domingo, 30 de mayo de 2010

Nadie es dueño de vivir en todas partes


Nadie es dueño de vivir en todas partes


(Para Lorena)





“Tu deber es descubrir tu mundo y después entrégate con todo tu corazón.”

Buda







"Nadie es dueño de vivir en todas partes". Frase nietzscheana que nos recuerda nuestro caracter de seres finitos, mortales, en algún sentido, demasiado breves.


Justamente se dice de esa criatura imaginaria llamada "dios" que es ubicuo, esto es, puede estar donde le plazca. Lamentablemente las religiones de control y punición utilizan la versatilidad de su principal ser imaginario para hacer sentir no sólo acompañados a sus fieles, sino también para poner el ojo panóptico controlador sobre sus actos. Dios de la paranoia que pierde el don de versatilidad geográfica para ganar control y obediencia aplicando debidamente las sanciones a quienes se desvien de sus mandatos morales.  La ubicuidad extravía su mágico sentido en pos de la ominisciencia divina buscadora y corregidora de viles pecadores.

Pero dejemos esta tensión en que la multilocación es atributo de deidades y volvamos con los pies sobre la Tierra a nuestra limitada pero mejorable condición humana.


 
"Nadie es dueño de vivir en todas partes"
Nos vamos acostumbrando a manejar en nuestro mapa cognitivo ciertas antiguas visiones  integrales acerca de la salud y el cuidado de sí. Hoy en día se tiende a incluir toda una serie de recomendaciones dietéticas de modo tal que cada quien vaya construyendo una observación detallada sobre todo lo que su organismo “internaliza”: alimentos, colesteroles ambos, bebidas, brebajes, nutrientes, etc. Tiempos de atención dietética.

Estas recomendaciones resultan fundamentales para preservar la salud física, máxime porque debemos considerar que el humano es un bicho decididamente incorporante. Alimentario, en un sentido amplísimo.

Se nos adentran las vitaminas, las sales, el oxígeno, pero también la contaminación, el ruido, las imágenes constantes, los gritos. Y también incorporamos las palabras, las caricias, los olores, las ideas. Vasto es el universo de los estímulos.  Y relativamente insignificante nuestra capacidad comprensiva acerca de cómo cada materia, cada ser, cada cuerda  intangible que suena en nuestro mundo, cada  imperceptible vibración de energía impacta en nosotros y viceversa.

Somos seres incorporantes de todas las formas de materialidad con que interactuamos.
Todo lo habiente nos afecta, y vaya si lo hace!
Animales digestivos de material palpable, energía  y estímulos… los perceptos nos rondan por doquier.


Nos dice Nietzsche en “Ecce Homo”:

“Con el problema de la alimentación se halla muy estrechamente ligado el problema del lugar y del clima. Nadie es dueño de vivir en todas partes;  y quien ha de solucionar grandes tareas que exigen toda su fuerza tiene aquí  incluso una elección muy restringida. La influencia del clima sobre el metabolismo, sobre la retardación o la aceleración de éste, llega tan lejos que un desacierto en la elección del lugar y de clima no sólo puede alejar a cualquiera de su tarea, sino llegar incluso a sustraérsela del todo: no consigue verla jamás. El vigor animal no se ha hecho nunca en  él lo bastante grande para alcanzar aquella libertad desbordante que penetra hasta lo más espiritual y en la que alguien conoce: esto sólo yo puedo hacerlo...”


El clima, las geografías, las temperaturas, al altitudes, las presiones no escapan a esta lógica de incorporación e impacto en el cuerpo animado.

Ningún escenario geográfico afecta por igual, y ese impacto diferencial conmociona de forma especial a cada quien.

Los que aman el frío dicen decaer en temporadas de verano. Los que adoran el sol, pierden vigores y ganas en invierno. Están quienes gustan del viento fuerte montañes, mientras que otros se vuelven incapaces de tolerar en la cara siquiera unas brisas. O los que son infinitamente productivos entre la niebla o la lluvia perpetua, intolerando climas cálidos y soles constantes.


Elegir dónde
Un trabajo intelectivo y sabio no menor y en absoluto simple dentro de la extensa e intensa tarea de construcción de sí mismo que debe atender cada ser.  
“Nadie es dueño de vivir en todas partes". La condición nómade (que tan acertada resulta como guía interior y como modo de compensación del deseo contra la inercia  morticia de los hábitos) se equilibra en lo que hace a la habitabilidad a través de la sedentarización temporal en un espacio dado. Se necesita habitar algún donde. Balance de la inquietud existencial con una cierta quietud de la morada? Tal vez haya algo de eso.

Nietzsche sugiere “atender” (poner suficiente atención)  en la elección de esos "donde" en los que tirar el ancla por un tiempo. Por qué poner la atención en nuestros detenimientos y elecciones geográfico-climáticas? Pues porque el clima tiene la cualidad de lentificarnos y de potenciarnos, nos arroja a emocionalidades de tono alegre o triste. Y definitivamente no da igual estar metido en unas u otras circulaciones de efecciones.

Y no se trata de un puro juego de efectos de la externalidad sobre la materialidad de nuestro cuerpo. Se trata de un subestimado impacto metabólico que nos hace sentir el entorno como muy hostil para nuestro ser, o como más hospitalario para con nuestro modo de existir.

La combinación de las variables climáticas  decodificadas por cada  terminal nerviosa de nuestro soma resultarán más, o menos adecuadas para hacernos sentir una mayor energía, o bien para experimentar un inevitable decaimiento.  Y esto es fundamental si seguimos el planteo de  Nietzsche, quien llega a considerar al “espíritu” una expresión metabólica compleja relevantísima, pero nada más.


“El tempo del metabolismo mantiene una relación precisa con la movilidad o la torpeza de los pies del espíritu; el espíritu mismo, en efecto, no es más que una especie de ese metabolismo .” 
(Ecce Homo)



Ciertos climas nos hacen decaer, casi sin remedio. Perdemos fuerza, nos sentimos abatidos, tardamos en recuperarnos para encarar cada jornada. Vivir resulta un agobio cuyo escenario de fondo resulta un abrazo chupasangre que no nos suelta. No podemos. Menguamos.  Clima de la des-potencia.

Por otro lado, ciertas combiaciones climáticas  resultan acertadas para con nuestro “modo”. Nos vuelven fecundos, nos elevan el espíritu, nos ponen en disposición de una tal jovialidad  que  sentimos que se despiertan los sentidos en una dirección más productiva y enérgica.  Simplemente, podemos. Y no sólo eso: podemos más y mejor. Nos expandimos bellamente. Clima de la potencia.

Sin idealismo ni prescripciones universales, lentamente nos damos cuenta de que vivir bien es seleccionar lo mejor para cada quien. Mejores climas geográficos, mejores climas existenciales. Y eso que resulta "mejor" debe ser unidad de medida a determinar por cada uno, a cambiar por cada uno, a elegir por cada uno. Autonomía significa en estos casos, capacidad de elegir mejoras que nos vuelvan más capaces de generar dicha.
 

“La ignorancia in physiologicis -el maldito idealismo-  es la auténtica fatalidad en mi vida, lo superfluo y estúpido en ella, algo de lo que no salió nada bueno y para lo cual no hay ninguna compensación,  ningún descuento. Por las consecuencias de este idealismo me explico yo todos los desaciertos, todas las grandes aberraciones del instinto y todas las modestias que me han apartado de la tarea de mi vida (…) ”



Desde luego que aquello “que-nos-hace-bien” termina siendo no solamente  “no todo”, sino antes bien algunas ciertas pocas cosas.  Se debe elegir.

Los climas (en todos sus formatos y variaciones) y la escogencia a que debemos someterlos, forman parte del trabajoso y continuo conocimiento de sí.
Elegir es entonces y a la vez un elegirse más elevado, es disponerse  auténticamente a cuidar del propio devenir. 

Estrategias para una buena existencia desde la que recuperar la potencia de nuestra mortal divinidad.

Arte de habitar mejor el irrepetible vivir.



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