viernes, 20 de junio de 2008

Saber reservarse (la independencia de los espiritus libres)




Saber reservarse

(La independencia de los "Espiritus Libres")


Consejo en forma de enigma:
“para que el lazo no se rompa,
es necesario que primero lo muerdas.”

Friedrich Nietzsche
Sentencias e interludios
Más allá del bien del mal”


Otra vuelta de tuerca al desapego.

No logro desapegarme del desapego. Pero ahora me lanzo de la mano de Nietzsche, un promotor de las mejores “pateadas de tablero” que jamás he leído. Un gran despreciador de la “virtus dormitiva” tan alabada en los orientales y que para mí no es más que sinónimo de debilidad, de vocación de obediencia casi ciega, voluntad de persistir en la medianía sumisa del rebaño (algo que los oscurantistas políticos de por acá y del resto del globo bien saben aprovechar y explotar). Creo que la aceptación del destino preconcebido (llámese karma, o como sea) y la desmesurada pasividad social no hacen más que reflejar el estado de nihilismo entregado en que viven los nacidos bajo el signo del budismo. Nietzsche bien se cuida de no hablar de desapego, pero sí reforzará la tremenda importancia subjetiva que tiene preservar nuestra independencia, ser nuestro propio “tribunal de cuentas”, tomar distancia a través del desasimiento... saber reservarse. Este pensador, el más radical, el más despiadado, el mejor en la tarea de subvertir los valores radicalmente, pone la mira en la relevancia existencial de aprender a des-adherirse, a des-adherirse de… todo, inclusive del propio desasimiento!!!


Y arremete contra el amor-fusión.
Contra la patria como pesado refugio de las tradiciones.
Contra las mentiras que bullen tras la sacralidad paterna.
Contra la entrega desinteresada que pregonan los moralistas.
Contra la supuesta virtud de la compasión.
Contra el antiegoísmo.
Contra los espejitos de colores de la ciencia.
Contra las cegueras que acarrea mirarse demasiado al espejo las propias virtudes.
Contra prolongar la lejanía que rápidamente tiende a volverse cobarde huída.
Arremete, en suma, contra los peligros que habitan en nosotros mismos.


Qué empresa tan poco apta para flojos de espíritu!

Sólo seres capaces de soportar con grandeza la distancia, los vuelos y el peligro podrían hacerle frente a esta aventura de forjarse una autonomía real. Seres capaces de alejarse, pero también de apartarse a sí mismos del deshonor de la retirada. Seres como águilas, dignos de la fría altivez de las alturas, pero capaces a la vez de caminar sin temor en el "bajo fuego" telúrico. Seres que conjuren los riesgos de lanzarse a partidas jugadas en nuevos tableros, pero siempre privilegien la intensidad de la vida vivida por sobre todos los peligros que atenten contra ella.

Sin dudas, mi pensador de la filasofía contra-académica predilecto, por lejos, desde hace tanto.

Lo que sigue sale de las inmensas páginas de “Más allá del bien y del mal”, sección segunda: El Espíritu Libre, Nº 41.


Tenemos que darnos a nosotros mismos nuestras pruebas de que estamos destinados a la independencia y al mando; y hacer esto a tiempo. No debemos eludir nuestras pruebas, a pesar de que ellas sean el juego más peligroso que quepa jugar y sean, en última instancia, sólo pruebas que exhibimos ante nosotros mismos como testigos, y ante ningún otro juez. No quedar adherido a ninguna persona: aunque sea la más amada,- toda persona es una cárcel, y también un rincón. No quedar adherido a ninguna patria: aunque sea la que más sufra y la más necesitada de ayuda, -menos difícil resulta desvincular el propio corazón de una patria victoriosa. No quedar adherido a ninguna compasión: aunque se dirigiese a hombres superiores, en cuyo raro martirio y desamparo un azar ha hecho que fijemos la mirada. No quedar adherido a ninguna ciencia: aunque nos atraiga hacia sí con los descubrimientos más preciosos, al parecer reservados precisamente a nosotros. No quedar adherido a nuestro propio desasimiento, a aquella voluptuosa lejanía y extranjería del pájaro que huye cada vez más lejos hacia la altura, a fin de ver cada vez más cosas por debajo de sí: -peligro del que vuela. No quedar adheridos a nuestras propias virtudes ni convertirnos, en cuanto totalidad, en víctima de cualquiera de nuestras singularidades, por ejemplo, de nuestra hospitalidad: ése es el peligro de los peligros para las almas de elevado linaje y ricas, las cuales se tratan a sí mismas con prodigalidad, casi con indiferencia, y llevan tan lejos la virtud de la liberalidad que la convierten en vicio. Hay que saber reservarse: esta es la más fuerte prueba de independencia.


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