lunes, 23 de agosto de 2010

Las persuasivas tetas de Friné


Las persuasivas tetas de Friné





“La belleza es despiadada.
No la miras tú, te mira ella y no perdona.”

Nikos Kazantzakis



“Misterio es lo visible, no lo invisible.”

 Oscar Wilde





La belleza de lo femenino ha sido territorio para la abundante siembra de reflexiones intelectuales y pensares meditativos. Cuando tal belleza es ocasión que convoca al deseo, al encantamiento, y al deslumbre magnetizante, la razón se vuelve indigente y poco tiene para decir al respecto. Si consideramos la belleza como un tipo de “bien instrumental” (en el sentido de “ser útil” para ciertos fines) también debería compartir esta categoría englobadora con el dinero, e incluso con la libertad y hasta con el erotismo.

Ser libre. Poseer bienes suficientes. Tener belleza. Saber dar y darse placer.
Cuadrángulo que ofrece sus empinados lados para tratar de dar soporte ético, estético, simbólico y real a una subjetividad… exitosamente lograda?

Los míticos derroteros de la hetaira griega Friné parecen ser una subyugante síntesis perfecta de la potenciación que puede alcanzarse cuando se  combinan con inteligencia y buen tacto estos cuatro bienes instrumentales: dinero, libertad, belleza y erotismo. 
Preguntémonos, pertinentemente en este punto, si deberíamos considerar efectivamente a la sexualidad (en tanto refinado arte de educarse en-para lo erótico) un bien instrumental. Acaso han hecho las mujeres del sexo cultivado un “instrumento para”?  Ya avanzaremos sobre este punto un poco más adelante.
Si estos bienes instrumentales que mencionamos más arriba, en su kairológica conjunción, permitieron a Friné pasar a la historia, también parecería afirmable que esta antigua bella donna  tuvo a lo largo de su existencia una extraordinaria capacidad sensible e inteligente para saber navegar con tales bienes hacia el puerto nada  seguro de  intentar construir su propio destino.

Dinero? La chica supo hacerse de una más que significativa pila de decadracmas de oro.
Libertad? Pues su biografía ejemplifica uno de los posibles devenires disruptivos que podía tomar la libertad femenina como ejercicio de contrapoder (también los riesgos y peligros que tal libertad exigía por momentos afrontar en el tiempo que le tocó nacer) en un mundo claramente dominado por la masculinidad patriarcal.
Belleza? Sin duda. Toda su vida puede ser considerada como un constante pivotear en la potencia que emana de cierto tipo de exhuberante belleza mujeril. Es más, el juicio a que fue sometida en el siglo IV aC. bien podría abonar la tesis de Elaine Scarry (“On beauty and being just”) quien encuentra una conexión demostrable entre belleza y justicia.
Eros? El arte de los placeres sensuales/sexuales era ni más ni menos que el campo de entrenamiento de las hetairas. Pocas fueron recordadas en el mundo prostibular antiguo como Friné lo fue por sus inmejorables dotes amatorias y sus tan reconocidos dones a la hora de oficiar de intermediaria de la mismísima diosa Afrodita.


Oh divina
Friné…  





-Friné, historia de una hetaira


Si algo hay para decir en primera instancia sobre ella, es que todas las voces documentales coinciden en que fue una hetaira con una  belleza de alto impacto.
Perfecta como una diosa, y sin metáfora.
Ella era una suerte de afrodisíaco pasaje a los viajes del goce encarnado en pliegues, curvas e irresistibles encantos de fémina mortal dedicada a practicar las artes embelezantes del erotismo antiguo. Aristocracia prostibular que demarcaba con distinción a aquellas que llegaban a llamarse "hetairas".
Friné…
Hija de un tal Epikles, Friné nació en el 321 aC. en Tespias al pie del monte Helicón, región de Beocia y tierra de eolios. Si el origen es marca, pues en este caso lo ha sido poderosamente: Tespias tenía como dios principal a Eros, y era sede de la celebración de las fiestas “Erótidas” en honor a la mencionada deidad. Y sí, hay geografías que filigranan simbólicamente quien se es y será.

Friné no era su auténtico nombre de nacimiento. Su verdadero nombre fue Mnesarete  (Μνησαρετή) palabra que en griego antiguo significa “conmemoradora de la virtud”. Fue apodada “Friné” (Φρύνη) que quiere decir “sapo”, casi más que seguramente por antífrasis (figura retórica muy común entre los griegos que consistía en denominar a algo o alguien justamente con una palabra que indique todo lo contrario de las características o virtudes que poseía el objeto o sujeto en cuestión).
Siendo aún una pequeña se dedicó a la venta ambulante en su Tespias natal. Pero cuando la bonita niña se fue transformando en una hermosa y voluptuosa jovencita, poco tardó en sentir una irrefrenable ambición que no se contentaría ya con los pocos óbolos que juntaba cada duro día a través de las ventas por las calles.
En esa ambición, en ese “ir por más”, su escultural cuerpo tallado con el cincel de la belleza desmedida fue la clave. Pero agreguemos que no lo fue en menor medida la educación en el hetairismo. El ejercicio de la prostitución “erudita y sofisticada” le permitió el inusual privilegio de vivir como una mujer libre en medio del atenazante patriarcalismo sexista de la sociedad griega antigua. Friné se escapará así de las asfixias de una vida condenada al destino de su género decircunscribiéndose de los perímetros del gineceo a través de una doble vía: sus naturales dotes estéticas y su formación en los asuntos y usos de las aphrodisias.  

Probablemente empujada por su propia imagen de narcisa belleza femenina (en combinación con una fuerte autoestima y un libertario deseo de independencia infrecuente entre las mujeres griegas que apenas si se limitaban secamente a cumplir su rol como unidades uterinas reproductoras de ciudadanos y algunas otras más o menos banales extensiones funcionales de este rol principal en la escenografía biopolítica de la polis) en el esplendor de su juventud resolvió dedicarse plenamente al oficio del hetairismo. Se educó en las artes del placer sensualista, la dación de satisfacción sexual y la capacidad de saber acompañar cultamente a sus eventuales clientes masculinos en banquetes y veladas para las que especialmente se contrataban las hetairas. Aprendió los mil y un modos de dar complacencia a los hombres desde el cuerpo y la palabra, desde la música y la poesía, desde las cuerdas del clítoris a las de la lira. Hacer gozar a innúmeros nobles atenienses con sus carnales encantos y sapiencias de la buena compañía fue en lo que consistió su reputada ocupación. Friné ejerció el exótico e interesante oficio del ser y vivir como una hetera con excelencia: fue la mejor entre las de su rango. Las extraordinarias  dotes de esta afrodítica mujer la hicieron rápidamente famosa en todo Atenas y más allá. Entre sus amantes más conocidos pueden contarse desde el rey de Lidia, al afamado escultor Praxíteles, pasando hasta por el cínico Diógenes de Sínope (se habrán amado en su legendario tonel o bajo cielo abierto del ágora coronados apenas por la básica sábana de la luna cubiertos tan solo por las sombras cómplices de la noche?).

Decir que Friné fue una hetaira quiere decir también que se le atribuía como tal, cierta conexión con lo mágico y lo sagrado. No olvidemos que para los antiguos, las cortesanas poseían poderes vinculados con los dioses: se creía que por la vía del sexo las hetairas iniciaban a los hombres en los misterios de Afrodita. De hecho, y para ratificar lo anterior, en este caso también vemos que  efectivamente Friné  fue sacerdotiza de la diosa del deseo.

Si seguimos el catálogo de virtudes cortesanas que brillantemente compilara muchos siglos después Susan Griffin con el propósito de ahondar el estudio de la historia del cortesanato francés, tales “virtudes” se reunián en un ensamblaje impecable en la beocia Friné. Ella tuvo un temprano y continuo sentido de la oportunidad, una rotunda e indiscutible hermosura física, la dosis justa de descaro, un ingenio brillante para jugar todos los papeles que su oficio le solicitara, una alegría entendida básicamente como joie de vivre, un tal manejo de la gracia que prometía casi seguros devenires hacia la pasajera felicidad, encantos encantadores capaces de encantar encantadoramente. Gozar de esa (ciertamente cotizada y costosa) compañía de la tan virtuosa Friné era como beber néctar de los dioses. Hay mujeres capaces de dejar marcas indelebles en cada paso que dan en su camino existencial y en cada hombre que se estrella con una  entregada sonrisa contra sus peligrosas curvas. Friné fue sin dudas una de esas mujeres marcadoras.        


Demóstenes decía, para dar mayor claridad descriptiva respecto de los estamentos en los que se distribuían las mujeres en la antiguedad griega:

“Nosotros tenemos compañeras (hetairas) para la voluptuosidad del alma y prostitutas (pailakas) para la satisfacción de los sentidos; y mujeres legítimas para darnos hijos de nuestra sangre y llevar nuestras casas...”.

Políticos griegos, militares del Peloponeso, aristócratas, artistas y filósofos fueron ocasionales compañeros de esta seductora prostituta de lujo. Las hetairas eran aquellas entre cuyas gracias y talentos se encontraban, no solamente en manejar con delicada eficiencia los recovecos lúbricos de las aphrodisia, sino también cantar, recitar poesía, danzar y fundamentalmente acompañar a los hombres que las contrataban para pasar con ellas una velada y/o deleitarlos compartiendo con ellos placeres varios bien regados con vino y una refinada conversación. Probablemente Friné se habría educado en este particular oficio en una de las míticas escuelas para la formación de hetairas que había en la ciudad de Lesbos, en Mileto y también en Corinto.





-El anecdotario de una belleza libremente exhibida

Friné fue una hetaira bella, inteligente, discreta y talentosa. A diferencia de otras de su mismo oficio, no gustaba de andar por los baños públicos, y en general salvo alguna que otra excepción, parece haber tenido un bajo perfil si consideramos la alta exposición que el rol mismo de hetaira exigía al estar siempre rodeadas de ciudadanos poderosos y muy conocidos socialmente. Se dice que Friné hizo muchísimo dinero con sus eróticos y erogenizantes talentos. Tal fue la capacidad que tuvo de hacer fortuna a través de su cuerpo y de sus terrenales atractivos, que hasta se ofreció ella misma a pagar –de las arcas de su propio tesoro acumulado- la reconstrucción de la muralla de Tebas que Alejandro Magno había destruido en el año 336 aC. Una cortesana aportando sus dracmas de plata ganados desde su erótico cursus honorum e interviniendo en la solución de los asuntos de la polis…? Horror de horrores!!! Pero la cosa es que los viriles señores del ágora igual le aceptaron su generosa colaboración, y la muralla en cuestión fue reconstruída gracias a la benevolencia cívica de esta finísima prostituta.

Otra de sus más conocidas anécdotas relata que durante las celebraciones correspondientes al festival de Poseidón, la irresistible Friné solía acercarse a orillas del mar soltando las horquillas que recogían sus abuclados cabellos, dejándolos caer completamente sueltos sobre sus hombros y se adentraba -vestida únicamente con una delgadísima túnica de gasa- en las aguas del mar frente a todos los estupefactos asistentes al festival. Verla salir del mar con sus transparencias delineando las agraciadas convexidades y concavidades de su cuerpo era en sí mismo un festín aparte que se anexaba como mágicamente al festival del amo del mar. En ese momento todos olvidaban que estaban allí para honrar a un tal Poseidón del que durante esos minutos nadie recordaba nada, sumidos como estaban bajo el hechizo físico de la bella Friné y sus atributos salidos del agua cuan una Emmanuelle anticipada en la línea del tiempo cinematográfico. Hombre mujeres, jóvenes y adultos, curiosos imberbes y viejecitos deslibidinizados, nadie quería perderse ni un centímetro ni un detalle de la invitante carne mojada de la celebérrima hetaira: no todos los días podia verse a una mortal tan soberbiamente perfecta en estado de divinísima transparencia. De esta famosa escena marina que evocaba a Afrodita naciendo de la espuma marina, y de los esplendores desnudos que insinuaban su curvoso erotismo se alimentó la inspiración de muchos artistas de su época y de  otros de tiempos históricos subsiguientes. Tan fuerte fue su influencia que el pintor Apeles se inspiró en ella para imaginar su pintura “Afrodita Anadiómena” (que en griego significa “Afrodita saliendo de las aguas”).  Otro famoso artista que cayó en las redes de esta amante exquisita fue el escultor Praxíteles. En su obra “Afrodita” utilizó como modelo a Friné. Praxíteles se declaró locamente enamorado de la joven hetaira. Incluso una de las más famosas esculturas en la que Praxíteles había tomado de modelo a Friné se hallaba en el Templo de Delfos, nada menos que entre las estatuas de Arquídamas, rey de Esparta, y de Filipo, rey de Macedonia. Friné, o el emblema en tensión sagradopagana de la belleza estatuaria.

Pero luego de aquellos desinhibidos episodios en que  emergía con su túnica mojada del mar –anécdota que corría de boca en boca entre los atenienses con la misma velocidad con que recorre una llama el camino de la pólvora- las cosas se pusieron complicadas para la hetaira de sangre eolia...




-Del “mito” sobre el juicio a Friné y sus mitemas


En el 347 aC. Friné fue acusada de asebeia (la misma acusación que se le hiciera a Sócrates), falta que se castigaba con el destierro o la pena de muerte según los casos. La asebeia como delito incluía todo comportamiento contrario a lo religioso: desde faltar el respeto a los dioses de Atenas, negarlos, el desprecio hacia lo religioso, e incluso la excesiva (irrespetuosa) familiaridad con los dioses. El delito de impiedad por el que se le juzgaría a la seductora Friné habría sido por haber profanado los “Misterios Eleusinos”. La acusación era extremadamente seria y la sentencia probable hacía imaginar como castigo nada menos que la muerte. Los arcontes o areopagitas (jueces) serían implacables con ella.

Desesperada por la previsible dureza con que los ancianos y severos magistrados seguramente la sentenciarían, dicen que fue su amante -el escultor Praxíteles- quien le sugirió contratar a un tal Hiperides como su letrado defensor. Valga señalar que Hiperides había sido también, alguna vez, amante de Friné. Hiperides intentó convencer al tribunal (al menos en primera instancia) con el argumento de que era Afrodita misma quien se expresaba a través de Friné. Pero no olvidemos que estábamos ante una acusación de antireligiosidad en un Estado que consideraba la veneración de los dioses como parte del engranaje del funcionamiento social y político de las polis. Por lo que cualquiera que “atentara” desde los hechos o el discurso contra los que hoy vemos como los personajes imaginarios del Partenón, era visto como un alterador/a del orden cívico. Allí, en el areópago, se estaba enjuiciando un hecho religioso. O más bien, como hemos dicho, un comportamiento anti-religioso. Y cuando se trata de jueces que se ven a sí mismos como hombres fe, portadores y guardianes de creencias y protectores de los misterios divinos,  la razón poco y nada sirve como argumento. En buena medida fue por ello que la estrategia racional de Hiperides no sirvió de demasiado. José Manuel Pérez-Prendes Muñoz de la Universidad Complutense de Madrid, desgaja y deconstruye mucho más profundos e intrincados aspectos de este legendario juicio en su trabajo “El mito de Friné”, elucidándolo bajo la exhaustiva mirada que ofrece la historia del Derecho (Para quienes gusten de tales lecturas, puede hallarse tal interesante escrito en “Cuadernos de Historia del Derecho”, 1999, Nro. 6, 211-231).

El proceso y juicio en el areópago fue efectivamente duro, severísimo e implacable. Éste se llevó a cabo en la famosa “colina de Ares”, al oeste de la Acrópolis, lugar sede del consejo y de los juicios. 

El juicio a Friné parecía interminable, se había alargado más de la cuenta y a pesar de que casi ya se avizoraba un veredicto que parecía ser completa e inexorablemente desfavorable para la magnetizante hetaira, el asunto tomó un súbito giro.

Se dice que Friné misma, en un momento dado del juicio, decidió repentinamente dejar caer la parte superior de su túnica y apelar a la muda evidencia de los hechos como última estrategia para salvar su pellejo. Las esculturales tetas de Friné, amadas por tantos hombres, quedaron al descubierto ante los venerables jueces… y simplemente la absolvieron en el acto.

En otras versiones sobre el mismo momento del juicio se cuenta que fue su defensor Hiperides quien habría resuelto retirar el manto que la cubría desde el cuello a la cintura para que así, en la franca desnudez de su femeninísimo torso, los venerables ancianos del areópago juzgaran “desde la pura materialidad de los hechos”. Giro estratégico de Hiperides desde los límites de la razón hacia el ilimitado poder irracional que inspira la visión de ciertos  encantos? No lo sabemos con certeza. Como sea, aquella “revelación” dejó a los vetustos magistrados boquiabiertos. Debilitados, turbados, conquistados, a merded de aquellas fatales formas…

Deslumbrados por la esteticidad física de la hetaira, y “en vista de tales inapelables pruebas”,  la perdonaron pues no permitirían que se dañe o se hiciera sentencia adversa alguna contra una mujer que tenía las deliciosas e imponentes formas de una diosa. Por otra parte si se tiene en cuenta el oficio de la juzgada, Friné era en rigor, una auténtica "servidora de Afrodita". La diosa estaba en ella. Afrodita la habitaba. 
Admirables tetas exhibidas, reverencia masculina transmutada en exculpación.  Los ancianos sobrecogidos por el imprevisto poder de aquellos glorificados pechos helénicos. Siglos más tarde la condesa de Blessington dirá, ratificando sin saberlo lo sucedido en aquel antiguo tribunal que “lo bueno necesita aportar pruebas; lo bello no”.

Pareciérame, a esta altura, que la saturación de sentidos  y sensaciones que produce visualmente cierta fragmentada belleza erótica femenina, salva. 
Salva..?

Al menos para Friné, sí, sus tetas fueron salvíficas.





-El arte de la belleza en Friné,  
o Friné en las bellas artes (interrogaciones inevitables)


Benito Jerónimo Feijoo (en el siglo XVIII) alude desde la literatura al juicio contra Friné en uno de sus escritos, más precisamente en una de las cartas que Teófilo envía a Paulina en cuyo párrafo 18 describe con detalle el antemencionado episodio del juicio:


“Cometió Frine, Dama hermosísima de Atenas, que floreció cerca de los tiempos del grande Alejandro, un delito que merecía pena capital; y siendo acusada ante los Jueces del Areópago, compareció a ser juzgada en aquel severo Tribunal. Hizo oficio de Abogado suyo Hipérides, Orador famoso de aquella edad, el cual jugó con exquisito primor todas las piezas de la Retórica, para lograr la absolución de Frine. / Mas como el hecho fuese constante, y el delito gravísimo (algunos capitulan de impiedad), todos los Jueces permanecieron inexorables, mostrando el ceño del rostro la severidad del dictamen. Advertido esto por Hipérides, que era no menos sagaz que facundo, cuando ya veía inútil toda su elocuencia, apeló a otra elocuencia más eficaz. Acercóse intrépido a la bella acusada, y rasgando prontamente la parte anterior de su vestido desde el cuello a la cintura, puso patentes aquellos escándalos de nieve a los ojos de todo el concurso. No como si vieran la cabeza de Medusa, se convirtieron aquellos Senadores de hombres en estatuas; antes de la rigidez de estatuas pasaron a la sensibilidad de hombres. Viéronse al punto mudados sus semblantes, porque se mudaron sus ánimos; y los ojos, en cuya aireada majestad se veía poco antes escrita con anticipación la sentencia de muerte, o ya lascivos, o ya piadosos, dieron a leer la absolución. En fin, llegado a prestar los sufragios, todos los votos salieron a favor de Friné. Aunque tan delincuente como había entrado, salió absuelta como inocente; y los Jueces, que habían entrado inocentes, todos salieron culpados.”


Yo me inclino a pensar que “toda” Friné, toda ella lentamente produjo el encantamiento que finalmente la liberó en aquel juicio. Una hetaira era una mujer con una altísima autoconciencia de su cuerpo y una más aun aguda autopercepción del poder de su sexualidad. Su sólo caminar, la elegancia y gracia seductora con que vestía una sencilla túnica, su modo erótico-aristocrático de sentarse, de hablar, de sonreir, de mover lentamente las manos, de mirar. Si Doménico Cieri Estrada decía que la belleza humana es aristócrata, pues Friné debería ser considerada como la radical ratificación de tal controversial aseveración estético-política.
 
Como hetaira, sabía usar todos los movimientos de su hermosamente humano cuerpo para seducir y complacer. Y menciono nuevamente y de forma particular el asunto de la mirada, pues "el uso" de los ojos marca una diferencia entre una mujer vulgar y una refinada, entre una mujer ascética y una orgásmica, entre una mujer de moral mediocre y una que resuelve vivir de acuerdo a un ethos aristocrático sensualista. Mirada de Friné en la altura, en la diferencia y en la altivez de saberse irremediablemente dueña de un juego sexual refinado cada vez que ella resolviera jugarlo, incluso cuando se hallaba en el tablero abismal de sus adversarios y circunstanciales enemigos morales. Jamás supondría que Friné dejó de jugar ese juego de la seducción con aquel jurado de viejos arcontes. Después de todo, tratándose nada menos que de salvar el propio pellejo de la parca, una juega los juegos que mejor sabe jugar. Cuesta imaginar que Friné haya dejado su sensualismo en la entrada del areópago.  No dejamos nuestro cuerpos y sus inteligentes (y esta astutas) memorias kinésicas colgadas en el perchero de ninguna entrada, vayamos donde vayamos "nos" llevamos puestos quienes somos.  Y lo que es más irrefutable: nadie entra a dar su mayor batalla olvidando llevar justamente sus mejores armas! Friné llegó al juicio con sus muslos, sus hombros, sus pies, sus ojos, su cabello, sus manos, su invencible halo de seductora… y obviamente con sus tetas. Toda Friné, toda ella, toda su historia de vida estaba de pie en el centro de las miradas de ese histórico salón tribunal. Pienso que gradualmente su presencia creó una alquimia de la seducción, alquimia que finalmente halló su punto más alto en la contemplación a que expuso su torso desnudo. Revés del juego: ahora la mirada de los otros era la que transmutaba en redención el destino de la hetaira.

Muchos siglos después, más precisamente en 1861, el pintor francés Jean-Léon Gérôme retrató la erótica contundencia de aquel juicio y esa inmodesta belleza de Friné expuesta como estrategia de salvación. La pintura se llamó “Friné ante el areópago” (o "El juicio a Friné") y encabeza este escrito.


Es la belleza una oportunidad de salvación?
Para Friné lo fue, sin dudas.
O al menos quedó demostrado que revelar ante los ojos de los hombres los misterios de la hermosura femenina, desata algún tipo de representación mental lo suficientememte perturbadora capaz de... perdonar? dis-culpar? ex-culpar? absolver?   

Bellezas como la de Friné constituyen un tipo de encantamiento visual estéticamente arrogante, y definitivamente poderoso.
Belleza que se vuelve fuerza, pero sin violencia. Fuerza subyugante, potentemente coaccionadora.

Inevitablemente me pregunto a la luz de Friné: es la belleza un “arma” no violenta?
Tal vez.
Belleza como instrumento de poderío femenino a fuerza de carecer de otros medios de poder...? Belleza, persuasiva?
Belleza que sale a dar batalla para colaborar en el forjamiento de un destino propio?
Dependencia de la belleza para -paradójicamente- alcanzar una mejor y más lograda autonomía?
Es entonces acaso la belleza un modo de ejercer dominio, de afirmar un modo de dominio? Y si lo fuera, es este dominio que ejerce lo “bello femenino” una forma de gobierno sobre exactamente quién? sobre los hombres? sobre quien se ama? acaso sobre otras mujeres? cree gobernarse a sí misma la mujer en su cultivo frenético de la belleza (de ahí una posible lectura del culto al ornamento inútil que las persigue mentalmente hasta el fin de sus días)?
En qué esferas anhela fantasiosamente ejercer su dominio lo bellamente femenino?
Emite alguna clase de magnetismo y efecto temporalemente hipnótico la belleza sacroprofana femenina? Pregunta que sería interesante de formular, en principio, a aquellos jueces griegos...


Volvamos al fatum que menciona el título de este post. Las tetas de Friné. 
Ellas fueron las elocuentes ganadoras en el juicio.
Ellas, las que generaron tal fenómeno de absolución jurídica.
Ellas han sido las que pusieron a la hermosa Friné en  una página de la inmortalidad. 
Digamos, finalmente así, que realmente hay glándulas femeninas tan mudamente persuasivas que hasta permiten salvar la vida de su afortunada poseedora.  

Cierro este asunto mamario con palabras que vienen del mundo filo-poiético.
La poetisa guatemalteca Luz Méndez de la Vega, nacida a principios del siglo pasado, dedicó la imaginativa pincelada de estos versos en primera persona a la famosa hetaira de Tespias en su poemario “Helénicas”.




Indefensa y vulnerable.
Sola,
sin otro puñal
o espada heridora, que
mi palabra
y sin otro escudo
que mi belleza,
dejo caer mi túnica
ante vosotros.
Desnudo mi cuerpo
que adoraríais
si fuera de mármol frío,
o si estuviéramos solos,
sin otros ojos
que nos vieran
acariciarnos en el lecho.
¿Quién puede culpar
a la belleza plasmada
en carne y no en mármol,
por entregarse desnuda
-igual que la estatua-
a las manos que la acarician
y que en ellas se deleitan?
¿Quién puede culpar a la flor
que impúdica exhibe
la fresca plenitud
y el sexual aroma de su corola,
o a la fruta que sin ropaje
reluce bajo el sol e incita
voluptuosamente
a ser mordida?
Como la flor o la fruta,
aquí, yo, ante vosotros,
desnuda
como me vieran tantos ojos,
estatua viva
que modelaron tantas manos
y que gozaron tantos cuerpos,
os pregunto:
¿Es delito escuchar
la dulce voz de Eros
que incendia nieves?
¿o es crimen obedecer
el mandato
de la divina Afrodita
que me se señaló el camino
donador de placeres?
Inerme y vulnerable,
como mi desnudez,
espero la sentencia.
Yo,
sólo cumplí con mi destino.


EPÍLOGO
Cuando todos se fueron
el cuerpo de Friné
brillaba bajo el sol poniente
como una estatua de oro
y el más viejo de los jueces
se acercó
y, como si fuera a la diosa,
le puso un casto beso
sobre el sexo.




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jueves, 19 de agosto de 2010

René Char - "Las cosechas más puras..."




“Las cosechas más puras
se siembran en suelos inexistentes”



 

René Char
Poeta francés
(1907-1988)


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Image: My Harvest Moon
By Lynn Andrews
http://fineartamerica.com/featured/my-harvest-moon-lynn-andrews.html





lunes, 16 de agosto de 2010

Amables restos... (Tikal, una historia de las sombras)



Amables restos...
(Tikal, una historia de las sombras)




"El amor es la compensación de la muerte, su correlativo esencial;
se neutralizan, se suprimen el uno al otro."


Arthur Schopenhauer


 
          Siempre he sentido una marcada curiosidad por traer a la luz  historias desde ese vientre narrativo  lleno de objetos ruinosos que es la arqueología. Hacer parir a las piedras, permitir que los monumentos arcaicos alumbren, dejar nacer signos de una casi olvidada escultura tumbular, transformar un bajorrelieve en una inesperada nacencia. En definitiva creo que se trata de practicar una mayéutica de los restos.

Acorde con esta voluntad de dar voz y gesto discursivo a los vestigios desde los que se niega a enterrarse por completo lo lejanamente pasado,  me he quedado muchas veces conmovida antes las manos entrelazadas de los amantes de Teruel, o los amatorios huesos de la pareja de Mantua.

Así fue que, hace poco tiempo atrás, dos monumentos piramidales mayas acapararon la atención de esa zona filo-ruinosa de mi pensar (de mi sentir? de mi desear? de mi imaginar?). Tikal…



-Las ruinas de Tikal


Cerremos los ojos por un instante, practiquemos abrir la mirada imaginativa.  Y entonces dejemos que las verdes humedades selváticas de “El Peten” de Guatemala se dibujen creativamente bajo esos otros párpados que fundan mundos desde la ventana inventiva de la mente. Agreguemos algunas sensibles zonas auditivas: una sinfonía de cantos de aves coloridas, el sonido del movimiento de los tucanes, las llamativas conversaciones entre loros, el repentino ruido a lluvia. Una pizca de exotismo que han de completar los monos araña colgados del aire, el sigilosamente elegante andar de los jaguares, y el despliegue en vuelo de la magnanimidad de las águilas.
Todo este fresco vívido conforma el coro bio-climático de la selva guatemalteca del Peten. Allí, en el centro mismo de una región salvaje rodeada de ríos poderosos y llena de historia precolombina, más precisamente en la antiquísima ciudad maya de Tikal, se alzan dos templos mortuorios construidos por el más grande de los reyes Sol del período clásico: Hasaw Cha'an Kawiil.



-El “Gran Jaguar”

El rey Hasaw (a quien se lo conocía, desde lo escritos históricos correspondientes a la fase tardía clásica de la cultura maya, como “Gran garra de Jaguar”, también como “Señor Chocolate”, y llamado asimismo “Ah cacao”) reinó entre el 869-889 aC. aproximadamente.  Fue un rey longevo para aquellas épocas poco sapientes acerca de técnicas de angioplastía, sin dietas anticolesterol e ignorando los beneficios de los antioxidantes. Hasaw reinó llenando de brillo y honor la historia de su ciudad y su gente. Murió viejito, a la edad de 80. El año de su muerte es un tanto impreciso, aunque hay datos que ubican su deceso entre el 720 y el 688 aC. Su monárquico y venerado cuerpo fue solemnemente sepultado debajo del principal monumento piramidal de los que aún hoy pueden verse en la zona de Tikal.

Los restos mortales del gran rey de la dinastía de los Jaguares yacen bajo el templo homónimo “Gran Jaguar”, una imponente tumba maya de cincuenta y cinco metros de alto distribuidos en nueve niveles. Hasaw fue enterrado junto con perlas, conchas de mar, collares de jade y una vasija de mosaico del mismo material en cuya tapa puede verse esculpida la cabeza del histórico gobernante. Una treintena de huesos tallados con inscripciones y dibujos muestran lo que podría ser interpretado como su “viaje” por el inframundo a bordo de una canoa.



-Signos y ovillos más acá de la muerte

El universo de la arqueología es un multiverso de simultáneas narraciones escondidas.
Sólo hay que dar con la punta del ovillo de una historia (ovillo que duerme su invisibilidad en un bloque de granito, en una lápida, en un extraño signo grabado en un inocente cacharro) para poder empezar a armar como paciente araña tejedora toda la tela de un relato  lumínico. Y así es, exactamente: la arqueología se ilumina con los relatos que pudorosamente esconde tanto como un relato es capaz de dar lumbre a un aparentemente insípido resto arqueológico. Diálogo entre rocas, símbolos, enigmas y luces.

Tikal (nombre maya que significa “Lugar de las Voces” o “Lugar de las Lenguas”) se nos presenta entonces, como una ciudad que narra con sus monumentos y sus restos arqueológicos múltiples historias. Y aquí vuelvo  a detenerme en una de esas historias, en una de amor.

Si uno acerca el oído a las historias sigilosamente esculpidas junto a las piedras y escalones de los templos de Tikal, éstos cuentan maravillosamente  cómo la muerte es desafiada, negada (casi magnánimamente negada podríamos decir) cuando se ama de un modo plenamente auténtico. Apología del amor eternizable que vence la terrena finitud de los cuerpos, amor capaz de rendirse tributo a sí mismo sin necesidad de apelar a fantasmagóricos reencuentros en masalláes ni inverosímiles paraísos ni cielos falsamente prometidos. Hay amores (e historias de amor) que se honran a sí mismos en el propio relato que los relata, en la imagen que los imagina,  recreándose -a fuerza de signos- en una suerte de presente perpetuo...  




-Amar, morir y renacer cada equinoccio

Vuelvo a desovillar el ovillo de Tikal, el ovillo de la memoria del rey Hasaw, el ovillo de los modos de amar… y morir.

De acuerdo con antiquísimas inscripciones funerarias mayas, se cuenta que el rey Hasaw estaba profundamente enamorado de su esposa, la reina Doce Macaw.

Se dice también que fue el propio rey quien construyó un templo-pirámide de cincuenta metros de altura (llamado “Templo de las Mascaras” o también  “Pirámide de la Luna”) en honor a su amada frente al templo que una vez muerto él mismo ocuparía enfrente. Restos de amor frente a restos de amor.

Cronológicamente parece casi poder aseverarse que el rey Hasaw fue quien inició la edificación de las dos pirámides de Tikal (la suya propia y la de su esposa) pero desafortuadamente no llegó a verlas terminadas. Quien finalizaría la construcción de los templos y sellaría este deseo testamentario fue su hijo, Yik’in Chain K’awil. Memoria filial que busca resguardar el relato amatorio que le diera origen.

Cada primavera y cada otoño, un juego de sombras entre ambas pirámides desmiente el fin del amor. Como en un ciclo infinitamente repetible de retornos, el sol se levanta detrás del templo del rey, y una sombra baña de manera perfecta el frente del templo de su amada esposa y reina. Cuando el día pasa, en esas tardes selváticas de Tikal, y el sol comienza a ocultarse en el regazo del horizonte justo detrás del otro templo, el de la reina. En las tardes es ella y su sombra hecha pirámide la que baña de manera perfecta el templo de él.

Sombras de otoño. Sombras de primavera.
Sombras ponientes, sombras del ocaso.
Sombras.
Juegos duales entre el amor y la muerte.
Hasaw y Macaw se recuestan uno sobre el otro, eternos amantes que desconocen la tiranía de los siglos, ríendose desde sus sombras alternas de la garra inhóspita del tiempo,  desmintiendo que la muerte termine con el amar, burlando la aparente indefectibilidad de la ausencia.



-Amar en ruinas…

Han pasado ya unos 1300 años desde que los cuerpos de Hasaw y Macaw cesaron de deambular por aquella espesa selva de Tikal. Hoy Tikal es una zona en la que se dan cita los rescatadores identitatrios de la cultura maya que desean mantener con vida el sentido de su civilización, de su lengua, de su historia, de sus ritos, de sus mitos.

Tikal es sinónimo de ruinas. Ruinas, sí, pero ruinas que respiran

Mientras, Hasaw y Macaw vuelven a templarse entre sol y sol, siguen siendo amantes que dejan un poco de morir cuando se tocan, cada vez que se vuelven a rozar desde sus proyectadas sombras, una y otra y otra vez.

Ruinas, sí, pero ruinas que aman.



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martes, 10 de agosto de 2010

Pendientes...




"Hay que seguir la propia pendiente
pero remontándola."




André Gide
Escritor francés
(París, 1869-1951)



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Poema para recuperar a una mujer - Juan Sasturain



"Poema para recuperar a una mujer"
Juan Sasturain




Para recuperar una mujer
hay que estar dispuesto a todo.
A todo
menos
ella.
Porque ella es todo lo que uno no tiene.
Es decir:
uno tiene el mundo pero
la realidad es:
ella de un lado
y uno y todo lo demás
del otro.
Y hay que estar dispuesto a disponer de todo
para que ella disponga,
se sirva, se abra,
se ponga y se deje.

Para recuperar una mujer
hay que estar dispuesto a hacer
un embudo
y meter toda la vida en él
para que vaya y caiga
sobre ella;
hay que encender
un ventilador
en el sentido de todas las palabras
y hacerlo soplar
sobre ella;
hay que meterse, finalmente,
en una picadora de carne
y hacer con ella empanaditas
que ella pueda
comer sin esfuerzo;
hay que disolverse y llover
sobre ella
y todo es poco
y no duele
que duela.

Para recuperar una mujer
hay que entrarle por todas partes:
ser la basurita en su ojo,
el ruido que no la deje dormir,
un resto de amor pegado
a su contestador
como
un residuo entre dientes
para su eterno forcejeo;
una piedrita en el zapato,
una gota de sangre en el borde
de su cama
y de su olvido.
Para recuperar una mujer
todo es poco
porque primero
hay que haberla perdido.



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