sábado, 18 de octubre de 2008

Línea de fuga (parte II) - La huída como micropolítica del deseo



Línea de fuga (parte II)

La huída como micropolítica del deseo



…el deseo está precisamente en las líneas de fuga

Gilles Deleuze
“Deseo y placer”


Desde sus certezas, las instituciones “imponen”: sean las instituciones políticas u organizaciones laborales, las instituciones educativas o las mismísimas micro-organizaciones familiares, la institución del matrimonio o las configuraciones que se diseñen desde los tradicionales “lazos” de pareja. La dureza y molaridad desde la que operan las instituciones dadoras de sentido involucran diversos planos de coerción sobre cada uno de nosotros. Acatar los mandatos del orden implica siempre un dejarse sujetarse, permitir la sujeción -lo más literalmente posible “volverse sujeto”- a la ley, la regla, a los mandamientos, a los deberes, a los códices sean cuales fueran. De la buena cumplimentación de esta malla de obediencias diarias depende que el que podamos encajar en una exspectatĭo más amplia: la social, que nos remitirá sin titubeos a lo que se espera que suceda en nuestra existencia, al cómo, cuándo, dónde, porque, para qué, y hasta con quién.

¿Qué se espera que decodifiquemos desde los discursos del orden y sus instituciones testaferras? Pues se espera que podamos responder -como sea…- a toda una imposible serie de ideales de vida: aspirar a la meta del poco definible “éxito económico”, alcanzar cierto grado de educación formal, mantener a todo costo un esquema no muy móvil de “normalidad” relacional-vincular, reproducirse y dar origen a criaturas que sigan replicando en el futuro nuestras posiciones en el engranaje social, ser un correcto educador de los hijos fijando en ellos el sentido moral del Bien y el Mal, poseer y/o renovar un quantum tampoco demasiado definible de objetos materiales -casa, auto, electrónicos, vestimenta, etc.).


Frente a este exceso de certezas a las que hay que rendir culto a diario con el sudor de nuestras cadenas, el deseo es la única vía inesperada de desobediencia, invención, resistencia y salud.

Runaway!

Allí donde la maquinaria social binariza, aparece la obligación psicótica de escoger falsamente entre uno u otro término en el seno de la misma ficción:


adaptarse o fracasar
acatar o marginarse
tener o ser
cumplir o liberarse
detenerse o ponerse en movimiento
subir o caer
entrar o salir
disminuirse o expandirse
padecer o reaccionar
disecarse o amar
durar o existir


Infinita serie de ficciones. Ilusiones des-opresivas. Ilusiones acatadoras. Optar por uno de los polos es solo eso, mera opción, no acto de deseo. Mientras se opta, nada cambia aun bajo la máscara del cambio. Y encima, el binarismo siempre damnifica. Este soporte binarista que anida cancerosamente en las disyuntivas excluyentes en que tantas veces sentimos o creemos estar metidos, no es susceptible de ser comprendido o resuelto desde la magia dialéctica. No se trata de contradicciones “a resolver-superar”. A la mierda con Hegel (una vez más…)

Y aquí entran las líneas de fuga. Intempestivas. Bellas líneas hacia la huída en estado de deseo.

Runaway now to end your misery!

Son las líneas de fugas, las que casi sin esperarlo nosotros mismos, quiebran severamente la “voluntad binarizante” de estas falsas opciones que lo único que aseguran son la desvitalización y el descenso de nuestra potencia. Huir, en este contexto epistemológico, es el modo de comprender que cuando se compone una línea de fuga estamos ante la posibilidad revolucionariamente microfísica de un alzamiento, un amotinamiento, una sublevación del sujeto ante la estupidización y acobardamiento que resulta inevitable del seguimiento acrítico de los ideales disciplinadores. En la línea de fuga se desterritorializa al deseo. Quitándole los grilletes a éste se deshace la celda que mantenía cautivo a nuestro propio devenir potentes, se libera el reinicio de la alegría como pasión, se abre la instancia transfiguradora de crear, de hacernos otros. Autorepujarnos nuevos, más ágiles, más livianos, más en vuelo. Fugar, huir, y hacerlo desde la instancia de nuestros deseos es posibilitar un deshacernos de los esquemas dicotómicos opresivos. Fitzgerald llama a estas líneas de fuga “líneas de ruptura”, en otros sitios Deleuze se refiere a ellas sencillamente como “huída” recordando que no están fuera de la máquina-sistema, sino que forman parte de él. Un punto fundamental por señalar: teóricamente no se trata de desafiar al poder desde la línea de ruptura y la huída productora de deseo, no se trata de una suerte de “primero está el poder, luego la reacción-deseo-huida frente o contra él”. Se trata de recuperar el lugar primigenio y afirmativo de la plenitud deseante, único lugar desde el cual es posible poner en cuestión el tanatismo de las instituciones coercitivas y desafiar la capacidad del mal que emana desde el poder como dominación.


Para Deleuze-y Guattari hay el deseo, la línea de fuga. Lo activo de nuestra condición deseante es nuestra “Gran salud”, tal como la llama Nietzsche. El resto es enfermar, sufrir, debilitarse, desolarse en la grisura del resentimiento. Y justamente contra estas fuerzas ascendentes que constituyen nuestro suelo y habiente existencial, se emplazarán los devenires reactivos de la fuerza, arrastrando al sujeto a los laberintos del dolor resentido. Nuestro estado primigenio es el estado de disposición ascendente, de movimiento positivo y placentero, de fluencia afirmativa del que partirá más tarde todo el resto de lo que hagamos. Y por ello, lo que aparte a una fuerza de lo que ésta pueda (todo aquello que nos separe, nos inhiba, nos aleje, nos impida llegar al máximo de lo que podemos) será reactivo, descendente, tendiente a lo esclavo, y sencillamente esclavizante. Somos fuerza y positividad deseante. Somos en lo activo. Luego, sólo luego, en una especie de segundo tiempo (no se trata acá de una cronologización temporal lineal, sino apenas de un incómodo y provisorio modo de tratar de explicar esto de “qué es primero y qué es luego”) en un después de eterno retorno circular, estará la voluntad de domesticar, la dominación que debilita, el poder que bebe sangre débil de esclavos temblequeantes, la captura de nuestra potencia, la territorialización y rigidización, la reactividad triste y decadente. Es clave, desde una política de la subjetividad extramoral, resaltar que ése primigenio deseo afirmativo es lo que nos constituye, nuestra materia más cara.

Microscopic runaway lives. Tiny lives running for freedom.


Huir deshace el poder de cautividad que poseen las instituciones de control y sus modos subjetivizantes. Para Deleuze no son sino las líneas de fuga, las líneas de desterritorialización, nuestra capacidad de contrapoder y resistencia las que atraviesan una sociedad y en ese “atravesar” la definen como tal. No se define un socius por los rasgos que adopte su poder y sus carácterísticas de dominación, sino contrariamente, por los múltiples modos en que constantemente se está produciendo el deshacimiento de sus líneas duras, la quebradura intersticial de sus molaridades dominantes, la erosión de sus mal llamadas “normalidades”, la denudación de sus mentiras aceptadas y legitimadas, la puesta en cuestión de sus mandatos más sacros.


A life nomadic is life intense.
A life nomadic is ambiguous in itself. Contrasts. A life nomadic is led among spells.
Life, inhabitant of the desert. Inhabitant that dissolves the start
and the ends. And the Dead.

Las líneas de fuga permiten que encontremos nuestras propias puertas de salida del juego social, pero es bueno saber a la vez que no existe un “fuera de lo social”. Siempre se trata de entrada y salidas, de líneas de permiten invencionar rupturas, pero a las que siguen inevitables nuevas cristalizaciones. El orden sobrevendrá, más tarde o más temprano, aún si la línea de fuga es fuertemente subversiva respecto de lo valores. Pero a la vez, un nuevo desorden sobrevendrá a la vez, otra línea de fuga hará trizas la innovilidad que se impuso en lo cristalizado, y así, en un eterno retornar de lo mismo y lo otro, en un pulso en que las diferencias no cesan de abrirse y la identidad no cesa en su voluntad de cloture, se trama las basculaciones del devenir. Al respeto el propio Deleuze señala:


Pero hay toda una política que exige que esas líneas sean bloqueadas,
que se establezca un orden.



Afirmar la inmanencia de las líneas de fuga o del deseo respecto de "lo social", es poner en relieve la capacidad de romper las reglas que facilitan-posibilitan bajo su cínica complicidad que el poderío arbitrario siga arrogándose el derecho a imponer trayectos, exigir humillantes obediencias y en definitiva, ir matando la fluencia sin forma desde la que la vida misma se afirma como devenir. La huída es el movimiento que protege a nuestros deseos de ser vorazmente devorados por la arbitraria fuerza negativa del poder instituído.


The nomads, those wild midpoints, are always moving.
Running away.



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