáforas de la espera, de la precision, del dominio de sí.  Será que a la luz de las metáforas que ofrecen esas flechas, encendidas con rigor pasional desde la tension del arco, es posible ofrecer alguna meditación reflexiva acerca de lo irreversible?



-La espera: entrenarse para habitar "enmedio

Entre el punto de partida en que la flecha fue soltada y el punto final cuando ésta llega a la diana, medimos una determinada duración del movimiento. Si lo graficáramos en forma simple, hay tiempo que transcurre y un cierto “llenado” de puntos en el espacio. Algo acude como relleno “entre” esos dos puntos de partida y llegada. Ese algo está hecho de una sustancia temporal y es experimentado subjetivamente como un aguardamiento, un estado en que se debe aprender a esperar.
No solemos ser buenos expertos en eso de manejar adecuadamente las técnicas de la expectación máxime cuando en casi todos nuestros comportamientos cotidianos estamos compelidos a responder desde el marco acotado de la prisa, el aceleramiento,  la velocidad,  las demandas de apresuramiento.

Tolerar ese tiempo “enmedio” entre una acción y su resultado constituye un entrenamiento en la paciencia alerta. Entreacto donde, en contrapartida, la impaciencia termina siendo un inútil corrosivo anímico.

Por otro lado deberíamos recordar, para nuestra tranquilidad, que toda flecha que parte es flecha que llega. 

Podrá llegar a un punto errado, en cuyo caso asumiremos que “no hemos dado en el blanco” para transitoria desgracia de nuestra autoestima.
O bien puede dar en el blanco, para nuestro inmenso regocijo narcisista.
Pero cualquier buen ballestero sabe que el arte del tiro con arco implica numerosísimos lanzamientos que fallan, incluso flechas que se destrozan antes de ser lanzadas, cuerdas de arco que se rompen por causa de la extrema tensión, dianas que se desplazan súbitamente más allá de nuestros ojos hasta casi desvanecerse visualmente trás las brumas inesperadas de cambiantes paisajes. 



-El arte del dominio de sí

Efectivamente en estos asuntos de lanzamientos y de intenciones de dar en el blanco, se trata de dominar una técnica y cultivar un arte.

Una técnica,  la de arrojar eficazmente las flechas.
Un arte, el del dominio de sí.

Si ambos requerimientos se logran conjugan acertadamente, nos encontraremos más cerca de la posibilidad de dar en ese anhelado centro, y a la vez, cosechar un talento más de entre los talentos que una existencia demanda para construirse a sí mismo. Pero no olvidemos que esta técnica y este arte se pulen incluso fallando en el tiro. De hecho, si no logramos aprender del error, ni podemos gozar del placer de practicar la buena puntería gradualmente, aparece el dolor y la herida narcisista. Fallar desnuda buena parte de nuestra  imperfección. Fallar frustra. Sin embargo no conozco ningún arquero que haya dado en el blanco sin fallar cientos de veces antes. Manejar la frustración es un asunto clave en todo este tipo de procesos decisorios, puesto que podemos decidir equivocadamente aún cuando eran manifiestamente elucuentes nuestras deseosas intenciones de “dar en el blanco” exitosamente. Asimismo también es preciso tolerar el dolor por ciertas flechas perdidas, o manejar la ligera tristeza por otras que bien sabíamos jamás llegarían ni cerca del blanco y aún así invertimos enormes esfuerzos y/o expectativas  lanzándolas. En lo “irreversible” medimos entonces también las pérdidas, como un pasaje lúgubre que nos fuerza a detenernos en una zona incómoda entre lo tenido y lo extraviado. 
Tiempo abrumado por los péndulos. 
Siempre, tiempo irreversible.

E irreversible también es ese vacío  incierto que se produce cuando acabamos de soltar la flecha al aire. Momento que alivia la tensión pero que nos interroga enigmáticamente puesto que lo que resulte del tiro asomará lentamente entre el neblinoso porvenir. 



-Lanzados al vacío

Particularmente  me gusta en este punto resaltar ciertos sentidos que anuda la expresión “dar en el blanco”.

Cuando lanzamos una decisión con forma de flecha nos estamos lanzando a nosotros mismos junto con con ésta.

La flecha es el arquero. El arquero es la flecha. 

Y nos lanzamos hacia un “blanco”, hacia un “vacío”. De allí que decidir y cortar en dos el camino nos genere una inquietante angustia: no lanzamos una flecha al aire... nosotros mismos somos esa flecha!!

"Nos" lanzamos con la flecha porque eso somos: arqueros que son sus flechas, flechas arqueras.

Nuestra flecha es cada vez ni más ni menos que nosotros mismos. He aquí el auténtico porque del vertigo y la angustia.

Vamos por el aire, lanzados por nuestra propia mano, por nuestra propia palabra, por nuestros propios discursos, por nuestras propias acciones.  Incluso, hasta la arco del suicida (del que parte ese último preciso tiro que se dispara desde el territorio de la propia voluntad tanática del individuo) posee un arrojado arquero indiscernible y fundido con su flecha. 
Somos nosotros quienes surcamos el aire cabalgando sobre-en-desde esa flecha arrojada al devenir.

Surcamos así el vacío. Inquietante viaje entre los viajes si lo hay…
Espacio en blanco perfectamente vacuo para que la creación tome entre sus manos la materia dúctil de nuestra existencia y se derrame en ésta.
El espíritu de un buen arquero sabe que debe sortear momentáneamente esa sensación de angustia ante el vacío inevitable con que anuncia su llegada y estadía el principio de  incertidumbre.

Tomar una decisión es dar pasos sobre el aire.

Tirar nuestras flechas al horizonte  es vernos a nosotros mismos atravesar un espacio vacío. La angustia es ineludible. Pero el arquero avezado  no sucumbe ante ella, la atraviesa.
Deberá aprender a permanecer en la incertidumbre cuando ésta se le haga presente. Luego, saber salir de ese estado lo más ileso posible por la vía del cuidado de sí (juego que juega su sentido entre  "sorge" y "souci"). Entonces sí llegará el momento de evaluar con lucidez y racionalidad, con integridad e inteligencia emocional lo hecho, lo no-hecho, lo des-hecho, y lo por-hacer.

Y finalmente, re-apostar (sí, una vez más!) a la intención de llevar a cabo nuevos lanzamientos… otra vez. Reinventar otros puntos de apoyo, quizá. Imaginar, como un boceto hecho con tinta de vapor, el troquelado que tendría la promesa de otra perspectiva.

Siempre buscar en el fiel carcaj que ha de cargarse ligeramente, la siguiente flecha.
Y, como hacian los antiguos, encomendarse a los dones sabios de Artemisa para que sean ellos los que guíen ilusoriamente el derrotero del siguiente tiro…



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sábado, 4 de septiembre de 2010

"Sé amable" - Charles Bukowski (fuck you)



"Sé amable"
Charles Bukowski
(fuck you)


 
Siempre nos piden
que entendamos el punto de vista
de los otros
sin importar si es
anticuado
necio
asqueroso.

A uno le piden
que entienda
amablemente
todos los errores de los otros
sus vidas desperdiciadas
sobre todo si son de edad avanzada.

Pero su edad es lo único
en lo que nos fijamos.
Han envejecido
mal
porque han
vivido
sin enfoque,
se han negado
a ver.
¿Que no es culpa suya?

¿culpa de quién?

¿mía?

Se me pide que oculte
mi opinión
ante ellos
por miedo a su miedo.

La edad no es un crimen

pero la vergüenza
de una vida
deliberadamente
desperdiciada

entre tantas
vidas
deliberadamente
despediciadas

sí lo es.



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"Acerca del vivir" - Nazim Hikmet

 

"Acerca del vivir"
Nazim Hikmet



Nazim Hikmet
(Salónica 1901- Moscú 1963 )
Poeta y dramaturgo turco




El vivir no admite bromas.
Has de vivir con toda seriedad,
como una ardilla, por ejemplo;
es decir, sin esperar nada fuera y más allá del vivir;
es decir, toda tu tarea se resume en una palabra:
Vivir.
Has de tomar en serio el vivir.
Es decir, hasta tal punto y de tal manera
que aun teniendo los brazos atados a la espalda,
y la espalda pegada al paredón,
o bien llevando grandes gafas
y luciendo bata blanca en un laboratorio,
has de saber morir por los hombres.
Y además por hombres que quizás nunca viste,
y además sin que nadie te obligue a hacerlo,
y además sabiendo que la cosa más real y bella es
Vivir.
Es decir:
has de tomar tan en serio el vivir
que a los setenta años, por ejemplo,
si fuera necesario plantarías olivos
sin pensar que algún día serían para tus hijos;
debes hacerlo, amigo, debes hacerlo,
no porque, aunque la temas, no creas en la muerte,
sino porque vivir es tu tarea.

Sucede, por ejemplo,
que estamos muy enfermos;
que hemos de soportar una difícil operación;
que cabe la posibilidad
de que no volvamos a levantarnos de la blanca mesa.
Aunque sea imposible no sentir
la tristeza de partir antes de tiempo,
seguiremos riendo con el último chiste,
mirando por la ventana para ver
si el tiempo sigue lluvioso,
esperando con impaciencia
las últimas noticias de prensa.
Sucede, por ejemplo, que estamos en el frente,
por algo, por ejemplo, que vale la pena que se luche.
Nada más comenzar el ataque, al primer movimiento,
puede caerse cara a tierra, y morir.
Todo esto hemos de aceptarlo con singular valor,
y a pesar de todo, preocuparnos apasionadamente
por esa guerra que puede durar años y años.
Sucede
que estamos en la cárcel.
Sucede
que nos acercamos
a los cincuenta años,
y que falten dieciocho más
para ver abrirse las puertas de hierro.
Sin embargo, hemos de seguir viviendo con los de fuera,
con los hombres, los animales, los conflictos y los vientos,
es decir, con todo el mundo exterior que se halla
tras el muro de nuestros sufrimientos;
es decir: estemos donde estemos
hemos de vivir
como si nunca hubiésemos de morir.

Se enfriará este mundo,
una estrella entre las estrellas;
por otra parte una de las más pequeñas del universo,
es decir, una gota brillante en el terciopelo azul,
es decir, este inmenso mundo nuestro.
Se enfriará este mundo un día,
algún día se deslizará
en la ciega tiniebla del infinito
-no como una bola de nieve,
no como una nube muerta-,
como una nuez vacía.
Desde ahora mismo se ha de sufrir por todo esto,
ha de sentirse su tristeza desde ahora,
tanto ha de amarse el mundo en todo instante,
se le ha de amar tan conscientemente que se pueda decir: "He vivido". 



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