domingo, 23 de marzo de 2008

Los modos de la palabra erotizada


Esto es palabra erotizada



El erotismo
es la aprobación de la vida hasta en la muerte.

Georges Bataille



¿Cuáles con los modos de la palabra erotizada?


Una carta.

Una llamada.

Un poema.

Un telegrama.

Un libro.

Una frase.

La invitación de una nuca.

Una tarjeta.

Lo que dibuja un escote.

Un mail.

Un mensaje de texto.

Lo que calla dentro un beso.

Los ecos de una boca escogida entre otras bocas.

Un rumor.

Un susurro.

Un tono de voz.

Un decir sensual.

Un cierto pensamiento.

El relato de una fantasía.

Un sueño mojado de humedades.

Un cuento.

Un nombre.

El sonido de ese nombre.


Y también es erótico, cierto callar.

Silencio vuelto Eros.



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jueves, 20 de marzo de 2008

La palabra erótica




La palabra erótica



No hagas de tu cuerpo la tumba de tu alma.

Pitágoras de Samos



El sexo no-reproductor, el meramente placentero toma la palabra en esta Filosofía erótica

Y tomar la palabra es desandar los sentidos perimidos que apestan en las palabras y definiciones vigentes.

Tomar la palabra es tomar por asalto al vocabulario, desasfixiar de los signos de la lengua sus sentidos inexplorados, o amordazados, o perdidos por impresentables para la moral vigente.

Tomar la palabra es un sabotaje a las legalidades actuales. Una ocupación algo violenta de las palabras a fin de vaciarlas de significados falaces y resemantizarlas con legitimidades escandalosamente novedosas.

Tomar la palabra es revolucionar las prácticas desde aquello que suele silenciarse en las prácticas mismas. Esas experiencias de las que nadie habla pero todos conocemos.

Tomar la palabra es beberse el placer de estar vivo de un sorbo, cada vez que podamos. Tomar la palabra es extraviar el camino frecuentado hacia los silencios viejos, y sin norte fijo ahora, bailar como Ménades hasta que los pies encuentren por sí solos nuevos senderos más bulliciosamente vivos. Bailar de camino, entonces, hasta que salgan otras palabras más invitantemente inmorales que las encorsetadas ya conocidas, palabras otras como mariposas entusiastas y libertas salidas de nuestra musical pelvis.


¿Por qué este sobrevaloración aparente de la palabra en una Filosofía erótica?

Porque las palabras son cárceles en las que moran los sentidos y legitimidades aceptadas por la moral. Y esto es así porque las palabras, más allá de su función denominativa, poseen cerrazones de sentido que apuntalan los ordenamientos biopolíticos hegemónicos. Pero mi interés por las palabras, en esta Filosofía erótica se basa, por otra parte y fundamentalmente, en el hecho de que ciertas palabras parecerían aludir a zonas corporales largamente imaginarizadas o conocidas, tanto como aluden a zonas del cuerpo menos visibles e incluso desconocidas.

Veamos un ejemplo sencillito e gráfico. Si digo la palabra “pene” esto se convierte de inmediato en una representación que enlaza una imagen posible que tengo en mi mapa mental con una verificación corporal empírica de una parte del cuerpo masculino. Podrá discutirse aquí qué “pene” imagina usted, y cual imagino yo, lo cual de arranque me ubica en la arbitrariedad de los signos. Pero dejemos para más adelante los asuntos peneanos a los que ya me dedicaré a pensar en otro momento con abundancia de reflexiones. Sigamos con el ejemplo. Veamos qué pasa si digo “vagina”, o si digo “perineo” o si digo “clítoris”. Estas palabras aluden a zonas poco visitadas visualmente por una mujer, y más visitadas visualmente por los varones, pero aún en la asiduidad cognitiva que los ejemplares de la masculinidad suelen tener de estas regiones del aparato genital femenino, pocos han visto una “vagina” tal como es (un ginecólogo en sus años de formación, un cirujano en sus prácticas de aperturas corporales, un médico forense). En este caso, la palabra “vagina”, para el común de los/las mortales, está bañando una casi pura y completa imaginación alusiva a una zona real genital pero no visible de la erótica femenina. La palabra “vagina” funda, inaugura, crea imaginativamente una porción del cuerpo erógeno que no posee registro escópico (visual). Y si la palabra “funda”, en el sentido de abrir huellas anémicas en nuestro registro lingüístico conciente y racional, este acto puede ser a la vez tan peligroso como educativo y didáctico.


Pero también analicemos otro plano interesante de la palabra que justifica mi interés por ella en una Filosofía erótica: el momento en que esta deviene palabra erótica.

Las palabras mismas pueden erotizarse. De hecho se erotizan, erotizando al hablante y dejando en un plano repentinamente erógeno al receptor del mensaje. Y es erótica la palabra cuando ésta se baña de goce. O sea, cuando nuestra libido inviste una oración de calor, de ardores, de expectaciones sensuales, de deseo sexual en estado de espera.

Decir que una palabra se ha erotizado, es casi como decir que las flechas de Eros nos han rozado a nosotros a través de ellas y nos mantienen suspensos, a la espera del placer que nos libere de la tension sexual. Así, la palabra devenida “erótica” cubre el tiempo del aguardamiento, tapiza con sus letras el espacio que separa al deseo del objeto-sujeto que lo satisfacerá. La palabra erótica es un modo de espera que ayuda a tolerar la espera misma.


La palabra entonces como receptáculo de lo erótico.

Pero también la palabra como guardiana de los sentidos eróticos no admitidos.

O también, dicho de otro modo -y hacia allí soplo las velas de esta nave-, la palabra erótica como invencionadora de una erogeneidad perdida, de una huella que quedó callada, de algo pasionalmente anhelado en lo clandestino. La palabra erótica, sí, definitivamente, como desordenadora de la legalidades trampales de la moral, es un asunto clave en las políticas de la trasgresión del orden sexual vigente.


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Filosofía erótica




Hacia una “Filosofía erótica”



El erotismo,
es dar al cuerpo los prestigios de la mente.

George Perros


Pensé mucho acerca de cómo escribir algo más o menos interesante sobre un tema tan… desmesuradamente sexual, pasional, lubricante, vitalmente trasgresor como éste. La erótica pensada filosóficamente es un asunto definitivamente presente en la historia del pensamiento, tanto en Oriente como en Occidente. Pero a la vez es un tema paradójicamente silenciado por el pudor de los “intelectuales serios”, ni hablar de que esto que hoy llamo aquí “Filosofía erótica” no podría ser tratado como tema académico, ni presentado siquiera como tema de investigación -pese a la rigurosa confluencia de fuentes que requiere examinar desde la antigüedad hasta el psicoanálisis- por escatológico para los “miembros” de la crème culturosa.

Pero me lancé igual a tratar de emprender un pensar filosófico, reflexivo, meditativo sobre los cuerpos erogenizados. Los cuerpos reales en su erogeneidad real. Sus potencias. Sus relámpagos. Los cuerpos bajo el esplendor dionisíaco.


Todo cuerpo, si es investido erógenamente, se transformará en eso: en zona-región-parte-partecita erógena. Basta que carguemos de libido sexual adecuadamente un sector de nuestra corporalidad para que el dios Eros se despache allí con sus electricidades, temblores y placeres. De ahí que “erógena” pueda terminar siendo una oreja, el borde de un pezón, una comisura, una esquina de la pelvis, un recorrido por la zona espinal, una axila, o el dedo meñique del pie.

Una Filosofía erótica es un proyecto racio-vitalista, en el sentido que Ortega dio a esta feliz expresión. Un proyecto que intenta ir más allá de la dictadura de las cuantificaciones o el absurdo furor de las medidas (cuánto se goza, cuántos orgasmos, cuánto placer, cuánto sentir, cuán grande, cuánto tiempo, etc.) y abrir la complejidad que implica un pensar desde las cualificaciones del erotismo.


Preguntarse entonces por los modos, las intensidades, lo inconfundible, lo desacostumbrado. Y sus silencios discursivos.

Interrogar a los cuerpos en sus caprichos, sus maravillas, sus desbordes, sus irracionalidades, sus inmoralidades deseantes. Y desmontar las respuestas moralistas.

Romper las monotonías de la convención a través de una exploración por los mundos del goce. Y sostenerse en esa ruptura deslegitimante.

Poner en palabras lo placentero implica tener el coraje de deconstruirl lo que se entiende por placer mismo. Y en esa deconstrucción interrogativa y audaz, invertir los valores sacrosantos de la apatía, las pasiones entristecidas, los decaimientos desvitalizantes.


¿Qué me interesa cuestionar, poner en cuestión y preguntar desde aquí?

Me interesa interrogar a la potencia de los cuerpos erogenizados.

Me interesa analizar modalidades placerenteras diversas, plurales, hedonistas desde las que gozar no produzca daño a sí ni al otro (tal como idealmente planteara Sébastien Roch Nicolas más conocido por Chamfort) y desde allí comprender esa pluralidad de formas que asumen los placeres sexuales.

Me interesa apostar por una erótica que desarme la moral de los valores vigentes, que invente neo-valores, que abra espacios para crear gozos más permanentes, más continuos, menos golpeados por el dolor del displacer.


Eso y bastante más, es para mí, este proyecto de “Filosofía erótica”.


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miércoles, 19 de marzo de 2008

Mis dudas sobre el budismo




Por qué dudar del budismo...?


Hablo, pero no puedo afirmar nada;
buscaré siempre,
dudaré con frecuencia
y desconfiaré de mi mismo.

Cicerón


Diez fuertes objeciones y dudas que tenía sobre el budismo:


1-
Soy una persona de pensamiento ateo, y el budismo no dejaba de ser un sistema de creencias religiosas, sin el Dios castigador judaico, sin el profeta de hombres-bomba Mahoma, sin el dueño del infierno cristiano, pero una religión al fin.

2- El desapego me parecía una postura interesante para anticiparse mentalmente ante el humano padecimiento de las pérdidas, los duelos, las separaciones, las rupturas efectivas, e incluso la muerte. Pero al mismo tiempo no imagino a nadie criado sin el soporte del apego. No imagino a nadie amando plenamente desapegado. No imagino la intensidad pasional y sexual sin su correspondiente tiempo de entrega al apego.

3- Es un sistema de creencias muy sistematizado, con sus reglas, sus prescripciones comportamentales, sus prohibiciones, su escala de valores, su moral nihilista, pero moral al fin. Y lamentablemente nunca he podido ser “seguidora” de ningún precepto o cosa semejante, y menos aún si ese conjunto de preceptos me enseña una supuesta vía moral: me siento demasiado felizmente inmoral como para necesitar este tipo de guía existencial.

4- Habiendo ido a conocer por dentro las actividades de algún monasterio budista en Argentina en dos ocasiones diferentes, francamente sentía una gran incomodidad al tener que sentarme frente a algo “venerable”: un señor jerárquicamente ubicado en frente de los practicantes, y una especie de altar que no será el cristiano pero es altar sacro al fin. Venerar, me incomoda. Definitivamente, no tengo el gen de la veneración.

5- El budismo proclama la reencarnación del alma. Bueno, no entiendo aún bien a qué llamar “alma”, aún estoy tratando de desmenuzar ese concepto, el de interioridad, el de espíritu, y ver si entre los tres puedo alguna vez proponer algo que aluda al Ser sin sustancializarlo, sin tirarlo de cabeza en la metafísica, sin aludir a ideas fantasmales, transparentes, intangibles como “alma”, “corazón”, o “espíritu”. No creo en la reencarnación, ni en las vidas pasadas, ni en la rueda de las almas… ergo, ¿cómo aceptar la “reencarnación de los budas vivientes” del lamaísmo? Somos un cuerpo, un cuerpo con una potencia -líbido, voluntad de poder, energía, o whatever- pero cuerpos materiales, sensibles, complejísimos.

6- ¿Qué sera eso de llamar a un mortal humano “líder religioso supremo”? Para que yo pudiera llamar a alguien de ese modo debería poder atribuirle valor y sentido a las tres palabras: debería sentir valor por lo religioso, cosa que no siento. Debería poder identificar a ese personaje como líder, pues no tengo líderes ni en plural ni en singular. Y lo de supremo, bueno bueno, eso sí que escapa a mi mapa mental… demasiado anarca me veo como para atender a esta denominación bajo la que se representa la encarnadura de la superioridad espiritual.

7- Si el ser humano no es más que un eslabón en la transmisión incesante de energía universal, una molécula en un flujo -hasta aquí me parece razonable, incluso físicamente hablando-, porque debía aceptar junto con esto que esas “fuerzas” acumuladas durante supuestas vidas anteriores fueran la manifestación de mi mismidad actual? ¿Por qué “creer” que reencarnamos en un mundo de dolor sólo porque aún no nos hemos Iluminado ni alcanzado el Nirvana? Esta veta de sufrimiento de la vida no me gustaba en lo más mínimo

8- Para alcanzar el estado de bienaventurado (bodhisattva) se supone hay que estar libre de pasiones, deseos, de individualidad, de ilusiones del mundo material. Esto me resultaba al menos, una contradicción, sino una imposibilidad de facto para cualquier humano: ¿vivir sin pasiones? Vivir sin ilusiones? ¿vivir libre de deseo? ¿no es acaso el deseo parate de nuestra fabulosa máquina vitalista? ¿pulverizar lo más íntimamente sensible que tenemos que es nuestra ya bastante maltratada y masificada y vapuleada y pisoteada pero sobreviviente “individualidad”? ¿Acaso no es “deseo” también el “desear” liberarse de todo esto incluso? Demasiadas exigencias contrarias a la grandeza hedonista éticamente posible de ser vivida para un espíritu libre.

9- Notaba una atmósfera de superstición alrededor del culto budista, algo de creencia en ciertos procederes de carácter mágico.

10- Había leído acerca de la existencia de algo llamado “séptimo mundo o infierno budista”, una suerte de donde eterno, pero un “donde con no-espacio” en el que las almas de los condenados son perseguidas por perros feroces, demonios, hasta finalmente caer precipitados en un frío mortecino. Digamos que no era la imagen más feliz que me podía construir del final de una existencia humana. Ya me había librado del infantil maniqueísmo moral católico con su cielo y su infierno como para adosarme y versión de este último “a la oriental”…



Preferí, durante el tiempo que duró mi estado de dudas, permanecer más cerca de textos de Osho que de los monjes tibetanos. Una anécdota, justamente relacionada a esta fantasía metafísica castigadora de las almas sintetizada en la idea del eterno “Septimo infierno”, cuenta que siendo Osho un niño le preguntó impertinentemente a un monje jianista:

-¿Ha estado usted en el séptimo infierno para asegurar que existe?

La pregunta le valió una reprimenda por parte de su abuelo, y una declaración de guerra precoz a los “principismos” fantasiosos en los que se basan todas las religiones y sus creencias indiscutidas.

Resolví quedar habitando las interrogaciones, y persistí, como Osho, en la natural tarea que se me presentaba por delante: mantenerme en la tensión de las preguntas.


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Photo: Pintura antigua china representando el Séptimo mundo-Infierno budista

martes, 18 de marzo de 2008

Por que creer en el budismo...?


Por qué creer en el budismo..?



Por lo general, los hombres creen fácilmente lo que desean.

Julio César



Decálogo de asuntos me atraían optimistamente de las ideas budistas:


1- No era una religión monoteísta.

2- No postulaba la idea de un Dios creador.

3- Mi pensamiento coincidía plenamente con la validez de la Ley de la Impermanencia. Entre Heráclito a Guatama Buddha no veía sino líneas de continuidad y coincidencias acertadas.

4- Me resultaba útil como narrativa psicologica la Ley del Karma si la aplicaba a la compulsión a la repetición y la culpa que se arma en la cabeza de la gente ante sus propios comportamientos y los del prójimo.

5- Realmente algo de mí misma también me indica con casi total certeza de que todo es Ilusión, lo llamemos Samsara o cómo sea.

6- Los monjecitos sonrientes me caían inocentemente simpáticos.

7- Yo era vegetariana entonces y la frugal vida de sencilleces de los monasterios me capturaba la curiosidad y la atencion como un paradigma romántico hipposo alternativo de... "espiritualidad"? .

8- Creía y creo poderosamente en que mente - cuerpo son una sola y única poderosa cosa, sobre la que poco y nada sabemos.

9- La conexión entre ciertas prácticas budistas -desde la duración y sentido de una siesta hasta porqué serviría meditar en términos de funcionamiento cerebral y nervioso- y actuales estudios neurobiológicos me resultaban dignas de ser entendidas.

10- Como relato religioso era el menos inofensivo si lo comparaba con el Islam, la religión católica y/o el judaísmo.



Pero no soy bicho de seguir decalogos propios ni ajenos. Nada de diez mandamientos, ni diez creencias ni diez nada. Y mi fragil decalogo duro su ciclo, o sea, lo que "tenia" que durarme. Digamos que este compendio de diez razones personales para creer en el budismo siguio asi, fue así, más o menos hasta... hasta justamente, llegar a Asia.

Pero, como era de esperar, mi escepticismo vino junto con mis valijas.

Y si la duda, como diría el siempre recordado Aristóteles, es el principio de la sabiduría -en mi caso, digamos que no pa´tanto…- la duda se me quedó boyando en el sistema neuronal, en la mirada, en el silencio, entre las páginas de mis búdicos libros, en la revisión de mis memorias de contenido sobre este tema.

La duda, como siempre, retorno a mis pasadizos secretos, me anduvo por todo el cuerpo, como una mariposa semioscura nadandome en la sangre toda, y que sale cada tanto sólo a respirarme en la nuca para intentar incitarme a tomar la cuesta de quitarme la venda de los ojos.




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Budismo ingenuo




Sobre las bondades naïf de creer en el budismo


La inocencia es más a menudo una felicidad que una virtud.
Anatole France


Parece que vivir por estos pagos me va exponiendo a nuevas visiones y perspectivas que ni yo misma hubiera imaginado tiempo atrás.


Creo que allá como en 1990 empecé a leer sobre budismo. Arranqué con el “Libro tibetano de la Vida y de la Muerte” luego de que Ciorán mencionara en varios lugares de su obra filosófica al budismo de manera bastante respetuosa, él, que ha respetado muy pocos sistemas de ideas. Entre otros, dos temas me bullían en la cabeza por esos años: la muerte y el vacío. Así que era inevitable lanzarme sin tabla ni remos a los escritos de esa religión milenaria. Y para empezar, me enteré que no hay budismo, sino budismos. Cosa que de entrada me complicó la “entendedora”, máxime considerando que era una mera principiante en el tema. Los años pasaron, mi vida también, hasta que logré sistematizar mis encuentros y desencuentros entre budismo, vacuidad, nada, angustia, deseo, casillas vacías, horror vacui, muerte, nihilismo y asociaciones semejantes en un seminario al que llamé, con poca modestia pero muchas ambiciosas ganas de seguir pensando el asunto acompañada por gente interesada en el tema tanto como yo lo estaba: “Filosofía del Vacío”. Promoví durante años ese seminario, cambiando asuntos en el programa, agregando nuevas perspectivas -como las de la cuántica-, quitando otras perspectivas por demasiado obsoletas -al menos para mí- y siempre tratando de meditar sobre la alianza y desalianza entre la nada y el vacío. Hasta aquí esta introductio sobre “cómo llegué, le dí vueltas, y por qué insistí en los asuntos del budismo”.

Hasta que aterrizo -sí, literalmente, aterrizo- en Tailandia.

Tierra de budas, monjes, templos.

Olor a incienso en las calles.

Flores y ofrendas por todas partes.

Árboles sagrados de la buena suerte, habitados por espíritus o leyendas, envueltos en telas de colores a la vuelta de mi casa.



Yo, una atea, en un mundo religioso. Claro -pensaba ingenuamente cuando llegué- al menos ahora voy a poder ver de qué se trata esto de crecer-formarse-subjetivarse-socializarse en una cultura no cristiana, qué interesante!!!


Juro que casi, casi, era un tanto optimista.

Y me quedé tratando de pensar en que por aquí, el viento cambiaría, siguiendo a William Ward cuando decía:


El pesimista se queja del viento;
el optimista espera que cambie;
el realista ajusta las velas.


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miércoles, 12 de marzo de 2008

Sobre la arrogancia de la fe

Rendirse ante la ignorancia
y llamarla Dios
siempre ha sido prematuro,
y aún sigue siéndolo.

Isaac Asimov


Hoy hubo una protesta en Bangkok, una particular, por cierto. Me dió... miedito...

Cientos de muslims frente a la tradicionalmente pacífica y tolerante embajada danesa.

¿La razón? (o debería preguntar más apropiadamente, por la sin-razón o la irrazón...) Paradojas mediante el grupo autoconvocado se llama "Grupo musulmán para la Paz". Las gentes en cuestión -unos 600 musulmanes thais- se encontraban visiblemente enfurecidos contra la libertad de prensa y la actitud no intervencionista ni censuradora del gobierno de Dinamarca ante la re-publicación de caricaturas sobre Alá en el país nórdico.

Aquí, como en otras regiones del planeta se ratifica aquello de que la religión es el último refugio del salvajismo humano, tal como lo planteara a principios del pasado siglo el matemático y filósofo Alfred North Whitehead quien fuera pionero en aunar materia, espacio, matemática a través de lo que llamara "Filosofía de los procesos". Pero deberé dejar para otra vuelta al interesante señor North Whitehead y retornar a los tristes aconteceres tailandeses…

Aclaro que Tailandia tiene religión budista mayoritaria, dado que se considera que entre el 85 y el 94% (los datos varían según las fuentes) de una población de alrededor de 64 millones de tailandeses, son budistas, y apenas un insignificante menos del 10 % de muslims. Pero este aparente pequeño porcentaje parece más que suficiente para mantener la zona sur del país y sus provincias sometidas a intermitentes baños de sangre, mediante atentados, bombas, tiroteos, quemas de edificios, descarrilamientos de trenes y demases "procedimientos" tan propios de separatistas islámicos. Por ejemplo, una de las "técnicas" más difundidas y practicadas por los islámicos radicales en el sur tailandés en las tres provincias meridionales de Yala, Narathiwat, Pattani, Songkhla y Satun (región en la que los musulmanes radicales constituyen sí, una mayoría) es atentar contra escuelas y asesinar específicamente a los maestros, a quienes consideran una fuente de reproducción de creencias contrarias a la fe islámica. Hace muy poco quedó reforzada la seguridad ferroviaria en esa zona producto de las bombas y tiroteos últimos contra los inocentes pasajeros de un tren al que hicieron descarrilar.

Para los tailandeses, su monarquía, la nación y el budismo forman parte de una trinidad (parece que siempre hay trinidades que preservar de las máculas) a la que denominan “los Tres Pilares” (o sathaaban lak). Si se tiene en cuenta que el número de practicantes islámicos es de alrededor de 5 millones (entre el 7.5 y el 8% de la población total) pero que estas cifras poseen una proporción invertida en la región sureñas del país, de Yala, Narathiwat, Pattani, Songkhla y Satun con un 75 y un 80% de habitantes musulmanes de origen malayo, la cosa en el sur de Tailandia se complica para sostener esa mentira llamada “País de las sonrisas”. El conflicto con el sur está claramente islamizado, ese a que variadas particularidades jurídicas de las tradiciones islámicas han sido reconocidas y respetadas en cuatro de las provincias que forman la frontera con la limítrofe Malasia. Allí la Sharia es aplicada a numerosos aspectos de la vida social y laboral, se trate del matrimonio, el régimen laboral o la herencia. El espíritu de tolerancia tailandés respecto de los musulmanes es y ha sido “muy” considerado: desde permitir usar un patronímico islámico, a adaptar las horas de trabajo de funcionarios muslims a las oraciones del viernes, o tomar libres las fiestas islámicas, hasta obtener permisos para viajar en peregrinación a la Meca –viaje para el que el gobierno tailandés concede también dinero a través de préstamos especiales. Es indudable que la tolerancia es más que enunciativa como se puede evidenciar en estos ejemplos. Por otra parte, los grupos radicalizados son disidentes, pero a la vez se diferencian bastante entre ellos por sus objetivos, metodología y demandas no coincidentes. Pero la fidelidad al Islam es denominador común. Y el Islám es una religión poderosamente voraz más allá de lo que se negocie, de lo que se otorgue como derechos civiles, de lo que se tolere o se respete. El Islam siempre va “por más”.


Cada cierto tiempo, los muslims hallan una forma de sacar afuera su odio visceral, derramándose desde ese sur beligerado, y golpeando en el corazón de la propia capital, transformando a la llamada “Bangkok - ciudad de ángeles” en un lugar tristemente agitado por la violencia psicótica de los radicalismos religiosos.

Si Schopenhauer decía que las religiones eran obras maestras del arte, el particularísimo arte de entrenar animales acerca de cómo pensar y vivir, no es menos cierta en esta ocasión una de sus frases más aplicables a este caso: "Las religiones, como las luciérnagas, necesitan oscuridad para brillar."

Y sí, se nutren en oscuridades existentes, o de las que quieren ver como oscuridades para justificar su violento apetito siempre deseoso de imposición y "Verdad".

Esta vez la sacra excusa ha sido la libertad de prensa danesa. Los autodenominados "pacíficos" quemaron banderas danesas, fotos del primer ministro danés Anders Fogh Rasmussen y del caricaturista Kurt Westergaard, entre otras expresiones ... pacíficas????!!!! Esto sin agregar los dichos que los ofendidos "pacifistas" ofrecieron a los medios y que han sido ppublicados por la prensa a través del periódico Bangkok Post: "Deberíamos hacer algo más violento que sólo protestar, pero por hoy nos mantenemos pacíficos". Bueno, pensé, espero que este "por hoy" se mantenga mientras ande por estos lares... esta gente sí que me da miedo.

Un blog interesante sobre el tema, con un par de ilustraciones humorísticas sobre el tema del Islam, y con comentarios que se las traen es (en inglés):


http://www.theinformationparadox.com/2008/03/on-arrogance-of-islam.html


"As cultures are colliding across the globe, so are religious sensibilities. Where most other world religions have had centuries to become accustomed to ridicule and scathing expose', Islam has not.

When those with Islamic faith move out of middle eastern nations and into liberal, modernized nations the Muslim adherents seem bent on making the populace conform to their backward, third century lifestyle.

Here are a few examples of recent news where the Islamic citizens in western nations are imposing upon culture and lifestyle:

Now, these are the first few stories that came up after a quick search. There are numerous other similar incidences reported almost daily. In lieu of protesting the more extreme sects their own religion, the jihadists that purportedly give the 'religion of peace' a bad name, they lash out at the infidels who 'offend' Islam, though not being adherents of the religion they know no better.

There is an arrogance here that is rearing it's ugly head more and more. Islam, the 'convert by the sword' faith, is going to force everyone conform to their idea of law and if we refuse we will be killed. That is not my concept of a religion of peace.

The countries and cities that are kowtowing to the whims of the faithful because they fear violent backlash only lend credence to the Islamic fervent arrogance and do nothing in the way of quelling the push of their Islamic Law on to the backs of the rest of us. I do not need follow Muslim religious tenets because I am not a follower of the fifth century pedophile, Muhammed. Modernized western nations need to illustrate to these 'faithful' that their arrogance is unfounded, and that their ridiculous claims of offending the prophet will be ignored.

Islamic law is not my law... and it will remain that way."




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Photo from EFE Agency

domingo, 9 de marzo de 2008

Mujeres como paganas diosas volcánicas V



Semillas de fuego



Desordenarse.

Ser de fuego.

Abandonarse a la pura irrupción, salpicar magma.

Hacerse mujer, construirse mujer, volverse Mujer.

Dueñas de sí, bravías diosas Chanticos, enseñorearse de sí.

Ser de sí y para sí, por sobre todas las cosas.

Y también ser capaz de “ser para otro” siempre volviendo a la morada de sí misma.

Salir y entrar del “para sí” y del “para otro” construyendo una oscilante compathía.

Cuidar nuestra corteza de fuego.

Seguir por todos los medios “siendo de sí”, interminablemente, intermitentemente.

Hacerse de hielo y fuego.

Volverse cráter y nieve.

Fundirse perdiendo los límites.

Y atreverse a ejercitar el don de las distancias implacables.

Amar todo lo que sea alado y se pose cerca de nuestras manos descubriéndonos impúdicamente nuestro propio rostro sin edad.

Custodiar ferozmente en el alma las semillas del fuego.

Guardarse, guardándose en ellas hasta que sea tiempo propicio de sembrar.

Y por fin, sembrar fuegos como semillas, sembrar únicamente en la ladera más alta, de cara a la fuerza del viento.

Y volver a desordenarse en la propia tierra.

Y hacerse una con el fuego.

Ser fuego.




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Photo from: “Mar de fuego”, en http://www.flickr.com/photos/esteve1/708395848/

Mujeres como paganas diosas volcánicas IV


Diosas de los volcanes



Los antiguos hombres y mujeres de culturas diversas como la griega, romana, polinesia, azteca, araucana asociaban a los volcanes: a) con las moradas de ciertas deidades mitológicas, b) con el lugar de residencia de valiosos espíritus protectores de la comunidad y sus individuos, c) con guardianes de escondidos tesoros d) con sitios en los que se concentraban las fuerzas inmanejables del inframundo. De mis tiempos vividos en regiones del sur argentino marcadas por las creencias de la cultura mapuche, recuerdo que en esas tierras los relatores orales llamaban ngen-winkul al espíritu poderosísimo que dominaba los volcanes y cerros. Entre los Incas se consideraba que el volcán Pasochoa era el guardián del " botín de oro" que habría pertenecido a Atahualpa. En la zona del Pacífico, de acuerdo con lo relatado por Westervelt (tal vez el más reconocido recolector de mitos y leyendas hawaianos) existían fuertes similitudes en los contenidos y significados dados al fuego y los volcanes, sea que se trate de los mitos neozelandeses, de relatos de Samoa, de Tahiti o de Fiji. Para los hawaianos, es Pele la diosa de los volcanes quien rivaliza con Poliahu, diosa de la nieve del “Mauna Kea”, el segundo volcán más alto de las islas Hawai y de una hermosura sin igual. La rivalidad mitológica entre estas dos diosas se debe al hecho de que convivían en una misma geografía el ardor fáustico del fuego y temperaturas extremadamente bajas que han hecho que existieran glaciares desde el cráter hasta las faldas del volcán. El calor enardecedor y el frío más intenso peleaban por metaforizar la condición femenina volcánica, vaya idea… Por su parte, mis bien amados maoríes, en tierra Aotearoa, poseen los volcanes de Rotorua, con sus docenas de lagos y activos géiseres. Incluso el actual Parque de Tongariro pone en total evidencia que los volcanes son considerados sagrados por las tradiciones de este pueblo. Así, desde los mitos polinesios en lengua Maorí encontramos a Mafuike, diosa del fuego vinculada a los elementos ígneos y las formaciones de islas a través de estallidos volcánicos (es representada a través de la imagen de una mujer de edad). Mafuike es también, en algunos relatos, la hermana menor de la diosa de la muerte. Para los “Bowditch Islanders” (en las “Tokelau Islands”) la leyenda agrega el dato no desestimable de que la diosa del fuego Mafuike era ciega. Imaginaba entonces, esta cadena de representaciones femeninas asociadas al volcán: lo explosivo, la creación de islas, la muerte, la ceguera. Caray! Vaya combinación!


Pero tirando un poco más de la cuerda mitológica, me gustaría resaltar las características de los dioses prehispánicos, que no son tanto seres de poder ilimitado, sino muchas veces encarnaciones de las fuerzas de la naturaleza, con apariencia y personalidad humana. Los teóricos de estas mitologías americanistas prefieren, con buen tacto y no por mera sutileza idiomática, traducir el concepto prehispanico de "Téotl" no como dios, sino como como “señor”. En este contexto debe entenderse el relato de Chantico-Cuauhxólotl.


¿Quién es Chantico? Pues se trata de la diosa del los volcanes y del fuego, y señora protectora de los preciados tesoros personales. Según el Códice Ríos (un manuscrito anónimo del siglo XVI) la diosa Chantico era la deidad femenina del fuego. Cabe aclarar que en náhualt, Chantico-Cuauhxólotl significa “la que mora en la casa”, aunque habrá que entender acá el concepto de “casa” no como mera domesticidad, no sólo como hogar, sino también como habitación, como morada, residencia, tierra, pues el prefijo “Chantli” está aquí indicando una fuerte conexión física y psicológica con el habitar y en modo alguno está limitado a lo que hoy entendemos como casa=privado=doméstico. Chantico también era llamada “Señora del Reino de los Muertos” o Mictlantecuhtli, al ser asociada con lo oculto en las entrañas de la tierra. Ella, con su rostro rojinegro, su ponzoñosa serpiente carmín enroscada al cuello, y las no menos venenosas y afiladas púas de sus cactus, velaba por mantener encendidos los fuegos del corazón, mantener el calor del hogar y honrar los volcanes. Sí, esta diosa a la que se le atribuía el don de cuidar nada menos que las pasiones del alma, es también, una diosa volcánica. Esposa del fuego, era símbolo del todas las formas de calor y también, de la luz brillante. En la cultura azteca era adorada en las alturas y bellezas de la cumbre del cerro Tepeyac, a cuyos pies la cultura hispano-conquistadora emplazó luego el culto a la virgen de Guadalupe (vaya paradoja, esto de haber adorado en las alturas del alma y la geografía a la diosa pasional del fuego, y luego “pasar-bajar” -aculturación mediante- al rebajamiento que representa el culto de una virgen, simbolizando con ello el triunfo del ascetismo corporal y el resentimiento moral cristiano). En las coloridas representaciones pictóricas prehispánicas de Chantico, esta diosa de corazón fueguino puede verse de perfil, como dando un paso hacia delante, con sus manos hacia el frente, el rostro altivo, y una nube vaporosa de rayos detrás de sí. -Si -pensé para mis adentros- Me gusta Chantico


Y me pregunté, ahora sí más pertrechada de imágenes e ideas sugerentes: qué estamos mirando cuando miramos la “sopa” hirviente de un volcán, qué relato de dioses nos ronda con su magma ígneo, cuántos relatos desconocemos sobre este sublime fenómeno natural, qué historias quieren ser escuchadas en sus ruidos telúricos, qué potencias buscan conmovernos cuando ponemos nuestras fatigadas pisadas en sus laderas, qué estremecimientos quieren ser oídos, cuántas cóleras amenazan con irrumpir en sus repentinos enojos, y qué voluptuosos peligros moran en esa geomorfología otrora “habitación” de diosas y dioses desmesuradamente. No quiero en modo alguno antropomorfizar la idea de la naturaleza. No creo en esas infantiles versiones de los “enojos” de Gea cuando el Tsunami, no creo en ningún espíritu castigante de los daños humanos a la corteza buscando vengarse con terremotos y huracanes. No creo en ningún tipo de espiritualización del planeta. Nada de eso me parece ni sensato ni muy cuerdo, aunque abunde malamente.


Pero sí parece posible apuntar a establecer una relacionalidad simbólica, lúdicamente simbólica, entre lo femenino y los volcanes, apoyada en el juego de ideas que pueden aportar bellamente los antiguos relatos, los mitos como configuradores de la subjetividad, y la experiencia sensible.


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Imagen: Chantico-Cuauhxólotl


Mujeres como paganas diosas volcánicas III




Mujer volcán, volcanes como mujeres



Una abertura en la corteza de la Tierra que conecta con el poco previsible caos interior. Una abertura mujer que se mira hacia sí misma a riesgo de arder el mirar.


Mujer volcán.

Volcanes como mujeres.


Sexo vulcánico que desconoce la lógica geométrica e impone la fluidez vibrátil como única y precaria normativa.

Flujos de lava. Sin respiro.

Viscosidades que escapan por los cortes de las grietas.

Fisuras por donde asoma lo no ordenable.

Calor que desmesura.

Hielo que paraliza.

Todo allí, allí, allí mismo.


Mujer volcán.

Volcanes como mujeres.


Dar a luz nueva tierra a puro grito, a puro ardor.

Alumbrar lo nuevo.

Estética doliente y feroz de la creación.

Hueco cálido, termal. Agua tibia curativa en la oquedad de la corteza.


Mujer volcán.

Volcanes como mujeres.


Trazar nuevas configuraciones.

Topografía de las agitaciones.

Reperimetrar los bordes, los límites, las geografías, los estáticos mapas.

Escarpar lo relieves.

Mover capas, alterar, desimponer legalidades, ajenizarse de las jerarquías.


Mujer volcán.

Volcanes como mujeres.


Mirar los propios depósitos de cenizas y escorias.

Sepultamientos indefectibles.

Saber de la muerte como saber de lo que habiente.

Fragmentar el dolor.

Avalancha de escombros.

Incandescerse hacia la vida.

Reconocerse cráter y derramarse al fin, como un lago tibio.



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Mujeres como paganas diosas volcánicas II



Mirarse en el espejo del volcán


Hay experiencias radicales. Probablemente ascender hasta la
boca calórica, magmática y contenida de un volcán activo una vez en la vida, sea una de ellas. Pero, más allá de lo que pueda relatarse vivencialmente de un ascenso a las fauces de la tierra, me preguntaba -inspirada en lo que me relatara mi querida amiga Ale- casi como preguntándole a su estado de ánimo posterior al ascenso y la visión de un volcán activo :


-Querida Ale,
a qué te haz asomado,
verdaderamente,
curioseando la cumbre de un volcán..?



Asomarse a eso que promete irrumpir para recordar que finalmente, toda actividad eruptiva es energía emergente, buscando salir, buscando abrirse paso pese a la advertencia racional de nuestros “mapas de riesgo”.

Erupciones arriesgadas.

Mirar el volcán para dar cuenta del caos y del desorden como prueba de que todo allí, adentro, sigue vivo. Y saber entonces que toda manifestación es posibilidad real de afectación y por eso mismo es sinónimo de vida, incluyendo como parte de lo vivo, incluso, a la fuerza que daña o destruye.

Rostro femenino del mal.

Será que los volcanes recuerdan que somos fuerzas capaces de ejercer fuertes presiones sobre lo que nos rodea, y será que nos evocan de que es capaz lo subterráneo que sigue insistiendo, o cuánto puede arrastrar la tensión de lo irresuelto. Será que anuncian la posibilidad del rompimiento, la violencia que puede llegar a adquirir el derecho a “manifestarse”, a hacerse oír, a imponer la potencia propia sobre la potencia del otro.

Juegos de columpio entre la presión-tensión afectiva.

Asomarse a eso cuya temperatura late, quema, arde como un asomarse a los propios malabares con fuego, a las propias hogueras secretas, a los propios latidos subterráneos. Asomarse a eso que bulle tal como cuchichean por las noches nuestros sueños acallados de espaldas al deber, como hierven nuestras rabias intermitentes, como queman nuestras pasiones más irracionales.

Lenguas de fuego.

Dar cuenta del volcán como si ahí se nos presentara el balance de nuestras historias eruptivas, el recuento de nuestras presentes y/o pasadas peligrosidades volcánicas, el estado contable de las catástrofes que somos capaces de originar, la comparativa de nuestros choques interactivos, o la geomorfología de nuestros desastres “naturales”.

Conteo de los desbordes.

Será que los volcanes anuncian que junto con la expresión de lo más interno aparece la posibilidad del dolor, de la destrucción, de la tragedia, de la peligrosidad que a veces entraña eso de “sacar afuera”, de ponerse en riesgo futuro poniendo en riesgo los equilibrios actuales. Será que los volcanes hablan de lo que es capaz de cambiar abruptamente, amenazantemente.


Boca eruptiva.


Alertas afectivos.


Conservación de las fogosidades.


Intranquilidad latente.




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Fotografía: Cráter del volcán Copahue, patagonia argentina.