sábado, 31 de julio de 2010

Milan Kundera - Sobre deseos infantiles y espíritus maduros



Milan Kundera
Sobre deseos infantiles y espíritus maduros




"…los deseos infantiles salvan todos los obstáculos que les pone el espíritu maduro
y con frecuencia perduran más que él, hasta la última vejez."





Milan Kundera
Fragmento de “El libro de los amores ridículos”



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"El escudo de Aquiles", Wystan Hugh Auden - ("The Shield of Achilles")




"El escudo de Aquiles"
Wystan Hugh Auden

(1952)




Wystan Hugh Auden
(1907-1973)
York,  Inglaterra




Ella miró buscando por sobre su hombro
viñas y olivos,
bien gobernadas ciudades de mármol
y barcos sobre mares indómitos,
pero allí sobre el metal brillante
sus manos habían puesto en cambio
un yermo artificial
y un cielo de plomo.

Una planicie sin nada distintivo, desnuda y marrón,
ninguna hoja de hierba, ningún signo de vecindad,
nada para comer y ningún lugar donde sentarse,
y aún, congregada sobre esa monotonía,
se erguía una ininteligible multitud,
un millón de ojos, un millón de botas en fila,
sin expresión, esperando un signo.

Desde el aire una voz sin rostro
demostraba estadísticamente que cierta causa era justa
en tonos tan secos y planos como el lugar:
nadie se entusiasmaba y nada se discutía;
columna tras columna en una nube de humo
ellos se alejaron marchando, sobrellevando una convicción
cuya lógica los llenó de pesadumbre, en alguna otra parte.

Ella miró buscando por sobre su hombro
rituales piadosos,
bueyes enguirnaldados de blancas flores,
libación y sacrificio,
pero allí sobre el metal brillante
donde debía haber estado el altar,
vio la luz vacilante de la forja
una muy otra escena.

Alambres de púas cercaba un lugar cualquiera
donde aburridos oficiales holgazaneaban (uno de ellos hizo una broma)
y los centinelas sudaban pues el día era caluroso:
un grupo de buena gente común
miraba desde afuera sin moverse ni hablar
mientras tres pálidas figuras eran conducidas y atadas
a tres postes erigidos en la tierra.

La masa y la majestad de este mundo, todo
lo que es de peso y siempre pesa lo mismo
estaba en manos de otros; ellos eran pequeños
y no podían esperar ayuda y ninguna ayuda llegó:
lo que sus enemigos querían hacer se hizo, su vergüenza
fue todo lo que el peor podría desear; perdieron su orgullo
y murieron en tanto hombres antes que sus cuerpos murieran.

Ella miró buscando por sobre su hombro
los atletas en sus juegos,
hombres y mujeres danzando
moviendo sus dulces miembros
veloces, veloces, según la música,
pero allí en el escudo brillante,
sus manos no habían puesto un piso de baile
sino una campo asfixiado de cizaña.

Un andrajoso chiquilín, perdido y solo,
vagaba sobre ese baldío, un pájaro
voló escapando de su piedra certera:
que haya jóvenes violadas, que dos chicos apuñalen a un tercero,
eran axiomas para él, que nunca había oído hablar
de un mundo donde las promesas son cumplidas,
o uno puede llorar porque el otro llora.

El forjador de armas de apretados labios,
Hefesto, se alejó cojeando,
Tetis la de los pechos brillantes
clamó su desaliento
por lo que el dios había forjado
para agradar a su hijo, el fuerte
Matador de hombres, Aquiles, el de corazón de hierro

quien no habría de vivir mucho más.


(Trad. Miguel de Azúa)






"The Shield of Achilles"
Wystan Hugh Auden
(1952)


She looked over his shoulder
For vines and olive trees,
Marble well-governed cities
And ships upon untamed seas,
But there on the shining metal
His hands had put instead
An artificial wilderness
And a sky like lead.

A plain without a feature, bare and brown,
No blade of grass, no sign of neighborhood,
Nothing to eat and nowhere to sit down,
Yet, congregated on its blankness, stood
An unintelligible multitude,
A million eyes, a million boots in line,
Without expression, waiting for a sign.

Out of the air a voice without a face
Proved by statistics that some cause was just
In tones as dry and level as the place:
No one was cheered and nothing was discussed;
Column by column in a cloud of dust
They marched away enduring a belief
Whose logic brought them, somewhere else, to grief.

She looked over his shoulder
For ritual pieties,
White flower-garlanded heifers,
Libation and sacrifice,
But there on the shining metal
Where the altar should have been,
She saw by his flickering forge-light
Quite another scene.

Barbed wire enclosed an arbitrary spot
Where bored officials lounged (one cracked a joke)
And sentries sweated for the day was hot:
A crowd of ordinary decent folk
Watched from without and neither moved nor spoke
As three pale figures were led forth and bound
To three posts driven upright in the ground.

The mass and majesty of this world, all
That carries weight and always weighs the same
Lay in the hands of others; they were small
And could not hope for help and no help came:
What their foes like to do was done, their shame
Was all the worst could wish; they lost their pride
And died as men before their bodies died.

She looked over his shoulder
For athletes at their games,
Men and women in a dance
Moving their sweet limbs
Quick, quick, to music,
But there on the shining shield
His hands had set no dancing-floor
But a weed-choked field.

A ragged urchin, aimless and alone,
Loitered about that vacancy; a bird
Flew up to safety from his well-aimed stone:
That girls are raped, that two boys knife a third,
Were axioms to him, who'd never heard
Of any world where promises were kept,
Or one could weep because another wept.

The thin-lipped armorer,
Hephaestos, hobbled away,
Thetis of the shining breasts
Cried out in dismay
At what the god had wrought
To please her son, the strong
Iron-hearted man-slaying Achilles

Who would not live long.


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martes, 27 de julio de 2010

Falling slowly - ("Cayendo lentamente")


Falling slowly
(cayendo lentamente)



 




"Falling slowly"

I don't know you
but I want you
all the more for that
Words fall through me
and always fool me
and I can't react
And games that never amount
to more than they're meant
will play themselves out

Take this sinking boat and point it home
we've still got time
Raise your hopeful voice you have a choice
you'll make it now

Falling slowly, eyes that know me
and I can't go back
Moods that take me and erase me
and I'm painted black
You have suffered enough
and warred with yourself
it's time that you won

Take this sinking boat and point it home
we've still got time
Raise your hopeful voice you had a choice
you've made it now
Falling slowly sing your melody
I'll sing along.




 "Cayendo lentamente"

No te conozco
pero te quiero
aún más precisamente por eso mismo
las palabras caen a través mío
y siempre me engañan
y no puedo reaccionar
y los juegos que nunca significan
más de lo que aparentan
  terminarán jugandose a sí mismos.

Toma este bote que se está hundiendo y dirígelo a casa
aún tenemos tiempo
levanta tu voz de esperanza, tú tienes una elección
y debes hacerla ahora.

Cayendo lentamente, los ojos que me conocen
y no puedo volver atrás 
humores que me toman y me borran
y estoy pintado de negro
ya has sufrido lo suficiente
y has estado en guerra contra tí misma
ya es momento de que tú ganes.

Toma este bote que se está hundiendo y dirígelo a casa
aún tenemos tiempo
levanta tu voz de esperanza, tú tienes una elección
y debes hacerla ahora
cayendo lentamente, canta tu melodía
yo la cantaré contigo.
 


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viernes, 16 de julio de 2010

Encrucijadas, bifurcaciones y “free spirits”


Encrucijadas, bifurcaciones y “free spirits”



"El comportamiento humano, 
determinado por principio y casi en cada uno de sus actos, 
sólo admite unas pocas bifurcaciones, 
e incluso a éstas las sigue poca gente"


Michael Houellebecq – “Las partículas elementales”




Abrir líneas de fuga.
No seguir las reglas ni las determinaciones, atravesarlas todas de lado a lado, de arriba a abajo, levantarle la falda a las regulaciones y salirse finalmente de la estrechez de los códices  comportamentales  y sus pálidos libretos existenciales. Los actos humanos dormitan agitadamente en un nido de arbitrariedades y esa configuración equivocadamente acaba por rigidizar que qué-hacer , el cómo-hacer, el para qué-hacer

Es acaso la libertad el antídoto primero contra la enfermedad de los límites morales? Probablemente lo sea. Lo que sí es cierto es que la libertad implica riesgo.  Su precio es alto, las garantías pocas, y lo que debe dejarse atrás y aquello que hay que apartar del camino, abundante.


La oportunidad de la libertad viene de la mano de encrucijadas en las que deben evaluarse pasional y racionalmente la urdimbre de “motivos” que se aprisionan bajo  esa interrogación con forma de alternativa que nos cuestiona las vulgares coordenadas de la cotidianeidad.

Las encrucijadas son vecinas del caos. Nos desordenan lo que el barato teatrillo yoico dice tener bajo control. Sea como sea, las “bifurcaciones” que nos sorprenden en nuestros propios laberintos biográficos siempre están allí, agazapadas trás el cortinaje espeso de nuestras seguridades más congeladas. Como animales al acecho, las bifurcaciones desadaptativas nos muerden los talones cada tanto, tal vez para despertarnos, tal vez para ratificar que preferimos seguir anestesiados.

Y bien cierto es que a las mayorías no les placen ni los vértigos ni las incertidumbres que  derivarían de cambiar los trayectos diarios, las banales rutinas y los repertorios usuales. A cambio de aventurarse a tomar un nuevo sendero regido por  la lógica del tanteo, los cambios sólo nos ofrecen  ampliar la sensación de falta de garantía. Los humanos vulgares, temerosos, débiles e insípidos se aterran ante las “opciones” tal vez porque éstas dejan abiertos nuevos sentidos, parten el horizonte al medio,  repujan puentes de papel que requieren un cierto gusto  (aunque más no sea transitorio) por las prácticas funambulistas. Las imágenes que gatilla la palabra "cambio" desembocan  en representaciones ligadas a  lo desconocido, lo dudoso, lo inseguro, lo vagamente temido.  El hombre medio (esa prevalente víctima  propiciatoria que dícese representar lo que se llama "nuestra sociedad" y que en masa acude a agregar infelices ceros a las estadísticas) es un bicho mortalmente sedentario que prefiere el menú memorizado de la fiel cocina hogareña antes comer con las manos y respirar aire de dioses en las carpas errantes de los nómades. 
Sí, seguir un pulso por la cornisa del deseo es riesgo para pocos.
No todos pueden. Ya no se trata de un querer sino de un radical "poder".
Se necesita pellejo grueso y sensibilidad fina. Hambre de preguntas y sed de rompecabezas.
Tomar “otros caminos” es aventurarse a la posibilidad casi certera de tener que lidiar  asimismo con otros fantasmas sin siquiera saber bien cómo deshacerse de los viejos. Y claro está que cada mínimo ser que compone la masa de los gentíos amaestrados prefiere el aroma y sonido de los  espectros conocidos, su previsibilidad, y hasta su candorosa companía grisácea antes que  salir de sus cuevas a  librar batallas de resultados inciertos contra las sombras de sí mismo. 


Igualmente, en este asunto de presentar encrucijadas de cambio, la existencia produce activamente cierta distribución y equidad: les carrefours du labyrinthe se abren para todos. Alguna -o varias veces en la vida- un soplo violento de desconocido viento vigoroso abre  sin permiso las ventanas de la posibilidad y el cambio radical.

Pero serán indefectiblemente pocos aquellos que se han de adentrar libertariamente y sin hilo protectivo a cortar con la espada de la audacia la cabeza de su singular Minotauro, para arrojarse  luego a cambiar el rumbo de su nave, y finalmente lanzarse a navegar a cielo abierto sin los puntos cardinales de la brújula.

Abrir líneas de fuga?
Sí, si se puede.
Sí, si se es digno de habitar los signos inciertos de la libertad.
Sí, si se es capaz de  experimentar ese acto de intensa y bella desbrujulación que es desear el deseo de cambiar...        
 





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lunes, 12 de julio de 2010

El poema “Invictus” de William Henley (letras para atravesar tormentas…)



El poema “Invictus” de William Henley
(letras para atravesar tormentas…)




“…soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.”


William Henley
(Gloucester, 1849-1903)



Muchas veces, desde la vasta y próspera tierra de la literatura –particularmente desde cierta bien plantada poesía-  las palabras nos obsequian un atajo complejo pero posible para seguir en marcha por el largo camino que exige construirse a sí mismo.

Darse forma, estetizar la existencia, repujar quien se es y se va siendo es trabajar intensamente sobre los avatares de la propia vida. En este caso, he quedado impresionada con un poema de William Henley en el que queda desplegada magnamente la insoslayable tarea de adquirir una autonomía basada en la propia fortaleza mientras se transita la temible opacidad de ciertas tormentas vitales.

Se trata del poema “Invictus”.
Pero antes me detendré unos instantes en repasar la vida del británico poeta Henley y el origen de su póstuma relación con el líder sudafricano Nelson Mandela.

En 1849, en Gloucester nacía William Ernest Henley, el escritor que más de un siglo después inspiraría con sus sentidos versos a Mandela a soportar física y espiritualmente los veintisiete  años de cárcel que este último padeció mayormente confinado dentro de los muros de Robben Island durante el régimen segregacionista del Apartheid sudafricano.

Henley y Mandela han pasado por vivencias  terribles, situaciones devastadoras en las que debieron sobrellevar sufrimientos, dolor, tristeza, desapegos. Ambos convalecieron, y lograron salir con la mirada en alto de esos lúgubres túneles esquirlados en que se les transformó la existencia.  Los golpes que la vida propinó a estos dos hombres -que nunca llegaron a conocerse personalmente- habrían puesto de rodillas a cualquier avechucha  humana débil e implorona de consuelo.

Pero Henley y Mandela estaban hechos de madera noble.

Ellos ejemplifican el valor de la soberanía  espiritual, y nos legan un modelo de subjetividad capaz de fortalecerse pese a todo horror, pese a la enorme vulnerabilidad en que nos sumergen las arbitrariedades trágicas, pese a la amargura de las pérdidas... pese a todo. Ambos pudieron amparar y proteger dentro de sí mismos una cierta zona intocable. Esa zona interior, ese minimísimo punto de luz abriéndose paso en la cerrazón del desamparo, ese "algo" fue el oasis que lograron sustraerle al poder de las circunstancias adversas y fue lo que jamás entregaron al dominio de nada ni de nadie. Siguieron siendo soberanos de sí pese a padecer los atenazantes modos trágicos de un destino que se ensañaba con ellos duramente. Como si se tratara de "pequeñosgrandes Ulises" flotando entre los agitados y dispersos despojos de una nave abatida bajo la furia de Poseidón, ellos también hallaron heroicidad conectados con ese "algo" inconquistable que seguía respirando libertad y firmeza dentro de su espíritu. Ese "algo" libre y sereno ha sido lo que justamente los volvió "Invictus".


Ahondando en la poco conocida biografía del inglés William Ernest Henley, sabemos que éste había nacido en 1849 en Gloucester (Inglaterra) y fue educado en Crypt Grammar School. El desdichado William supo desde muy jovencito lidiar con el sufrimiento, la minusvalía, la dureza de la enfermedad y la voluntad de recuperación. Debió sobreponerse a una severa tuberculosis artrítica cuyas secuelas lo mantuvieron durante un año recuperándose en Edinburgh. Entre esas secuelas debió pasar, a los 16 años, por la experiencia  terrible de la amputación de una de sus piernas. Mientras Henley trataba de salir adelante de su enfermedad y consecuencias físicas irreversibles fue que comenzó a escribir poemas. Para esa misma época se hizo amigo íntimo de Stevenson, al que su ausencia de pierna inspiró la puesta en escena de John Silver “El largo”. Incluso ambos -Henley y Stevenson- llegaron a escribir en dueto varias obras de teatro.  Fue editor, crítico literario y escritor. William Ernest Henley ha pasado a la historia de la literatura como poeta, particularmente  por un relevantísimo y tremendo poema que estaba incluido en el que fue su último libro, “In Hospital”. “In Hospital” reúne una serie de poemas que fueron publicados en el mismo año de su muerte, la cual ocurrió cerca de Londres en 1903. En este último poemario (cuya temática  está basada en su propia experiencia como paciente internado durante veinte meses entre 1873 y 1875 en el Old Infirmary de Edinburgh) se encuentra “Invictus”, el cual había  sido escrito por el propio Henley en 1875.

Invictus” es un poema desgarradoramente sensible. Durísimo por momentos, impresionantemente claroscuro. 

Su intensidad parece, por instantes, querer manifestar la tension ambivalente  de un puño cerrado que golpea, y a la vez clama esperanzadamente a los gritos por un porvenir  mejor,  abierto, extendido en lo alto. Pero por sobre todo es un indiscutible poema que combina la aflicción y la voluntad, un poema dramático, sí, pero “en lucha”, activo, y que recuerda el valor fundamental que posee no perder la fuerza cuando la fuerza misma parece que nos va abandonando. Henley canta a la potencia de ser. Y por encima de todo, reinvindica que pese a toda pérdida, hay algo último y primero que jamás debemos perder: el timón de sí mismo. Ser el amo de nuestra barca siempre, aún en medio de la más arreciante  de las tempestades.

Un poema para atravesar  tormentas… y trascender tormentos.

Sus versos cargados de dignidad invocan a la voluntad firme que debe hallar un espíritu que se encuentra “tomado” por alguna situación vital cuya aspereza nos impacta de una manera desoladora. Henley esculpe con letras mojadas en tinta de sangre y lágrimas, el sentir de un alma dolorida y por momentos absolutamente aplastada por circunstancias que no logra manejar ni controlar en modo alguno, pero que sin embargo debe ponerse de pie como sea y enfrentar la reconstrucción de su desbaratado destino. En sus versos, Henley junta (como si se tratara de palabras-esferas de mercurio) sus propios pedazos de sufrimiento, sus jirones biográficos, las piezas de sí a las que golpeadamente ha quedado minimizada su identidad. Y se recuerda -como quien enuncia un juramento ante el espejo invisible de su más íntimo sí mismo- que ninguna circunstancia lo doblegará y que, finalmente, podrá imponer su erguida voluntad soberana derrotando los dolores, dominando todo miedo, enfrentando como un nobilísimo guerrero toda garra de soledad que hiera en medio del desnudo pecho, elevándose ante todo ese inenarrable espanto de sentir que el horizonte se ha vuelto terca oscuridad sin salida.


“Invictus”.
Vaya título…


Henley hace germinar en su poema el destello de saberse poseedor de una potencia salvífica propia, intrapersonal, individual y única la cual ha de mantener despiertas cada día el ansia de libertad y la capacidad de resistencia. Amar la libertad y templar la resistencia,  esos dos son los hilos de oro a los que el alma debe aferrarse en los momentos más desoladores y terribles donde la existencia entera parece ponernos descarnadamente  a prueba. Y con esos hilos de oro se ha de salir del laberinto de Creta habiendo batido los multiformes rostros tanatológicos que asumen nuestros singulares Minotauros deseosos de tomar nuestro pulso hasta extinguirnos... 

No es de extrañar que el poema “Invictus” fuera encontrado por Mandela.
Los orientales dicen que no encontramos a los objetos, sino que los objetos son los que nos encuentran a nosotros. Este juego de palabras no es en absoluto animista ni banalmente supersticioso, es un modo más de recordarnos que es bien poco lo que surge por acción de nuestra planificación y mucho más lo que sucede desde la lógica del devenir espontáneo de los hechos. Podría ser este un caso ilustrativo en que esa interpretación orientalista cobre plena dimensión, haciéndonos reflexionar acerca de otros circuitos para comprender la dinámica de las búsquedas y los hallazgos. Siendo así, no podría tanto afirmar que Nelson Mandela haya encontrado el poema de Henley como sí me inclino a creer que el poema de Henley encontró la manos de legendario líder sudafricano. Los poemas son cosas tan raras, como suaves "dientes de león" soltados al viento: uno nunca sabe a ciencia cierta adonde pueden ir a parar las pequeñas palabras que vuelan en ellos, y menos aún. qué resultará si llegan a sembrarse en la mirada de aquellos que los lean... los poemas son semillas tan inciertas! 

Este poema fue guía, bálsamo y soporte espiritual de Nelson Mandela mientras pasaba por el encierro,  la humillación y el  cautiverio que conformaron el castigo “blanco” que se le impuso por casi tres décadas de defender sus posiciones antisegregacionistas y haber sido consecuente con su proyecto de lucha inclaudicable contra el racismo y a favor de la libertad. Mandela se leía a sí mismo este poema de Henley cada vez que su alma decaía, cada vez que una nueva circunstancia lo vulneraba inclinándolo hacia la desesperación y la desesperanza. Poesía que amarra la fragilidad de la vida al puerto de la resistencia cuando llega la brutalidad de la tormenta o la inhumanidad de la tortura.

El nombre mismo de este poemazo fue utilizado para titular la última película del gran Clint Eastwood, en la cual se narra la victoria de la selección sudafricana de rugby –los Springboks -durante el mundial de 1995. La historia del film está basada a su vez en el libro de John Carlin “Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation”.


Este es el poema original de William Henley en inglés y su traducción al español.

Un poema digno de ser enmarcado  y releído  cuando arrecian épocas de mares agitados, cuando se siente la cercanía  fría del “horror de la sombra”, cuando nos parece inminente el riesgo de la zozobra.



“Invictus”


Out of the night that covers me,
black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
for my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
under the bludgeonings of chance
my head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
looms but the horror of the shade,
and yet the menace of the years
finds, and shall find me, unafraid.
It matters not how strait the gate,
how charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate;
I am the captain of my soul.




“Invictus”

Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el horror de la sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.



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domingo, 11 de julio de 2010

Marianne Williamson - La potencia desmesurada, nuestro más profundo miedo?



 Marianne Williamson 
 La potencia desmesurada, nuestro más profundo miedo?





“Nuestro más profundo miedo no es ser inadecuados.
Nuestro peor miedo es ser poderosos más allá de toda medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad lo que más nos asusta.”

(“Our deepest fear is not that we are inadequate.
Our deepest fear is that we are powerful beyond measure.
It is our light, not our darkness that most frightens us”
)



Marianne Williamson
Tomado de “A Return to Love



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miércoles, 7 de julio de 2010

Creí que te habías muerto, corazón mío... - Ana Rosetti




"Creí que te habías muerto, corazón mío..."
 Ana Rosetti

(poeta española)


 
Creí que te habías muerto, corazón mío,
en Junio.
Creí que, definitivamente, te habías muerto:
sí, lo creí.
Que, después de haber esparcido el revoloteo púrpura
de tu desesperación, como una alondra caíste en el
alféizar; que te extinguiste como el fulgor atemorizado
de un espectro; que como una cuerda tensa te rompiste,
con un chasquido seco y terminante.
Creí que, acorralado por tus desvaríos, traicionado por
los todavías, alcanzado por las evidencias, exhausto,
abatido, habías sido derribado al fin.
Y contigo, se desvanecieron los engarces entre
sentimientos, imágenes, suposiciones y pruebas.
Se me fueron abriendo las costuras de la memoria: ya
me estaba acostumbrando a vivir sin ti.
Pero tus fragmentos estallados se han ido
buscando, encontrando, cohesionándose como gotas de
mercurio, sin cicatriz ni señal.
Y ahí estás, otra vez inocente, sin acusar enmienda ni
escarmiento, guiando, dirigiendo, adentrando en ti el
peligro, como si fueras invulnerable o sabio, como si,
recién nacido apenas, ya fueras capaz de distinguir, en
el mellado filo del clavel,
la espada.



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martes, 6 de julio de 2010

"Yo es otro" (Je est un autre) - Carta de Arthur Rimbaud a Paul Demeny a Charleville



"Yo es otro"  (Je  est un autre)
 Carta de Arthur Rimbaud a Paul Demeny a Charleville





"Yo es otro" (Je est un autre)
Carta de Arthur Rimbaud a Paul Demeny a Charleville
Fechada el 15 mayo 1871




"Car Je est un autre. Si le cuivre s’éveille clairon, il n’y a rien de sa faute. Cela m’est évident: j’assiste à l’éclosion de ma pensée : je la regarde, je l’écoute: je lance un coup d’archet: la symphonie fait son remuement dans les profondeurs, ou vient d’un bond sur la scène."

 
"Porque Yo es otro. Qué culpa tiene el cobre si un día se despierta convertido en corneta. Para mí es algo evidente: asisto a la eclosión, a la expansión de mi propio pensamiento: lo miro, lo escucho: lanzo un golpe de arco: la sinfonía se remueve en las profundidades, o entra de un salto en escena".





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lunes, 5 de julio de 2010

"Ars longa, vita brevis..." - (Citas en griego y latín)



Ars longa, vita brevis.”

 La vida es breve, el arte largo.

Lucio Anneo Séneca
En “De brevitate vitae”  (I, 1)




La frase se ha hecho conocida como atribuida a Lucio Anneo Séneca. En realidad esta frase no es de Séneca sino que es citada por éste en el libro I  “De brevitate  vitae” (De la brevedad de la vida) escrito en el 55 dC.

“Ars longa, vita brevis” es la cita  abreviada de la frase original en griego dicha por Hipócrates en sus “Aforismos”. En la original frase completa Hipócrates nos dice lo siguiente:


"Ὁ βίος βραχὺς, ἡ δὲ τέχνη μακρὴ, ὁ δὲ καιρὸς ὀξὺς, ἡ δὲ πεῖρα σφαλερὴ, ἡ δὲ κρίσις χαλεπή."
  
"Vita brevis, ars longa, occasio praeceps, experimentum periculosum, iudicium difficile."

 "La vida es breve, el arte largo, la ocasión fugaz, la experiencia confusa,  el juicio difícil."



Valga aclarar que con la palabra “arte” (“ars” en latín) Hipócrates aludiría  a la idea griega de “ciencia” o más precisamente de “téchné” (técnicas, saberes, herramientas necesarias dentro de un determinado campo del conocimiento) y  no debería ser traducida por “arte”. 


El sentido de esta frase ha sido objeto de varias interpretaciones. De todos modos la  frase hipocrática alude indiscutiblemente a que la vida es demasiado corta y el tiempo apremia a quien  desea  acopiar la extensa cantidad de conocimientos que debemos-queremos aprender en un campo de saber. Adquirir una determinada “expertise” tomaría mucho más tiempo que toda una vida. A esta brevedad temporal de una existencia le debemos agregar que lo que experimentan nuestros sentidos y procesa nuestro pensar no es algo nítido sino más bien una lluvia de perceptos que debemos ubicar (no siempre con acierto) entre las brumas de nuestras arbitrarias representaciones cognitivas-mentales.  El “padre de la medicina” concluye a partir de estas condiciones así enunciadas  que la oportunidad de intervenir con nuestro saber es como un chispazo, y que abrir juicio correctamente sobre algo es sin duda, algo complejo y difícil. Por otra parte es necesario aclarar que los adjetivos latinos «longus» y «brevis» intentan plasmar  esta frase el constraste y dicotomía entre la mera existencia de un mortal y la continuidad imparable de la producción de saberes y conocimientos. Mientras nosotros somos seres temporalmente  acotados por la muerte y la finitud, los saberes nos pre-existen, nos exceden y nos sobreviven. Desde este punto de vista,  debemos racionalmente comprender que –mal que pese a ciertos omnipotentes narcisismos pedantísimos- aún escogiendo una fragmento-área de conocimientos no podremos abarcar completamente desde el conocer todo su vasto territorio de saberes. 


Probablemente una actitud inteligente sea la de sostener un constante entusiasmo por “aprender-comprender-conocer” pero dentro de una perspectiva  abarcadora  realista y positivamente  desesperanzada  respecto a la posibilidad de exhaustivizar  esos mismos saberes.  En tal dirección me gustaría aportar  el concepto de “inquietud” por parecerme atinado para pensar este asunto.  Creo que, para aquellos que eligen el camino del conocimiento,  el asunto es cómo lograr no ser “inquietado” por lo que no se sabe. O dicho de otro modo,  saber escoger de un modo delicadamente selectivo qué constituye  una “inquietud” por saber e ir tramando la red de nuestro aprendizaje de acuerdo a ese cualitativo tamiz.    

En las letras esta frase abreviada también ha sido retomada y traducida  por diversos autores. Lo ha hecho así Goethe en el primer Fausto («Ach Gott! Die Kunst ist lang, und kurz ist unser Leben»), Henry Wadsworth Longfellow en «Psalm of Life» («Art is long, and Time is fleeting»), y Juan Carlos Onetti (“La vida es breve”) por citar a algunos grandes literatos entre otros. 


Pero volvamos a Séneca. Para el tutor y consejero de Nerón -quien cita el comienzo de la frase hipocrática en su “De brevitate  vitae”-  no es acertado pensar que la vida sea corta ni que tengamos poco tiempo. Séneca considera que la vida no es en sí misma breve, sino que somos nosotros quienes la desaprovechamos y tiramos nuestro valioso tiempo en la gran bocaza de las inutilidades cotidianas.  Malgastamos tiempo. Perdemos nuestro precioso tiempo en infinidad de tonterías y actos irrelevantes, desperdiciando así nuestra existencia y descuidando constantemente el valor de "estar con los pies en el presente".  En este sentido existe un cierto acercamiento conceptual  interesante a destacar entre el  filósofo romano  y  el budismo (la filosofía budista insiste en la importancia de ese "estar en el presente" pues pese a su transitoriedad es lo único que auténticamente podemos experimentar como tiempo, ya que por definición el pasado "ya ha sido" y el futuro "aún no es"). 


La actitud del sabio es aquella que intenta equilibrar complementariamente las  singularidades de los tres tiempos de la existencia: recuerda con serenidad el pasado, aprovecha los  transitorios instantes que ofrenda el presente, y espera libre de temores la incertidumbre desde la que se va configurando el misterio de lo venidero.   

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sábado, 3 de julio de 2010

"Y las heridas hay que lamerlas como pantera..." - Luisa Díaz Garay




"Y las heridas hay que lamerlas como pantera, 
mirando hacia el horizonte..."


Luisa Díaz Garay
Escritora chilena





(Gracias Luisa querida por permitirme reproducir esta frase tremenda, dignísima, magistral).
Para quienes deseen más información y lectura de escritos caligrafiados desde la vida de Luisa Díaz Garay pueden deterner su mirada y sensibilidad en http://peregrinadeansia.blogspot.com/



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Imagen: http://img87.imageshack.us/i/panteranegra1ov5.jpg/           




                

Lecciones de coraje (una mirada sobrevolando la derrota futbolística argentina)


Lecciones de coraje
(una mirada sobrevolando la derrota futbolística argentina)



"Aquí se mantuvieron hasta el final,
aquellos que todavía tenían espadas usándolas,
y los otros resistiendo con sus manos y sus dientes."


Heródoto de Halicarnaso
(Libro VII)


Miro fútbol desde que era pequeña. Mi abuelo, un sencillo carpintero de familia inmigrante yugoeslava fue fundador del “Club Atlético Independiente” (el rojo de Avellaneda). Cuando iba a la sede del club buscaba en la enorme placa de bronce el complicado apellido de mi abuelo y me daba un indecible orgullo infantil saber que su hermoso nombre estaba allí, plasmado en el recuerdo de la historia futbolera de la institución. Baltazar Andrés Gjivoje se llamaba. Por otro lado, mi padre fue siempre hincha de Boca Juniors, una tradición que siguieron mis hermanos. Con el tiempo  también adopté  el mismo club de mi padre (y de mi marido... interpretaciones abstenerse...) tal vez seguramente por aquello de que las pasiones “prenden” más fuerte por la vía edípica que por la vía  de la abuelidad. Como sea, me gusta ver fútbol. Me gusta el fútbol. Obviamente tampoco tengo ningún prurito intelectualoide  que me impida ir a la cancha y gritar como una loca. La intelectualidad  y sus imposturas siempre me han chupado bien un huevo (permítaseme la vulgar expresión).

Coincido con aquellos que llaman al fútbol “pasión”. Lo es. Efectivamente, uno se emociona, se irracionaliza, se desborda de alegría  o se amarga por una camiseta y sus colores. He tenido la fortuna de presenciar vueltas olímpicas "bosteras" en campeonatos locales, y he pasado por el privilegio de gritar, como una desquiciada demente que ha perdido el juicio entre multitudes, el nombre de mi país en plazas y avenida vestidas de celeste y blanco en las felices ocasiones en que la Argentina salió campeón del mundo. Yo, que detesto los amontonamientos he ido envuelta con mi bandera a gritar hasta la afonía la alegría de ganar un Mundial.

Pero no estoy hoy escribiendo para repetir lo que cada uno ya sabe o ha leído por ahí.

Hoy escribo desde la derrota de mi camiseta.
Argentina ha caído  ante la implacable máquina de la selección alemana. Duramente hemos quedado fuera del Mundial de fútbol.

Con los años he intentado pensar acerca de los resortes emocionales que mueve este deporte de masas. Un poco porque eso es lo que hago todo el tiempo, pensar. Un poco porque ese pensar me ayuda a entender y sobrellevar cada instancia de la vida misma. Si hay quienes suponen que la filosofía nada tiene que aportar al fútbol se equivocan lejos. Siendo que simplemente tomemos el fútbol como una pasión, las pasiones y sus devenires han sido desde siempre asunto del pensar y la reflexión filosófica.

Hoy.
De momento siento tristeza.
Una gran tristeza, que sin embargo no me amarga. Y en este punto me detengo.
Se amarga sin consuelo quien siente que ha quedado en el campo de juego “algo” que pudo haber hecho y no hizo. El que se arrepiente de su acción y del accionar de su equipo es quien se amarga fatalmente. Quien ve en su equipo mezquindad, temor, falta de méritos,  o disvalor, ese es quien vive una derrota con amargura insondable. Por el contrario, quien se deja asir por la tristeza y el desconsuelo realista de haber perdido un partido, pero lo hace sin ira ni reproches es quien ha percibido que su equipo ha actuado con dignidad, ha peleado sin bajar nunca los brazos. La lealtad a una camiseta es asunto de dignidad.

En este punto me gustaría plantear que considero que el mundial de fútbol tiene una conexión simbólica con la Guerra. Juego de territorios, conquistas, victorias y derrotas. Juego con batallas perdidas y ganadas. Juego de héroes, unidad de ataque y espíritu de combate.

En cada partido se libra un simbólica guerra en la que se enfrentan camisetas=naciones.  Se trata, cada vez,  de dos rivales. Uno se llevará el laurel de la  victoria, el otro volverá a su tierra con las manos vacías.  Uno será eliminado, el otro tratará de arrimarse aún más a una conquista final. Y como en la guerra, también hay reglas y códigos a seguir. Lógicamente  no hay balas ni lanzas ni misil, sino una pelota. No hay bajas sino expulsiones, no hay fortalezas palaciegas a destruir sino arcos por golear, no hay armaduras sino botines y canilleras, no hay territorios conquistados sino goles anotados. No hay soldados tampoco. Están los jugadores. Tampoco un rey o un comandante, sino el capitán del equipo y el director técnico. No hay bajas, sino derrotas.


El fútbol es un juego de territorio, un deportivo arte de la rivalidad reglada, pero más que todo eso es  un juego de habilidad y coraje. Se trata de cierto talento para jugar con la pelota,  una determinada “inteligencia corporal”, el buen don de realizar  pases certeros, la capacidad de respetar determinadas reglas, un arte de meter goles en campo del adversario y finalmente, hacerse de la posibilidad de avanzar en un torneo. Se me podrá decir que los jugadores profesionales juegan motivados por el dinero y la mera búsqueda voluntaria de fama. Sí, es ese el modo en que esta sociedad "premia" estas habilidades deportivas. Pero un soldado antiguo también peleaba por lo que, en aquella época, era considerado prestigio y fama. Y también era recompensado con bienes materiales (oro, botines, riqueza, tierras, esclavos y/o mujeres del enemigo que se tomaban como paga desde el territorio del rival derrotado). No seamos cínicos,  ni necios, la lógica económica nunca ha estado apartada de las luces de la fama...

Ser un buen jugador es requisito para competir. Estar entre los mejores es condición para ser convocado en las batallas definitorias. Pero buena parte de las habilidades objetivas de un futbolista  son pura tekné. Hay en el fútbol algo más, algo no visible o al menos no visualizable fácilmente: el espíritu de sus jugadores.

No siempre quien gana merece la gloria, ni quien pierde debe ser  fustigado con la dureza  pétrea de la condena molar. Siempre trás un fracaso hay críticas demoledoras que caen fáciles como la lluvia. Y aunque lo cierto es que sólo el resultado determina los triunfos y/o los fracasos, hay un plus que sólo algunos equipos logran construir entre sus jugadores, y transmitir vía transpiración a sus apasionados simpatizantes. Se trata del coraje. El espíritu del coraje.

En el fútbol, como en la guerra, se puede enfrentar a un adversario colosal, maquínico, certero, preciso, y salir con un resultado malogrado, ser fatalmente vencido. Pero si el equipo deja el alma por esa camiseta,  si cada uno de esos hombres hace latir en sus venas el pulso de una sangre  irreverente que no se rinde ni se da por vencida ante la inexorable adversidad que ya impone un resultado irreversible, quienes miramos taquicárdicamente  ese partido podremos llorar pero colocaríamos con gusto sobre el pecho de nuestros jugadores el laurel de la gloria que merece el esfuerzo de no dejarse vencer, ni aún vencido.

Hoy, mientras consolaba a mi hija menor sus lágrimas ante esta eliminatoria, trataba de decirle que estos partidos como el de hoy sirven de ejemplo para la vida. En estos partidos, como en la vida, se puede ambicionar lo mejor, se puede aspirar a lo más alto, se puede disponer-tener lo mejor... y sin embargo las circunstancias nos colocan ante un adversario de una magnitud tal que nos logra tumbar, nos gana, nos vence. La vida pega sopapos fuertes, levanta  vientos contrarios arremolinantes que dejan confuso incluso al que siente que estaba mejor parado.

El fútbol es una pasión porque en 90 minutos nos expone sin sutilezas a los derroteros por los que pasa cualquier humano en la vida. Como en la vida, en un partido se experimentan microscópicamente un pasaje fugaz por la alegría, la esperanza,  la bronca, la puteada, la ira, el consuelo, la indignación, la responsabilidad, la creencia,  la ilusión, los triunfos, el error, el festejo, el resentimiento, la adversidad súbita, la  estúpida equivocación, la crítica,  el acierto,  el desborde, lo irremediable.  Por eso millones de humanos aman el fútbol, porque hay algo en el fútbol que re-crea sobre un campo de juego verde las emociones por las que se pasa intermitentemente a lo largo de una existencia.


Las madres espartanas –que en la antiguedad daban a luz a los mejores y más aguerridos soldados habidos y por haber- decían a sus hijos antes de partir a una batalla: “-Vuelve con tu escudo, o sobre él”. Esas mujeres no participaban de las guerras, pero sus úteros daban a luz a quienes irían más tarde a pelear en los enfrentamientos. Parian y educaban en el orgullo combativo a hombres fuertes, disciplinados, habilidosos y autoexigentes. Luchar era, para un espartano, un asunto ético, ético y vital.  Y esas madres eran contundentes: sus hijos debían volver vivos, con su escudo intacto… o muertos sobre él (los espartanos tenían por costumbre cargar a sus soldados caídos  en combate sobre su propio escudo). Dar la vida en un combate. No reservarse nada. Luchar siempre, hasta el final del enfrentamiento, pues más allá del resultado de esa batalla, lo que se juega allí es un ética  del coraje. Y ética de lo amado. Defender lo que se ama, arrojar las lanzas y las flechas contra aquellos que desafien ese territorio amado.

Hace mucho tiempo durante la segunda de las Guerras Médicas, en Termópilas, un puñado de trescientos feroces guerreros espartanos peleó hasta dar la última gota de sangre contra un enemigo aplastante, implacable,  superior numéricamente y en recursos. Leónidas I, rey de Esparta  defendió con honor su territorio ante los Persas. Estos últimos ganaron  imponentemente la batalla  venciendo a los trescientos espartanos en aquel recordado  480 aC.  Sin embargo, pese a la aplastante victoria  que se llevó Jerjes I –líder al frente de los feroces persas- la gesta ha sido siempre recordada como ejemplificadora  del valor con que peleó el bando de los “vencidos”espartanos. Termópilas es sinónimo de la actitud de esos gloriosos combatientes  espartanos ante la adversidad, e ilustra sobre el coraje que implica dar pelea aún en el peor escenario y la más aniquilante circunstancia. De vez en cuando, la historia demuestra que es sano (y más justo) desaferrarse de la tiránica dicotomía vencedor-vencido y "leer" en otra clave los resultados de una contienda.  

Hoy, esta tarde, sentí en ciertos instantes que en las jugadas que intentaban  pelear los botines argentinos había huellas, signos, briznas de aquel espíritu guerrero que pugnó por dejar todo en el campo de batalla.

Hemos tenido que medir nuestras fuerzas y destrezas, nuestras fortalezas y debilidades, nuestras solideces y agujeros con un rival digno.

Ha sido una derrota. Definitivamente. Una derrota terrible. Lapidaria. Brutal de alguna forma.
Pero paradójicamente,  siento que muchos jugadores de este equipo argentino han cosechado, a fuerza de garra y pelea, una victoria sobre sí mismos. Habrá críticas retrospectivas que realizar, cambios que imaginariamente se podrían haber realizado, errores. Pero nunca se entregaron, nuestros mejores "peleadores" nunca dejaron de tratar de conquistar la pelota, y jamás bajaron la frente.

Hoy, este equipo perdió su Termopilas.
Ha perdido luego de luchar “hombro con hombro” aún en medio de déficits y equivocaciones. Pero hoy este mismo equipo ganó la batalla de conquistar, en la adversidad, la fuerza del coraje. Nos llevamos  goles que dolieron como balas, pero también nos llevamos en la memoria de este partido la actitud de hombres que no bajaron los brazos jamás ante un rival poderosísimo que no disculpó ni el más mínimo error. Humana derrota.

Hoy, hemos perdido.
Mañana, nuestros jugadores volveran a casa, con sus escudos y sobre ellos.

Me quedo al lado de este intento de gloria, me quedo junto con los aguerridos, con el alma de pie. Gracias, infinitas, aún en la tristeza y el lamento, gracias a todos esos jugadores que desde el  honor de su pasión, su garra y talento nos han dado esta lección de valor…

           


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